El expresidente uruguayo reivindica la cooperación global y defiende a la ciencia frente a los intereses financieros, tanto en la pandemia como en la emergencia climática
José Pepe Mujica, está afligido. “El pronóstico de la ONU es catastrófico. Me tiene muy asustado”, dice este referente político, de 87 años, sobre la crisis climática del planeta. Mujica, que no es hombre de amilanarse fácilmente, señala que esta podría ser la última globalización de la humanidad si la política no recupera el espacio perdido frente a los intereses mercantiles. En esta entrevista, llevada a cabo en su finca de Montevideo, el expresidente uruguayo (2010-2015) aboga por un entendimiento global basado en el instinto de cooperación que ha caracterizado al progreso humano. “No hay nada más importante que los jóvenes discutan este mundo”, subraya con voz apremiante y mirada asertiva, sentado al frente de su casa, entre nísperos, almácigos y zorzales.
Pregunta. Con el final de la pandemia más cerca, ¿cómo interpreta lo que ha pasado?
Respuesta. Pienso que la pandemia sirvió para desnudar algunas de las debilidades que como humanidad tenemos hoy. Y una de ellas es que la propiedad del conocimiento tuvo mucho más valor que la necesidad humana de contribuir a poder colectivizar el conocimiento. Los sistemas de vacunas se podrían haber expandido mucho más rápido y eso terminó costando millones de vidas.
P. ¿Qué falló?
R. No falló la ciencia, lo que falló fue la política, que no tuvo la capacidad de coaccionar al sistema económico para poder hacer lo que había que hacer con rapidez.
P. Sumado a esto, el hambre en el mundo aumentó en 150 millones de personas. Hoy más de 800 millones viven con hambre.
R. Esto habría que confrontarlo con una cifra que no manejamos, de cuánto es el valor de lo que podríamos llamar la economía suntuaria o economía del despilfarro, para demostrarnos a nosotros mismos que en realidad recursos hay, pero que no los estamos utilizando como debemos. Por un lado, hay hambre, pero también existen cálculos de que el 25 o 30% de alimentos se tira.
P. ¿Cómo se arregla eso?
R. La responsabilidad es política, porque sabemos lo que pasa. Y tenemos idea de lo que habría que hacer, pero no podemos implementarlo porque la política no puede torcer el conjunto de intereses que se han eslabonado detrás de esto. La humanidad ha creado una civilización notable; capturó a la ciencia, multiplicó la productividad y la variedad de las cosas, pero no la podemos parar, no la podemos reconducir. Esta es, tal vez, la última globalización del hombre, si no la corrige. Ha habido varias, porque Roma fue una globalización, la historia del imperio chino también. Pero todas tuvieron dirección política. Esta es una globalización que están haciendo los intereses del mercado, donde la política es un pálido espectador que va detrás.
P. ¿Cómo podría la política recuperar ese lugar?
R. Necesitamos un Gobierno mundial y ponernos de acuerdo en respetarlo. Tendría que ser eminentemente técnico-científico en muchos aspectos. Pero ningún país va a ceder debido al conjunto de intereses que hay detrás y por su soberanía.
P. Los intereses nacionales por delante de los ideales comunes.
R. ¡Sí, claro! Hay contradicciones con el mundo de las empresas transnacionales. Algunas tienen más fuerza que un Estado desde el punto de vista de la economía. Sobre todo, en Estados como el mío, Uruguay. Estamos en un mundo sin dirección política.
P. ¿Qué ocurre con las Naciones Unidas?
R. Necesitamos un acuerdo mundial. Si vemos la historia de Naciones Unidas, la estuvimos devastando. Estamos lejos de tener lo que necesitamos, una especie de consejo científico que tome algunas medidas capitales que los demás llevemos adelante. Recién tuve una conversación con [el historiador Yuval] Harari. ¿Sabes cuál es su angustia?
P. ¿Qué le dijo?
R. Lo más penoso es esto: que la humanidad no tenga tiempo, tiempo humano, para enmendar los desastres que ha causado al planeta y que vayamos a un holocausto ecológico.
P. Uno querría pensar que esto se puede corregir.
R. Siempre hemos creído que hay respuesta científica, que es posible. A lo largo de la historia, los seres humanos han hecho muchísimas barbaridades. Pero no sabían.
P. Ahora saben.
R. La tragedia es que ahora lo sabemos. Hace ya más de 20 años, la ciencia nos señaló en Kioto que los fenómenos adversos iban a ser cada vez más frecuentes y más intensos. La ciencia nos dijo lo que había que hacer, y pasan las décadas y surgen los eventos y no hacemos lo que tenemos que hacer. Lo que está fallando es la política. La gran pregunta es si el género humano como tal está llegando a los límites de su capacidad de autodirigirse.
P. Esa inclinación humana a la destrucción aparece además en las guerras, en Europa del Este, Oriente Medio, Asia, África.
