Nocturna era la faena de los panaderos como nocturna es la mía. Eugenio Montejo.
El viaje
El 21 de enero de 1834 arribó al puerto de La Guaira el primer buque español luego del fin de la guerra de Independencia que terminó con trescientos años de dominación hispana. A bordo venían los primeros 150 emigrantes españoles canarios llegados con la República, atraídos por un manifiesto de Bolívar dirigido a “los extranjeros de cualquier nación y profesión que sean”, invitándolos a establecerse y trabajar en Venezuela abrazando la causa republicana. El mismo Bolívar que años antes, el 15 de junio de 1813, había dicho “españoles y canarios, contad con la muerte, aún siendo indiferentes”. A esos pioneros isleños se sumaron 8 mil más durante los siguientes años. Entre ellos estaba un ciudadano natural de Génova de nombre Giuseppe Antonio Ramella Ferrari (1797-1860). Ramella Ferrari había emigrado a comienzos del XIX de Italia a las islas Canarias donde contrajo matrimonio con Concepción Pérez Quintana, con quien tuvo cuatro hijos, tres hembras y un varón, Pablo Antonio Ramella Pérez (1829-1885).
Los canarios llegaron para trabajar la tierra en un país arrasado por la guerra, pero muchos emprendieron el camino de la paz sin más equipaje que la esperanza, ejerciendo los oficios que demandaba la construcción de la república. Se hicieron carpinteros, albañiles, comerciantes, zapateros, sastres, panaderos, etc. Giuseppe Ramella pasó a llamarse José y junto con su hijo Pablo Antonio fundaron una de las más importantes cadenas de panaderías en la Caracas de fines del siglo XIX.
En un documento del Diario de Avisos del 19 de julio de 1851, aparecen las firmas de Pablo Ramella y Compañía y de Antonio Ramella e hijo, quienes en 1852 fundan la panadería Ramella en la esquina de Las Gradillas. Ya desde 1871, en un aviso del 6 de mayo, en el periódico La Opinión Nacional, de Caracas, encontramos registro de ella, conducida por Pablo Ramella. Luego, en el Registro de Panaderías del Directorio Anual de Caracas, 1891-1892, bajo el nombre de P. Ramella Sucesores, aparecen cuatro sucursales más, fundadas en Ferrenquín (1886), Peinero (1888), Guanábano (1894), Altagracia (1905).
Pablo Ramella contrajo matrimonio en 1851 con la venezolana Ignacia Martínez Echeñique (1823-1906) formando una familia que se multiplicó con cinco hijos, cuatro varones y una hembra. El segundo de ellos, Lucas Manuel Ramella Martínez (1855-1914), nieto de Giuseppe, se formó en Caracas y su padre lo envió luego a Francia donde estudió medicina, sin saber que con ello cambiaría para siempre la manera de celebrar la Navidad venezolana.
La letra
La industria moderna del pan comenzó en Caracas en 1825 cuando aun éramos Gran Colombia. Rafael Cartay, en El pan nuestro de cada día (1995), cita a don Aristides Rojas diciendo que fue una panadería francesa a la que luego se unieron muchas otras, en manos de apellidos como Augé, Davesac, Yenoux, Lacompall, Esquivar, Montauban, Ramella, etc. Erróneamente se identifica el apellido Ramella como francés, cuando en realidad primero fue italiano genovés, con Giuseppe, luego español canario, con Pablo, finalmente criollo venezolano en la persona del doctor Lucas Ramella y sus descendientes.
En esa época se acostumbraba enviar el pan a domicilio o venderlo por las calles en burros con dos barriles en los costados destacados con colores. Fue Ramella quien inventó identificar sus productos y locales con la letra R, el 16 de agosto de 1887, imitada luego por otras panaderías, como Montauban con la M, J. Barnola y Scs. con la B, etc. Alfredo Cortina, en Caracas, la ciudad que se nos fue (1977) cuenta que “el pan llegaba a la casa a horas tempranas de la mañana y a horas de la tarde. Los repartidores usaban una mula con dos tambores colgantes con tapas de zinc. Los barriles llevaban una banda pintada, en grandes franjas alrededor, la bandera francesa, porque pertenecían a la panadería Montauban, una de las mejores de Caracas, donde se hacía además el pan de piquito, el famoso pan francés que llamamos canilla”.
