Son pocos los días que ha de transcurrir para que culmine este año 2022. Sin embargo, un preocupante silencio sigue siendo la estrategia más elocuente de la oposición política venezolana; si es que tiene sentido esta subjetiva apreciación. La impaciencia del país en cuanto a una posibilidad de una alternativa de cambio, para sacar a Venezuela del sótano donde se encuentra, ya tiende a convertirse en una frustración que raya en el conformismo. Aunque parezca una exageración, el panorama es cada día más oscuro.
Los canales naturales de comunicación entre los factores políticos y sociales que podrían emitir algunas señales esperanzadoras, que deberían mantenerse activos para el diálogo, el entendimiento y los acuerdos que demanda con urgencia la nación, en vez de utilizarlos para estos menesteres, constituyen hoy el medio más expedito para darle cauce a un inexplicable proceso de confrontación creciente y continuo entre las organizaciones partidistas que se autocalifican de oposición al régimen actual, promotor y actor intencional de la ruina integral en la que se ha hundido a Venezuela.
Si antes de que concluya el primer trimestre del próximo año, las alternativas de cambio apenas permanecen sólo como un anhelo de la sociedad nacional, los venezolanos seguiremos condenados a sobrevivir con todas las carencias que hoy agobian a los sectores sociales más vulnerables e indefensos de nuestro país. La calamidad existente con respecto al caos creciente de los servicios públicos, probablemente se eleven a la categoría de tragedia.
Evidentemente ha llegado la hora de que el segmento más empobrecido del país, incluyendo la clase media que va por ese camino, asuma la responsabilidad de su propio destino y la de Venezuela en general, si es que se aspira a evitar que la profunda crisis multidimensional actual derive en una catástrofe que termine de demoler lo poco que aún se podría rescatar a estas alturas, cuando el futuro de la familia venezolana continúa a merced de la cúpula más ávida de poder y de riquezas mal habidas que ha padecido nuestra vida republicana. En 24 años la fortuna nacional que ha desaparecido sin dejarle un activo importante al país, carece de referencias comparativas. ¡Dos o tres veces más dinero que en los 168 años anteriores; es decir, entre 1830 y 1998!
Como puede observarse, el desfalco es descomunal, con el agravante que este tipo de ejercicio fraudulento, además de continuar si la actual cúpula gubernamental sigue al frente, terminará de apropiarse indefinidamente de los recursos que son del pueblo y que necesita para aliviarse, aunque sea en apariencia, del calvario que ya ha adquirido forma y fondo de hecatombe en el ánimo de la gente. ¡Si esa oposición que podría ser la alternativa para un cambio en positivo, sigue actuando irresponsablemente, será tanto o más culpable de la tragedia nacional!
Educador / Escritor – urdaneta.antonio@gmail.com – @UrdanetaAguirre