R. Considero que el hombre no ha salido de la prehistoria. Mientras tengamos que utilizar la guerra como una expresión del fracaso de la política, no habremos salido de la prehistoria. Es muy probable que la humanidad esté gastando no menos de 2,5 millones de dólares por minuto en gastos militares. Es una de las estupideces más colosales que puede haber.
P. El 70% de las ventas de armas está en manos de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: EE UU, Rusia, China, Francia y Reino Unido, según Amnistía Internacional. ¿Cómo es posible aspirar a la paz?
R. La fabricación de armamento se transforma en una herramienta diplomática, de influencia, y se vuelve una fuerza económica que opera en los gobiernos, porque hay un lobby de la fuerza armamentística. Las gallinas están programadas para poner huevos y los ejércitos para la guerra. Si les dejamos influencia en las decisiones políticas, estamos fritos. Por eso, si las nuevas generaciones no toman cartas en el asunto, en el tema ecológico, en el de la guerra… ¡No hay nada más importante que los jóvenes discutan este mundo! Tenemos que cambiar la cultura.
P. Esa es una constante en sus discursos. ¿Qué es la cultura para usted?
R. La cultura es el repertorio que nos hace captar las claves fundamentales de lo que nos rodea, de nuestra existencia, que hacen a la vida. Y respetarlas, integrarnos a ese mundo, no sentirnos ajenos. La cultura es también una necesidad que está latente, es un bien no material que nos ayuda a vivir. Es el amor a la vida.
P. ¿Cómo tendría que gestarse ese cambio cultural?
R. Yo pertenezco a otro tiempo. Éramos hijos del racionalismo, de la ruptura con el mundo escolástico y el entronamiento del dios Razón. El avance de la ciencia del comportamiento humano nos demuestra que somos bichos más complicados, más emotivos. Muchísimas veces, las decisiones las toma nuestro inconsciente, subjetivamente, y nuestro consciente encuentra la batería argumental para justificarlo. Es decir, primero sentimos, después explicamos.
P. ¿Eso adónde nos lleva?
R. En soledad, me hice esta pregunta: ¿Qué somos los sapiens? ¿Cuál es el disco duro que nos metió la naturaleza y cuáles son los factores adquiridos a través de la civilización, la cultura, el tiempo que nos toca vivir?
P. ¿Qué respuestas encontró?
R. El sapiens es un animal gregario, no puede vivir en soledad. Ha vivido miles de años en grupo. A tal punto, que en todas las formas de derecho antiguo la pena más grave después de la pena de muerte era que te echaran del grupo. Esos grupos existían por una ley fundamental del hombre: el instinto de cooperación. El sapiens era físicamente inferior al neandertal, pero el neandertal no tenía ese sentido de cooperación y sucumbió.
P. Ese sentido de cooperación explica en parte lo que somos.
R. Nos han permitido crear sociedad. Pero a su vez el individuo es individuo y hay contradicciones. La naturaleza, a todas las cosas vivas, les mete una cuota de egoísmo. Y eso está en el hombre también, hay cierto margen de conflicto. Por eso somos animales que precisamos de la política, porque la función de la política es que se mantenga la comunidad a pesar de los conflictos. La civilización es hija de la cooperación.
P. Hay muchos desajustes. América Latina, por ejemplo, es la región con mayores desigualdades sociales y económicas del mundo.
R. América Latina es descendiente de dos países feudales: Portugal y España. Repartió la tierra como recurso primigenio con un criterio feudal. Y con eso se empezó a originar una polarización desde el principio de nuestra historia, con una clase dueña de casi todo, en el medio nada y abajo, una magnitud pobre.
P. Y en el siglo XXI, ¿puede la cooperación contribuir a remediar la desigualdad?
R. Hay que aceptar el desafío de la sociedad de mercado y convencer a las grandes mayorías de construir otro sistema de organización humana. Hay que apoyar mucho la autogestión, la cogestión, otro sistema de funcionamiento empresarial, basado en la cooperación. Donde hay una gran empresa es porque funciona la cooperación humana, estará impuesta, pero no es un proyecto individual. Lo mejor del capitalismo hay que mantenerlo. En definitiva, la lucha es para que el ciudadano se apropie con responsabilidad de lo que está en juego en su vida, goce de los beneficios y sufra las consecuencias de su parsimonia también.
P. ¿Qué implica ser rebelde en estos tiempos?
R. No acompañar las claves de la cultura contemporánea. Soy filosóficamente discrepante, una especie de neoestoico con definiciones terminantes. Pobre es el que precisa mucho. Si precisa mucho está frito porque no le va a alcanzar nada. O, como dicen los aimaras: pobre es el que no tiene comunidad. Yo soy rico, tengo muchos compañeros y para vivir me sobra.
Gabriel Díaz Campanella – El País de España