La rivalidad comercial entre Ramella y Mountauban fue histórica. La prensa de la época registra enfrentamientos públicos donde los consumidores acusaban a los panaderos del alza del precio del pan y de la mala calidad de la harina. Montauban acusó a Ramella de utilizar agua contaminada de un manantial ligado al río Guaire. Ramella respondió diciendo que los panes de la competencia eran negros y agrios. Al final, se impuso Ramella cuando instaló en la esquina de Las Gradillas, bajo la conducción de Lucas Ramella, la más moderna panadería, con equipos traídos de Francia, revolucionando la industria con nuevos productos, entre ellos el cruasán y el pan de jamón.
El cruasán
El temprano deceso de Pablo Ramella en 1885 obligó a su hijo Lucas a cambiar de ramo, dejando la medicina que había comenzado en la Universidad de Caracas y luego en París, para hacerse cargo de los negocios de la familia. Tuvo una carrera exitosa que lo llevó a ser presidente de la Cámara de Comercio de Caracas. Casado con dos hermanas Vegas Sanabria, primero con Marías Trinidad y luego de enviudar con Amelia del Carmen, tuvo ocho hijos, siete hembras y un varón, Gustavo Ramella Vegas, desaparecido en un misterioso accidente aéreo el 14 de abril de 1954, del que nunca más se supo. Un dicho de la época decía que “estás más perdido que Ramella Vegas”.
A Lucas Ramella le debemos, entre otras cosas, el invento del pan de jamón y la introducción del cruasán del que, años después, se derivaría el famoso cachito relleno originalmente con jamón y luego todas las variables que le sucedieron. El cruasán, en sus orígenes, lo ubican en Viena en 1683 cuando el imperio Otomano asediaba a la ciudad, atribuido a diferentes creadores. Pero con el nombre de croissant, que significa creciente en francés, por su forma de media luna, no se populariza sino a fines del XIX, en París, elaborado de forma alargada con masa de pan (1891) y luego con masa hojaldrada abundante en mantequilla (1905). Cartay cita un aviso de 1889 de la panadería Ramella de Las Gradillas, donde asegura que con sus croissant “no hay diferencia entre el que usa la gente chic de París en el desayuno y el que se elabora en ella a las 6 y media a.m. de la marca R”. De ahí al cachito no hay más que un paso, pero tendrían que pasar unos cincuenta años antes de que se popularizara como pieza insustituible en cualquier panadería.
Para el pan de jamón debemos ubicarnos en 1903 cuando en la esquina de Las Gradillas, el doctor Lucas Ramella decide refaccionar la antigua panadería de su padre convirtiéndola en una panificadora de avanzada aprovechando todo lo aprendido en Francia.
La modernidad
El mejor registro documental de lo que ocurrió en el cambio de siglo del XIX al XX lo tenemos en la publicación El Cojo Ilustrado, de Caracas, una revista cultural de gran calidad y belleza que circuló entre 1892 y 1915, donde participaban los intelectuales y mentes más lúcidas del momento, dirigida por Jesús María Herrera Irigoyen, una publicación de vanguardia dedicada al progreso y la tecnología. El nombre de Cojo viene de la marca de cigarrillos que patrocinaba la publicación.
En un reportaje publicado en mayo de 1903, se informa: “La Panadería Ramella introdujo en sus talleres mejoras con las que se propone garantizar la calidad de sus productos, ofreciendo una instalación ajustada a las previsiones higiénicas, por aislamiento y resguardo de los laboratorios y maquinarias”. Una de esas innovaciones era la primera amasadora eléctrica, hornos y talleres de panificación, donde elaboraraban, además de pan, dulces y galletas, sin duda la más moderna panadería de la época. “El señor Ramella ha introducido máquinas modernas, según los más adelantados modelos que se conocen, todos movidos por electricidad… La antigua manera de amasar pan, poco higiénica… por falta de limpieza e inocuidad del producto, han iniciado su declinación”.
Los textos eran acompañados con grandes fotografías ilustrando los cambios introducidos en la panificadora. En una de ella aparece el propio Lucas Ramella acompañado de sus operarios, todos uniformados y con gorras blancas. Montauban reaccionó de inmediato publicando un volante con la foto y un texto que decía: “Cuida tu salud. Ramella alquiló estos uniformes nada más para tomar las fotos”.
