¿Cómo vamos a hacer el socialismo entregándole los espacios vitales del pueblo al Sambil?, preguntaba hace catorce años a sus parciales un exaltado Hugo Chávez, lanzándose como un torpedo contra lo que a su juicio no era más que expresión de un comercio desmesurado y consumista, del «latifundio urbano». Un verdadero crimen contra el ciudadano, afirmaba.
El comandante estaba en el apogeo de su concepción mesiánica del poder, lo que le permitió, en ese y otros campos, todos los desbordes de su talante autoritario y militarista Forrado con su casaca verde oliva y usando a placer los medios públicos y privados se sentía dueño y señor de Venezuela. Así se ejercía (y se sigue ejerciendo) el poder en esos días: sin ningún tipo de límites ni contrapesos. Cero división de poderes. Chávez dijo: «¡No, no y No!» Y eso bastó.
Su palabra se cumplió pasando por encima de las decisiones de la primera autoridad del municipio y el ayuntamiento del Distrito Capital. Tenía que ser así, dado el cariz dilemático que dio Chávez a la decisión: O el socialismo o el Sambil, que era decir socialismo o capitalismo. Aunque la razón esgrimida fuera que el tráfico iba a colapsar el centro de Caracas. Una clínica, un hospital o una universidad era lo conveniente. ¿Y eso no traería tráfico?
La inauguración del centro comercial, ubicado en la céntrica parroquia de La Candelaria, donde habría de funcionar 320 locales comerciales y un estacionamiento para 4 mil vehículos, se paralizó dejando en suspenso una inversión mil millonaria, sumada la de los constructores y la de los comerciantes que habían adquirido locales.
Allí comenzó el calvario de la edificación, expropiada de hecho sin indemnización y sin que se diera alguna decisión emanada de un órgano del Estado, en este caso de la Contraloría General. El Sambil de La Candelaria fue convertido en albergue de damnificados, cuyas antenas de Directv podían observarse a todo lo largo de los muros exteriores del estacionamiento, depósito de de colchones o de la misión Mi Casa Bien Equipada. Y así pasaron los años.
El jueves pasado fue un ambiente de fiesta, un verdadero jolgorio, lo que reinó en la inauguración del centro comercial satanizado por Chávez, sin presencia de ningún personero del oficialismo, ni municipal ni nacional. Nadie da la cara para explicar cómo se resolvió el dilema existencial para la revolución –Socialismo o Sambil–, ni mucho menos quien justifique por qué no se van a resarcir los ingentes daños ocasionados a los constructores y a los comerciantes. Eso ni pensarlo.
El dilema ya sabemos cómo se resolvió: el socialismo chavista, ese que calcando el modelo castrista de los 60 quisieron imponer a base de expropiaciones, invasiones, confiscaciones, competencia desleal y todas las perversiones de una economía estatizada y centralizada están siendo dejadas atrás, antes que la hecatombe económica que produjo termine por implosionar las bases del proyecto de perpetuación en el poder en el que persisten, más allá de diálogos en el extranjero.
Nadie, lo sabemos, va a responder por los daños ocasionados en el caso del Sambil de La Candelaria, como tampoco lo han hecho con los estropicios ocasionados a la industria, al agro, al comercio, a la generación de servicios –algunos ya irreversibles– y provocaron una crisis que sumió en la miseria a los venezolanos. El incipiente movimiento económico del círculo chavista se levanta sobre una estela de escombros.
Así, pues, avanza el nuevo proyecto del madurismo, desdiciéndose de lo dicho y hecho por Chávez en materia económica, para tratar de evitar el resquebrajamiento definitivo del piso político. Chávez afirmó que tendrían que sacarlo de Miraflores para que el Sambil de La Candelaria abriera sus puertas. De Miraflores salió por razones de causa mayor. Ahora sus lenguaradas socialistas van siendo dejadas en el olvido.
Periodista Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar