La marea rosa 2.0 no tiene muchas cosas que celebrar. Más bien, debe ponerse el overol, asumir altas cuotas de pragmatismo y abandonar toda ilusión de un proyecto ideológico regional.
El ajustado triunfo de Lula en Brasil y el reciente anuncio de López Obrador de una cumbre de líderes latinoamericanos le han dado un segundo aire a la izquierda latinoamericana. No es menor: en los próximos años, las seis principales economías del continente estarán en manos de fuerzas de izquierda.
¿Significa, entonces, que la nueva marea rosa debe sacar cuentas alegres? La realidad indica que no. El nuevo mapa electoral no responde a una preferencia ideológica, sino al partido político más importante en América Latina: el voto de castigo. Si miramos los datos, de las últimas 14 elecciones, en 13 los votantes castigaron al oficialismo. La única excepción fue Nicaragua, donde no existe democracia.
Estancamiento y nueva década perdida
El escenario económico y político cambió. A diferencia del super ciclo de los commodities de mediados de los 2000, América Latina está estancada económicamente y se encamina a cumplir una nueva década perdida (2014-2023), creciendo en promedio menos de 1 %. La bonanza fiscal que gozó la marea rosa hace dos décadas no tiene ninguna relación con la estrechez que enfrentan los gobiernos luego de la pandemia de covid-19.
Si en el pasado la billetera fue generosa para planes sociales y programas de izquierda, hoy la mochila de la deuda pública es cada vez más pesada. Al shock de la pandemia se suman los efectos de la guerra de Rusia en Ucrania y el endurecimiento de las condiciones financieras globales en 2023, como lo advierte el FMI.
Gobernabilidad compleja
Por su parte, la gobernabilidad también será más compleja para la izquierda oficialista. Si en el pasado gobiernos como los de Lula, Correa o Chávez aprovecharon la debilidad y fragmentación de la oposición, el contexto actual es completamente distinto. Lula tendrá al bolsonarismo como principal fuerza política en el Congreso; Boric debe lidiar con un Congreso equilibrado; y Petro descansa en una mayoría instrumental con riesgo de desarticularse.
La famosa luna de miel de los gobiernos prácticamente no existe y, con las contadas excepciones del fenómeno Bukele en El Salvador y López Obrador en México, la mayoría de los líderes latinoamericanos sufren bajos niveles de aprobación y caídas rápidas de apoyo. El cheque en blanco ideológico es cuestión del pasado, porque a la ciudadanía actual le interesa que los gobiernos resuelvan con rapidez y eficacia sus problemas más acuciantes, incluso indiferente de si lo hacen bajo un sistema democrático o no, como lo vienen señalando distintas encuestas.
Proyecto ideológico regional
La nueva izquierda en el poder probablemente enfrente ciclos políticos más cortos y con ciudadanías infieles a un libreto ideológico. Si a la gobernabilidad más compleja sumamos riesgos como la crisis migratoria, la caída de la inversión extranjera o el crimen organizado, la conclusión es una: no hay espacio en la nueva marea rosa para aventurarse en un proyecto ideológico regional.
Bien han hecho los gobiernos de Chile y Colombia al nombrar ministros de Hacienda reconocidos en el mercado, como el pragmatismo que mostraría Lula si confirma la candidatura propuesta por Bolsonaro para el Banco Interamericano de Desarrollo. No obstante, esas señales deben ser reforzadas en el tiempo con reformas y acciones que se enfoquen en solucionar los problemas, más que en desenfundar ideas trasnochadas.
La marea rosa 2.0 no tiene muchas cuentas alegres que sacar. Más bien, debe ponerse el overol, asumir altas cuotas de pragmatismo y abandonar toda ilusión de un proyecto ideológico regional. De lo contrario, más que marea, será una simple brisa.
Director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica de Chile. Abogado y profesor. Máster en administración pública por la Universidad de Nueva York.