Amigos lectores:
I.
Las 12 páginas del PDF de hoy se reparten entre dos dossier. El primero de ellos, propuesto y coordinado por Corina Yoris-Villasana, está dedicado a recordar a Simón Rodríguez (1769-1854), pensador, educador, fundador de escuelas, maestro y tutor de Simón Bolívar. El texto de apertura, de Yoris-Villasana se titula Un caraqueño llamado Simón Narciso Rodríguez: “Transcurre la niñez de Simón Narciso bajo la mirada atenta del clérigo Carreño, quien le enseña sus primeras letras. A la edad de 20 años, como es descrito en sus diferentes biografías, es autorizado de manera oficial por el Cabildo caraqueño, 1791, a desempeñarse como maestro de escuela. Rodríguez fue un verdadero maestro consigo mismo y es, precisamente, ese ejercicio autodidacta, la génesis de su carrera como educador”.
Trozos y trazos de Simón Rodríguez se titula el ensayo de Enrique Alí González Ordosgoitti: “Acertadamente se centró en la necesidad de educar y la aprehendió de un mordisco que más nunca quiso soltar. Sus reflexiones educativas las escribió a trozos, y como tales hay que leerlos, con la previsión de que dichos trozos nos describen trazos de su vida y de las circunstancias (a lo Ortega y Gasset) que le tocó vivir en ese momento. Cuánta identidad entre vida y obra hay en Simón Rodríguez”.
Juan José Rosales escribe Republicanismo mórbido: “Como si de un Hipócrates político se tratara, el filósofo venezolano adelanta un primer diagnóstico sobre la salud social de las repúblicas. En “Pródromo” a Sociedades americanas en 1828, advierte que las repúblicas establecidas por europeos y africanos en suelo de los indios están afectadas por una decrepitud prematura, un mal presente casi que desde su nacimiento (…) Un caso clínico impactante, criaturas que desde sus primeros años de vida exhiben achaques y dolencias propios de la vejez”.
En Simón Rodríguez: maestro, desadaptado, Marta de la Vega Visbal dice: “Sin duda, era un trashumante y un inquieto que, desadaptado y solitario, tuvo un comportamiento amargado, errático y sin asideros. J. A. Cova, uno de sus historiadores, califica su conducta con rasgos psicopáticos, sin negar su genialidad. Su talento improvisador, sin la posibilidad de atenerse a sus propios planes, sin disciplina, embrollador, desordenado y con una irregular vida privada, le trajo malquerencias con autoridades y con vecinos”.
“Un pueblo de filósofos” o la utopía de Simón Rodríguez se titula el recorrido de Carlos H. Jorge: “Quien lea a Simón Rodríguez al trasluz de la ilustración puede apreciar que no es, en sentido estricto, un philosophe del enciclopedismo; sin embargo, no podrá dejar de notar en él un cierto aire de familia. Pues tiene mucho que ver con el espíritu del siglo XVIII un reiterado concepto de filosofía que está tan ligado a la creencia entusiasta de que la filosofía puede llegar a ser instrumento colectivo –no solo de los especialistas del gremio de “los pensadores”–.
Por su parte, María Ramírez Delgado habla de El tejido aforístico de Simón Rodríguez: “El aforismo robinsoniano no tiene por hilos ni imágenes ni metáforas, sus fibras son propuestas que se desenrollan en un escenario de preguntas, donde el espectro de lo pedagógico, de lo político y lo moral toma posición entre los logogramas que rompen con la linealidad del discurso escrito”. El dossier ocupa las páginas 1 a la 7.
II.
Andrea Rondón García, miembro del Comité Académico CEDICE Libertad y Directora del Instituto Ludwig von Mises Venezuela de Venezuela, ensambló el dossier conformado por 10 reseñas de libros fundamentales del pensamiento liberal, guía de especial utilidad, no solo para estudiosos de la filosofía, la política o la economía, también para el lector interesado en el debate de ideas de nuestro tiempo.
Óscar Vallés escribe sobre John Locke: “Esa facultad moral y sociable de la razón fundamenta transversalmente todo el Second Treatise. Desde su elegante formulación del hipotético estado de naturaleza, esto es, de lo que sería la vida sin un poder público común, hasta el derecho a la desobediencia civil para derrocar a un Estado irrazonable. Los principios de la racionalidad y la razonabilidad los expone Locke al inicio de su libro. La racionalidad es inherente a la razón humana, porque solo así las personas pueden “ordenar sus acciones y disponer de sus posesiones y personas”. Y experimentamos esa ordenación y disposición mucho mejor cuando no pedimos permiso ni dependemos de otros, para realizar algunos actos o disponer de nuestro tiempo”.
Andrea Rondón García se concentra en Camino de servidumbre, de Friedrich A. Hayek: “¿Por qué se llama así? porque a lo largo de este libro se plantean preguntas sobre la compatibilidad entre la planificación centralizada de la economía y el Estado de derecho y si la planificación centralizada de la economía degenera en un totalitarismo en lo político. La respuesta es que la planificación centralizada de la economía no es compatible con el Estado de derecho; que con esta planificación se eliminan las opciones del individuo y se queda a merced de los monopolios gubernamentales”.
