Luis Esteban G. Manrique: Argelia, 60 años después

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La memoria tiene su propio idioma, textura, arqueología y limitaciones. También se puede adulterar y robar (…) Depende de nosotros rescatarla e impedir que se vuelva algo barato, trivial y estéril. Elie Wiesel, Memoirs (1996).

En 2006, hablando en nombre de su partido, François Hollande, por entonces candidato socialista a la presidencia, reconoció que la Sección Francesa de la Internacional Obrera, antecesora del Partido Socialista Francés, “perdió su alma” en la guerra de Argelia. “Tuvo sus justificaciones, pero aún le debemos una disculpa al pueblo argelino”, dijo. En 1956, fue un primer ministro socialista, Guy Mollet, quien lanzó una campaña de “pacificación” contra las guerrillas del argelino Frente de Liberación Nacional (FLN).

Hasta 1999 Francia consideró la guerra de Argelia –o guerra de Independencia de Argelia–(1954-1962) una mera “operación policial” pese a que fue su mayor conflicto bélico desde la Segunda Guerra Mundial, la feroz represión y sus innumerables atrocidades. El tiempo transcurrido solo ha dado mayor relevancia a la independencia argelina en la historia de la segunda mitad siglo XX y del proceso de descolonización.

Hace un siglo, Argelia era la piedra angular del imperio francés, tan fundamental para su existencia como India para el británico. En la encrucijada de Europa, África y Oriente Próximo, Argelia cobró un inusual protagonismo, tratándose de un país devastado por el paso por su territorio de los ejércitos aliados y del Eje y cuyas autoridades coloniales se mantuvieron leales al régimen colaboracionista de Vichy.

Historiadores franceses estiman que la guerra se cobró medio millón de vidas, 400.000 de ellos musulmanes argelinos, civiles y combatientes. Según la versión oficial argelina, las víctimas superaron los 1,5 millones durante la contienda y un total de 5,6 millones desde 1830, cuando Francia invadió lo que hasta entonces era un dominio otomano.

Sesenta años después de que terminara la guerra, sus consecuencias siguen gravitando en ambas orillas del Mediterráneo. No es extraño. Argelia fue uno de los últimos países árabes en independizarse y el que más sufrió para lograrlo.

Heridas sin cicatrizar

Unos siete millones de residentes en el Hexágono están vinculados a esa historia: los llamados pied-noirs (pies negros), los antiguos colonos y sus familias, los exsoldados y los harkis, musulmanes que lucharon por Francia, unos 150.000. Las nuevas autoridades de Argel no mostraron contemplaciones. Los que fueron juzgados, condenados y ejecutados tuvieron suerte. Otros, quizá más de 100.000, murieron en actos de venganza que cometían escuadrones de excombatientes.

Samia Lokmane, corresponsal en París del diario argelino Liberté, recuerda que las violaciones –de mujeres y hombres, que eran sodomizados con botellas–se hicieron sistemáticas desde 1956. Un trop long silence, un reciente cómic y cortometraje de animación de Le Monde y La Revue Dessinée, retrata la vida de Louisette Ighilahriz, que a los 20 años fue torturada y violada por los militares franceses que la capturaron en 1957. Salvó la vida por la intervención de un médico militar que ordenó trasladarla in extremis a un hospital.

Francia se desprendió de Túnez y Marruecos en 1956 porque eran protectorados. En Argelia usó todos los medios y la fuerza que tuvo a su alcance para retener al último bastión de su agonizante imperio. En 1947, París hizo de Argelia un departamento y, por ello, territorio soberano francés.

La guerra se hizo inevitable. En Los condenados de la tierra (1961), que prologó Jean-Paul Sartre, Frantz Fanon, psiquiatra martiniqués que se unió al FLN, denunció el “racismo absoluto” del imperialismo francés y justificó la violencia revolucionaria como forma de redención masiva. Los argelinos celebran cada año con marchas festivas los aniversarios del inicio y el fin de la guerra, el único acontecimiento que aglutina a casi todos.

Algunas heridas han comenzado a cicatrizar. Durante su mandato, Nicolas Sarkozy autorizó la entrega a Argelia de un mapa con la localización de 11 millones de minas francesas. En diciembre de 2012, en su vista a Argel, Hollande reconoció que Argelia fue sometida a un sistema “injusto y brutal”, aunque no se disculpó. “Es mejor decir la verdad”, dijo.

En su última visita a Argelia en agosto, dos meses después del 60 aniversario de la independencia, Emmanuel Macron, el primer presidente francés nacido después de ella, expresó su esperanza de que algún día ambos países puedan mirar su “complejo y doloroso” pasado con “humildad”, consciente de que sus respectivas memorias históricas quizá sean irreconciliables.

Como candidato en 2017 en Argel, Macron calificó el colonialismo francés de “crimen contra la humanidad”, una expresión que después prometió no volver a utilizar. En 2021, sin embargo, cuestionó que Argelia fuese una nación antes de  1830 y acusó a su gobierno de azuzar el “odio a Francia”. Argel retiró a su embajador y prohibió el sobrevuelo de aviones militares franceses en su espacio aéreo.

