En uno de esos excepcionales viajes al pasado, me reuní con tres buenos amigos. Federico Fellini estaba joven y delgado, Milan Kundera hizo lo imposible por pasar nuevamente desapercibido y Joaquín Sabina estaba sobrio.
¿Acaso la bohemia que ha estado presente en largos períodos de mi vida ha podido transcurrir sin al menos uno de estos tres caballeros? Creo que no. Afortunadamente no.
De Sabina recuerdo la fiesta y la noche, los artilugios propios de un aprendiz de seductor y las excepcionales letras de sus canciones que agradezco y trato de compartir cuando la ocasión lo permite. Cada vez que he escuchado a Sabina, la vida se me vuelve exponencialmente pasional, por no decir que con facilidad se genera una dinámica indetenible de situaciones que llevan a laberintos de ansiedades que se agradecen. Bien puedo estar escuchándolo en la serenidad de la casa cuando no cruzando de una acera a otra mientras camino por la cuerda floja.
Federico Fellini no solo es el más grande de todos los cineastas que ha existido, sino que el cine, para decirlo en buen castellano, se divide en un antes de Fellini y un mientras tanto, dado que sus escenas son copiadas cuando no plagiadas por decenas de hombres de cine que necesitan recurrir al genio de este italiano sin igual. Amante de la buena mesa, la estética impoluta de la trasgresión y un afán por alcanzar la perfección, en sus películas descubrí que siempre se puede aspirar a más cuando de asuntos de arte se trata. Fellini es el ejemplo de eso.
Milan Kundera me enseñó que las novelas son novelas, pero también son más que novelas, que hay una literatura que es de carne y hueso al punto de superar lo tangible de la existencia y que un autor se puede leer de manera total porque el afán de entender aquello que nos asoma como propuesta es en realidad una representación en el espejo del yo del escritor. El Arte de la novela transcurre en varios tiempos y escenarios en los que La insoportable levedad del ser suele salirse con la suya.
Estábamos animados y comenzamos con un buen tinto para no polemizar sobre cuál bebida seleccionar mientras aceitunas, carpachos, buenos quesos y espaguetis iban y venían en una de esas ocasiones infinitesimalmente improbables, pero no imposibles se daba frente a nosotros para goce y deleite eterno. Con amigos como ellos es muy difícil sentirse solo, más cuando cada uno me ha marcado al punto de que los llevo a los tres conmigo y hago lo posible por compartir sus lecciones con otros amigos, de una cadena de personas a quienes estimo enormemente y con quienes comparto las enseñanzas de estos tres curiosos maestros que tanto me han dado.
Esa última reunión fue importante, de hecho, me quedó la sensación de que no nos íbamos poder reunir de nuevo los cuatro. Sin embargo, los recuerdo cada jornada, uno a uno va y viene en el día a día de mi vida y sus cotidianidades. Los quiero mucho y les agradezco tantas veladas compartidas, que, sin duda, podré repetir con otras tantas personas cercanas con quienes comparto gustos afines y visiones de la existencia que nos hermanan. Para siempre.
@perezlopresti