Ricardo Manuel Rojas reseña el libro de Ludwig von Mises, La acción humana: “Mises entendía que ese estudio de la acción humana debía ser la base para el tratamiento de todo fenómeno de interacción, no solo para dilucidar los problemas catalácticos: “Estos problemas no son más que un sector de la ciencia general de la acción humana, y como tal deben abordarse” (concluye en su introducción). Por eso, al destacar el esfuerzo de la praxeología por buscar conocimiento universalmente válido en el campo económico, Mises se lamentó de que no hubiese sucedido lo mismo en otras áreas de las ciencias sociales”.
El comentario dedicado a La riqueza de las naciones, el clásico de Adam Smith, corresponde a Thomas Chacón: “en el genio de Adam Smith encontramos interés por diferenciar a lo humano del resto de las especies, porque es allí donde conseguimos al carácter de la persona que genera riqueza a las naciones”.
Carlos J. Rangel nos habla de Del buen salvaje al buen revolucionario, el fundamental libro del pensador venezolano Carlos Rangel: “Puede ser que Rangel no hubiese querido que su libro sobre Latinoamérica mantuviese esta vigencia actual como radiografía que diagnostica traumas en necesidad de tratamiento. Él nos lo dice en su introducción: “… desde Bolívar hasta Carlos Fuentes, todo latinoamericano profundo y sincero ha reconocido… el fracaso –hasta ahora– de la América Latina.” Ese “hasta ahora” es clave para entender el propósito de la obra de Carlos Rangel: fortalecer la democracia liberal y limitar la función del Estado para que florezca el desarrollo económico y social. Es decir, promover la libertad; esa condición que permite a cada ser humano desarrollar su potencial propio como tal. Si la democracia y la libertad imperasen hoy día en Latinoamérica, Del buen salvaje al buen revolucionario sería un cuento olvidado, no una denuncia permanente de nuestras fallas: mercantilismo, paternalismo, victimismo, narcisismo, clasismo, racismo, y de la hipocresía intelectual y ceguera cómplice ante estas fallas”.
De Frédéric Bastiat se ocupa Gabriel Gasave: “Estudioso de las obras de Adam Smith y otros economistas clásicos, dedicó parte de su breve existencia al periodismo y la política, y aunque no llegó a conocer los aportes de la Escuela Austriaca de Economía, se percató de que era menester del buen economista entender el comportamiento de los seres humanos antes que pergeñar teorías inspiradas en las ciencias naturales desde una torre de marfil.”.
“Los Grundsätze de Menger (1871) fueron concebidos originalmente como el primer volumen de un tratado más amplio, pero el resto nunca se materializó. Los Grundsätze se ocupaban sobre todo de exponer los conceptos de la teoría subjetiva del valor, y aquí hay que indicar que muy a pesar que Jevons y Walras trabajaron en torno a conceptos similares, el grado de profundidad de Menger es excepcional; Menger es el único que añade la escasez relativa de los bienes, a la de las necesidades, y esta, que a veces se presta a confusión no es una necesidad sicológica, sino económica”: escribe Daniel Lahoud sobre Carl Menger.
Sobre El cálculo del consenso, de James Buchanan y Gordon Tullock escribe Martín Krause: “Como veremos, al cambiar ese supuesto básico, la visión que se tiene de la política es muy distinta: el político persigue, como todos los demás y como él mismo fuera de ese ámbito, su interés personal. No se puede definir algo como un “bien común”, un resultado particular que sea el mejor, pero sí se puede evaluar un proceso, en el que el resultado “bueno” sea aquel que es fruto de las elecciones libres de las personas. ¿Existe entonces un mecanismo similar a la “mano invisible” en el mercado, que guíe las decisiones de los votantes y las acciones de los políticos a conseguir los fines que persiguen los ciudadanos?”.
A María Marty corresponde reseñar la novela -excepcional: una novela entendida como un clásico del pensamiento liberal-, de Ayn Rand, La rebelión del Atlas: “La novela presenta un mundo dividido en dos tipos de hombres: los productores y los saqueadores; aquellos aceptan la realidad y la propia naturaleza, y aquellos que deciden negarlas; aquellos que deciden pensar y actuar por sí mismos, y aquellos que lo evitan transformándose inevitablemente en parásitos de los primeros”.
Al cierre, parte inferior de la página 12, Nasly Ustáriz comenta La economía en una lección, de William Hazlitt: Su estilo de escritor, pese a no haber culminado sus estudios universitarios, tiene un lenguaje claro y directo, proveniente de sus sistemáticas lecturas de los clásicos, tanto antiguos como modernos, como relatan sus biógrafos. Pero, según señala Llewelyn Rockwell, ese estilo era consecuencia directa de su fidelidad a la norma que el mismo Hazlitt se había impuesto y con la que podemos resumir el motor de su obra: “Buscar ante todo las cualidades esenciales –coherencia, claridad, precisión, sencillez y concisión“.
Reciban mis buenos deseos.
Nelson Rivera.