Pas de deux

En ese terreno minado, Macron ha mostrado ser un virtuoso del ballet diplomático. En danza, un pas de deux consiste en varios pasos: entrée, adagio, allegro y coda. En Argel, ejecutó un grand pas de deux, al anunciar la creación de una comisión de historiadores franceses y argelinos que tendrán acceso irrestricto a los archivos del periodo colonial. En mayo de 2021 ya había creado la comisión de la Memoria y la Verdad presidida por el historiador franco-argelino sefardí Benjamin Stora.

En marzo de 2021, en El Elíseo, Macron admitió ante sus descendientes que Ali Boumendjel, abogado nacionalista argelino, no se suicidó en 1957 tras su arresto sino que fue torturado y asesinado en un cuartel militar francés. Francia, les dijo, aún no ha resuelto los traumas de su pasado colonial. Pero, aunque recordar es difícil, olvidar es imposible.

París tiene motivos para querer mirar hacia adelante. Argelia es el décimo productor mundial de gas natural y envía el 80% de sus exportaciones a Europa. Su papel es clave en Libia y el Sahel, lo que explica el persistente cortejo de Pekín y Moscú, amistades peligrosas de las que Macron quiere alejar a Argelia, uno de los 10 países que más gastan en defensa: 5,6% del PIB, frente al 4,2% de Marruecos. Rusia es su principal proveedor de armamento.

Ante un grupo de estudiantes argelinos y africanos en Argel, Macron denunció la propaganda que presenta a Francia como el enemigo y las ambiciones “neocoloniales” de Turquía, China y Rusia en África. Tras firmar con Macron varios acuerdos en materia energética, médica y deportiva, el presidente argelino, Abdelmadjid Tebboune, elogió sus esfuerzos “personales” por aproximar a sus países.

Transmisión del silencio en un mundo caduco

Según la novelista franco-argelina Faïza Guène, a partir de ahora mucho depende de que no continúe la “transmisión del silencio”, incluido el que rodea a la Argelia actual. Los ingresos por hidrocarburos aumentarán este año un 45%, pero también lo harán los precios de los alimentos y las medicinas en un país que lo importa casi todo. En 2019, el Hirak –un movimiento pacífico, popular y espontáneo– lideró protestas que forzaron la caída del presidente Abdelaziz Buteflika tras 20 años en el poder y cuando trataba de perpetuarse.

Pero lo que los argelinos llaman Le Pouvoir –el régimen de partido único de facto heredero del FLN–, sigue casi intacto. La oposición boicoteó las legislativas del año pasado. Las protestas, sin embargo, cambiaron algunas cosas. Dos ex primeros ministros y varios exgobernadores están en la cárcel. Un expresidente de Sonatrach, la poderosa empresa estatal de hidrocarburos, está siendo juzgado.

En Algeria: France’s undeclared war (2011), Martin Evans escribe que la perspectiva del tiempo hace aun más difícil entender la “Argelia francesa” en medio de la incontenible marea anticolonialista de la posguerra. Una vez que estalló la violencia, los gobiernos de París nunca tuvieron la menor oportunidad de ganarse a los argelinos o a los pied-noirs, que terminaron apoyando a los militares golpistas de la Organización del Ejército Secreto porque, entre otras cosas, creían que solo el Mediterráneo los separaba de Francia.

La realidad estaba muy lejos de esa ficción. Árabes y bereberes no tenían derechos civiles o políticos. La experiencia militar de los soldados argelinos en el ejército imperial y luego en el de la Francia Libre lo cambió todo, al crear en ellos una  autoconciencia nacional. En 1919, la conferencia de paz de París mostró que la autodeterminación wilsoniana se reservaba solo a los pueblos blancos europeos, al negarse a reconocer la igualdad racial en los estatutos de la Sociedad de Naciones que demandó Tokio, algo que los nacionalistas japoneses nunca olvidaron.

Caza de ratas

El 8 de mayo de 1945, día de la Victoria en Europa, estalló una manifestación masiva en Sétif que fue reprimida de forma inmediata y brutal, que incluyó bombardeos aéreos de pueblos cercanos y “cazas de ratas”. En agosto de 1955, tras el asesinato de 123 colonos franceses en Constantina, soldados franceses mataron a cerca de 12.000 musulmanes.

La represión avivó las llamas del incendio. Pero solo uno de los bandos tenía la legitimidad de su parte. El FLN asistió como invitado especial a la Conferencia de Bandung (Indonesia) de 1955. El Egipto de Gamal Abdel Nasser, le proporcionó armas, asesoramiento militar y cobertura diplomática.

Pese al abismo que les separaba en otros asuntos, Estados Unidos y la Unión Soviética estaban de acuerdo en que la era de los imperios coloniales había terminado. Al final, los franceses se cansaron de la guerra, del racismo de los pied-noirs y de las muertes de jóvenes que cumplían el servicio militar.

La solución llegó de la forma y de las manos más inesperadas: las de Charles de Gaulle, que, tras descartar la escalada militar, apostó por las negociaciones de paz, que cristalizaron en 1962 con los llamados acuerdos de Evián.

Francia ha evitado pedir disculpas formales, entre otras cosas para no abrir resquicios legales a demandas de indemnizaciones por las 17 pruebas nucleares que entre 1960 y 1966 realizó en el desierto del Sáhara hoy argelino. Las secuelas radioactivas siguen afectando la salud de los pobladores de zona, que presentan alta incidencia de cáncer y defectos de nacimiento. Todo la información de dominio público se limita a un inventario de materiales radioactivos enterrados en algún lugar del Sáhara.

 

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