Ramella importaba mensualmente 1.500 sacos de harina de trigo y producía galletas y bizcochos muy finos que eran exportados a Trinidad. Para 1920 aparece con un capital de 700 mil bolívares, con cinco sucursales en Caracas y una en La Guaira, empleando a 244 trabajadores.
Junto con esas máquinas vinieron también ideas que luego se transformaron en productos y hoy en tradición, cuando a ese médico transmutado en panadero se le ocurrió poner trozos de jamón dentro de una masa de pan sobado.
Lo equivocado
Antes de que las fake news se pusieran de moda, ya lo equivocado predominada en lo que se escribía sobre el pan de jamón antes de 1985. “Muy poco se sabe acerca de la historia del pan de jamón, ese infaltable compañero de la hallaca. Libreros, panaderos, fotógrafos, cocineros, gastrónomos e historiadores, fueron entrevistados y al formularles la pregunta: ¿sabe usted algo acerca de la historia del pan de jamón?, casi todos respondían con una sonrisa nerviosa”, escribió Ana Isabel González, en El Nacional el 19/12/81. Dos años después, el 15/12/83, Rosa Uztaris, en el mismo periódico, escribió: “Buscando un origen lógico a este manjar pascual se han encontrado diversas anécdotas. Pero, en realidad no hay hasta la fecha, una versión que pueda tomarse como la verdadera. Simplemente podría decirse que el pan de jamón venezolano es tan mestizo como nosotros mismos y que conjugó, con verdadera armonía, ingredientes de origen europeo y asiático hasta adquirir la bien ganada nacionalidad y el calificativo de “criollo” que nadie le escatima”. Un año antes, el 22 de diciembre, la misma periodista había dicho que “… parece que este noble invitado (el pan de jamón) que vino al mundo con los descubridores y sentó su familiar presencia desde la colonia, se ha convertido en un alimento “criollo” e indispensable para el venezolano y para muchos ciudadanos de otros países que han decidido luchar y permanecer a nuestro lado, tomando a Venezuela como su segunda patria”.
Ya en 1977, siempre en El Nacional, Roxana Ordoñez había escrito: “Se presume que se trate de un plato nacido en la época colonial, el cual debido a su exquisitez, se popularizó. Extraña, sin embargo, que muy pocas familias lo hornean en sus casas y la mayoría de la gente prefiere adquirirlo en las panaderías”. Otro periodista, Cuto Lamache, más prudente, escribió que el origen del pan de jamón era anterior a los años cuarena, y que “… debe ser tan antiguo como el pan… y el jamón…”.
Sólo el Cronista de la Ciudad, Guillermo José Schael, escribió por esos años esta explicación en El Universal: “El legítimo pan de jamón no tiene otro color que el propio, el natural, y es del tipo de pan que se conoce como pan sobado, con algunas aceitunas, pasas y trocitos de buen jamón planchado. Ya no existen venezolanos que fabriquen el pan de jamón verdadero. A comienzos de este siglo, había señores que eran verdaderos artesanos y contaban con un grupo de oficiales de panadería de primer orden. Ellos han desaparecido y se han convertido en insustituibles”.
La fábula
De todo lo periodístico leído sobre el pan de jamón, lo más fantasioso estuvo en una entrevista al dramaturgo y director de teatro Rodolfo Santana (1944-2012), aparecida en 1981 en el suplemento Mujer de El Nacional, donde dijo cosas así: “Hubo una vez un panadero italiano llamado Pietroluchi Pancaldi, quien por allá por 1940 tenía una panadería (“La Lusiteña”) por los lados del Mercado Quinta Crespo. Él trajo a nuestro país, junto con su familia, especialidades en panadería y pastelería italiana, como los cachitos y el panettone. A Pancaldi le gustaba mucho echarse palos y acá se hizo aficionado al ron. En sus borracheras acostumbraba irse a la panadería a experimentar, como cualquier otro científico, nuevas variedades de panes y dulces. En una de esas, específicamente en una embriaguez navideña (suelen ser las peores), se le ocurrió hacer algo que fuera así como un cachito gigante. Así que hizo un pan grande y lo empezó a rellenar de jamón. Pero no tenía suficiente – en aquel entonces los cachitos se hacían de jamón serrano- y entonces, para poder rellenar el pan tan grande que había hecho, comenzó a meterle cuanto encontró cerca: aceitunas, pasas… y cuando puso la primera pasa pensó: ¿por qué no hacer algo así que sea como un híbrido entre en cachito y el panettone, a fin y al cabo estamos en Navidad? Así que le empezó a meter nueces y frutas confitadas. Lo horneó, lo probó y fue todo un éxito. Éxito acogido rápidamente por los demás panaderos italianos que existían en Venezuela, quienes, al ver que la gente prefería comprar su pan de jamón y los panettones se les quedaban fríos, decidieron quedarse sólo con el jamón, las pasas y las aceitunas, dejando al panettone lo que es del panettone”.
Santana era un hombre de fábulas y sin duda esta es una de ellas. Sólo con el nombre del supuesto panadero italiano, Pancaldi (pan caliente) uno sabe de qué está hablando. Llamé en ese entonces a Rodolfo y me dijo que así era la historia del pan de jamón. Pero al pedirle alguna prueba para confirmar esos hechos, no me respondió. Y claro, no podía hacerlo porque la historia es falsa.
La preposición
La semántica del pan de jamón nació con y mutó al de expresada en los anuncios publicitarios que comenzaron a ofrecerlo. El primer aviso encontrado es del periódico El Constitucional, del 21/12/1906, donde se lee: “Pan con jamón. Especialidades de la casa para los días de Pascuas, a 2, 4, 6, 8 reales, etc. Panadería de Sociedad. Montauban & C.A.”. Al año siguiente, en el mismo periódico y en otro llamado La Religión, encontramos un aviso en que se ofrece: “Para Pascuas y Año Nuevo. No olvidar que en la Panadería de Solís, hallarán como todos los años el famoso Pan de Jamón, especialidad de la casa, así como también el Pan Milanés, todas las clases de pastas finas y un numeroso y variado surtido de vinos, que importamos directamente. Teléfono 837.A. y E. Banchs, especialidad en los encargos”, En 1909 hay otro aviso de la panadería Solis donde ofrece: “Pan salado y de jamón y pasas”. Al final se impuso la preposición de, tal como lo conocemos hoy.
Aunque no lo publicitó desde un comienzo, el primer pan de jamón se elaboró en la Panadería Ramella de la esquina de Las Gradillas, luego de que fuera renovada en 1903 por Lucas Ramella. Ramella siempre llevó la iniciativa y todo lo que hacía era luego imitado por la competencia. En los años ochenta del siglo pasado, para mi libro El Libro del Pan de Jamón y otros panes (1986), entrevisté a don Luis Morales, Morales, fundador de la Asociación de Industriales de Panadería en 1935 y a la fecha de la entrevista era su secretario general. Me dijo: “Fue Ramella quien comenzó con el pan de jamón y luego siguieron las otras panaderías. Este pan se hacía con jamón “Ferris”, que venía forrado en una capa que llamábamos ‘chapapote’. Al principio sólo tenía jamón, luego Banchs le agregó pasas y no fue sino después de 1920 que comenzaron a agregarle aceitunas, pasas y alcaparras, pero como resultaba muy caro, le dejaron sólo las aceitunas y las pasas. Este pan se hacía con masa de ‘cerveza’. No fue sino en 1930 que la Standard Brandt trajo la levadura de pasta, una verdadera revolución”. Tuvo su propia panadería Capuchinos, cuya característica era una mano con un poker de siete anunciando el número de teléfono 7777. Todavía se podía ver en 1980, en la misma esquina, con la única diferencia de que el serial era 41.7777.
También hablé en esos años con el doctor Francisco Banchs, radiólogo del Centro Médico de San Bernardino, nieto del viejo Francisco Banchs, de origen catalán. “Mi abuelo llegó de España en 1890 – recuerda el Dr. Banchs- y era de profesión panadero, pero él no inventó el pan de jamón. Es más, en España no se conocía en esa época. En la panadería de Solís, comenzó a fabricarse a principios de siglo, pero no fuimos nosotros quienes lo inventamos. Se hacía con jamón “Ferris” y se picaba en cuadritos de un centímetro. Me recuerdo muy bien porque yo era el encargado de cortarlo y pesarlo, yo era el pesador. Al pan de Bs.1 se le ponían 30 gramos de jamón y 5 gramos de pasas”.
La razón
En la invención del pan de jamón confluyen factores culturales, económicos y prácticos. En primer lugar, la visión de un joven, hijo y nieto de panaderos, nacido y criado en una panadería, con una pasantía productiva en París, cuna del mejor pan de trigo, quien tuvo que hacerse cargo del negocio familiar ante el temprano fallecimiento de su padre. En Francia, aunque su interés era la medicina, pudo observar las nuevas tecnologías y la maquinaria de avanzada en la panificación que, una vez en Venezuela, no dudó en incorporarla al negocio familiar hasta que lo logró en 1903. Ramella demostró que era un hombre del oficio y un empresario de mente abierta y visionario, sin olvidar el compromiso social. Durante más de veinte años donó pan para el Leprocomio de Caracas así como a los que acudían a su negocio a pedir limosna.
La razón comercial que justifica su creación comienza con la costumbre europea de sacrificar los cerdos a la llegada del invierno ante la dificultad de alimentarlos por la falta de forraje. El 11 de noviembre, día de San Martín de Tourts, se iniciaba la mantaza de cochinos y se conservaban salados y ahumados los perniles para consumirlos en Navidad. Heredamos esta costumbre con la diferencia de que los jamones llegaban importados de Estados Unidos y Europa, que aquí eran deshuesados y luego planchados. Para recuperar el peso perdido por la dehidratación y sequedad de las carnes, el jamón se sometía a cocción en un preparado de papelón y sustancias aromáticas como hojas de laurel, guayabita, naranja agria, canela, piña, etc., luego se envolvía en una tela y se planchaba con una plancha de chino calentada con carbón. Una receta de preparación aparece ya en 1899 en el primer libro de cocina venezolana de Tulio Febres Cordero, Cocina criolla o Guía del ama de casa.
¿Qué hacían con el jamón desmenuzado que no se planchaba? Seguramente se lo comían, hasta que uno de ellos decidió darle un uso más productivo: poner esos trozos en un poco de masa de pan sobado, que era el pan de la época, hornearlo y venderlo. Por eso originalmente lo llamaron con jamón y luego quedó en de jamón.
La multiplicación
La receta del pan de jamón es la primera de nuestra cocina que tiene un nacimiento netamente comercial y no hogareño. Normalmente y desde sus comienzos, la mayoría de las preparaciones culinarias han surgido de manos familiares, en el fogón domestico, y luego han llegado a la mesa pública interpretadas por cocineros profesionales. En este caso ha sido a la inversa. Nació público y se hizo familiar. Comenzó en una panadería, dónde más, y es sólo en los últimos años que ha comenzado a ser elaborado cada diciembre en los hogares, a nivel artesanal, por eso es que su receta no aparece en los recetarios nacionales ni en publicaciones especializadas sino a partir de 1982.
El pan de jamón ilustra mejor que ninguna otra preparación cómo una comida nacida en un punto específico de una ciudad puede transformarse rápidamente, en apenas un par de generaciones, en un alimento de carácter regional y nacional. Ya en 1934 hay registro de su oferta pública en Maracaibo, en la panadería La Zuliana, por ejemplo. Su rápida masificación se debe a que los ingredientes que lo componen, es decir harina, jamón, mantequilla, aceitunas y pasas, son fáciles de obtener en cualquier parte del país. No son producto del paisaje de cada región sino que están accesibles a cualquiera que disponga de los recursos para adquirirlos en el mercado más cercano. Otro factor es la practicidad en su consumo que no requiere de un escenario específico para su ingesta, sino que se realiza con las manos, sin necesidad de cubiertos, sin más ayuda que una servilleta, de pie, sentado, solo o acompañado, como complemento de un café o chocolate, desde el desayuno hasta la cena, a cualquier hora del día, cuando nos provoca.
Entre las motivaciones del consumidor y sus preferencias, hay un factor de éxito, para mi el más importante, que tiene que ver con el gusto y la percepción organoléptica, cosa que los antropólogos e investigadores de la alimentación no acostumbran muchas veces a considerar en sus investigaciones. ¿Por qué a los venezolanos nos gusta tanto el pan de jamón? ¡Porque es sabroso! La combinación pan y jamón, aceitunas y pasas, reúne los elementos necesarios para ofrecernos satisfacción plena en el paladar poniendo a funcionar los cuatro componente principales del gusto enviando al cerebro el mensaje necesario para proporcionar placer desde el primer mordisco e incluso antes, con el aroma que inunda el ambiente allí donde se hornea y donde quiera que se sirva y comparta.
La tradición
Las sociedades tratan de explicar sus orígenes y su historia a través de objeteos y representaciones que interpretan lo antiguo, lo remoto. Lo de hacerlo a partir de lo que comemos, es algo nuevo. A diferencia de la arqueología inmutable y estática, el patromonio gustativo tiene la ventaja de que se puede analizar en presente, no solo reconstruir su pasado, sino revivirlo cada día, salvaguardando una costumbnre, haciendo viva su historia, proyectándola hacia el futuro.
¿Cómo nace una tradición alimentaria, cuánto tarda en formarse? ¿Qué atributos requiere para ser considerada baluarte de un pueblo, de una región, de un país? ¿Por qué en Navidad? La palabra tradición viene del latín, traditio, que implica transmitir y para que el conocimiento, gusto y elaboración del pan de jamón se transmitiera y multiplicara por todo el país no requirió de mucho esfuerzo, comparada con preparaciones que vienen de tiempos anteriores, incluso prehispánicos.
A comienzos del siglo XX Venezuela era un país austero y endeudado y Caracas una ciudad de apenas 90 mil habitantes y 400 esquinas donde la vida transcurría alrededor de la plaza Bolívar. Las penurias de una población mayoritariamente pobre trataban de olvidarse con la celebración del nacimiento de Jesús, con la Navidad como ocasión de comer bien y brindar con lo bueno esperando la prosperidad. A las hallacas, el pernil, la ensalada de gallina y el dulce de lechosa que se hacían en casa, se fue agregando el pan de jamón que se compraba en las panaderías que en ese entonces eran auténticas tiendas de delicadeces con lo mejor venido de ultramar. Precursoras de los bodegones actuales. El cronista Lucas Manzano, hablando de los usos y costumbres de la ciudad capital, escribe: “Creo que desde Cipriano Castro para acá, fue cuando las festividades navideñas comenzaron a tomar cierto auge. Porque antes, en La Pastora, sólo se acostumbraba ir a las misas de aguinaldo y regalar a algunos vecinos y otras amistades una rosca de pan dulce, confeccionado en la propia casa”. Luego vino el petróleo y nos cambió la vida para siempre, para bien y para mal.
Podemos comer pan de jamón en cualquier época del año, pero en diciembre nos sabe diferente, nos sabe mejor, porque nos recuerda que estamos en Navidad. Pero, sobre todo, porque el pan de jamón es más que un alimento, es tradición y símbolo de unidad e identificación de toda una nación.
La despedida
Rafael Cartay, el autor más prolífico en asuntos de investigación alimentaria en Venezuela, con más de diez títulos sobre el tema, dijo en una presentación de su Diccionario de Cocina Venezolana (2006), que El libro del Pan de Jamón era la primera investigación seria y documentada de una preparación venezolana que hoy es de consumo obligado cada navidad. No lo sabía. Hoy debo confesar que todo comenzó con una entrevista que me hicieron en 1982 donde dije que el pan de jamón era de origen europeo y que venía desde tiempos coloniales. ¿Estás seguro de eso?, me preguntó una de mis hijas. Honestamente, no lo estaba. Comencé a averiguar sobre su origen y hoy podemos decir que tiene fecha, partida de nacimiento y paternidad reconocida. Ben Amí Fihman, en el prólogo mi libro, de 1986, escribe que “la solución al misterio del pan de jamón, requería tan solo de un corto viaje… a la vuelta de la esquina, de algunas esquinas de la vieja ciudad de Caracas. Y quiso el autor dar parte de su descubrimiento al lector venezolano”.
Para mí, el pan de jamón es la principal y más importante contribución propiamente venezolana a la gastronomía mundial, más incluso que la hallaca, derivada del tamal, o de la arepa compartida con otras culturas indígenas americanas. Y si en la primera investigación llegué hasta la esquina de Las Gradillas y descubrí la Panadería Ramella, donde se inventó el pan de jamón, hoy podemos agregar que su creador es el doctor Lucas Manuel Ramella Martínez. Mientras tanto, seguimos sin saber dónde está el avión donde se perdió su hijo Gustavo Ramella Vegas.
Ad perpetuan rei memoriam.