Amigos lectores:
Abre esta edición -penúltima del 2022- con el homenaje que un grupo de sus colegas, Alfredo Álvarez, Manuel Malaver, Ramón Hernández, Ana María Matute -recientemente fallecida-, Hilda Lugo y Hernán Lugo Galicia hacen al periodista, editor y generoso lector que fue Argenis Martínez (1943-2022). Tienen los artículos elementos en común: todos fueron escritos por colegas de Martínez, todos fueron sus compañeros en la sala de redacción de El Nacional, todos perfilan, con inevitables matices, al mismo hombre: un profesional de la redacción, que transcurría a sus anchas en el calor y las urgencias del diarismo, que escuchaba y aconsejaba, que nunca se impuso a los demás valiéndose de sus altos cargos editoriales. Escribió Hernán Lugo Galicia una frase que suscribo: durante muchos años, Argenis fue el alma de El Nacional. El hombre que siempre estaba allí, en su despacho -una silenciosa sala de máquinas-, pensando en la jerarquía de la primera página, en el verbo pertinente del titular, la mancheta o en el editorial del día siguiente. De todo esto y más, de su disposición y su solidaridad innata, hablan las páginas que aquí se le dedican. A estos testimonios sumé la reseña que el periodista y poeta Alberto Hernández escribió de la biografía de Miguel Otero Silva, que Martínez publicó en 2006, como parte de la Biblioteca Biográfica Venezolana. Sin embargo, no quiero cerrar este capítulo sin recordar al Martínez irónico, que irrumpía con un sarcasmo o una frase cargada de ingenio, cuando nadie lo esperaba. Y tampoco puedo dejar de mencionar su cultura literaria, nunca previsible. Mi sensación es que no se sentía obligado a leer el libro del momento, sino autores con los que cultivaba una devoción lectora de años. No digo más. Prefiero copiar aquí un párrafo del texto de Ramón Hernández: “Argenis Martínez era ajeno al relumbrón, pero siempre fueron pocos sus esfuerzos por pasar inadvertido. En su caso, siempre puso el cargo a brillar, nunca él con el cargo. Su nombre no aparecía como jefe de redacción, pero todos sabían que detrás de ese periodismo investigador, riguroso y responsable, estaba un periodista de gran calado que no buscaba figuración sino hacer el mejor periodismo: bien investigado, bien estructurado, bien redactado, exactamente titulado y mejor presentado. Despreciaba las patrullas con las sirenas y luces encendidas en medio de la oscuridad”.
La lectura de Camila Pulgar Machado que viene en la página 6 se concentra en un libro inteligente, peculiar, inclasificable y revelador: Arqueología sonámbula, de Juan Cristóbal Castro. Como escribe Gina Saraceni en la contraportada, es una “combinación de repertorios discursivos como la anotación, el relato, la cita teórica, la foto, la argumentación crítica, el archivo histórico, la nota al pie de página”. Insisto: un libro luminoso, inédito en su estructura y enfoque, un modo personalísimo de aproximarse al deterioro, a las ruinas venezolanas. Escribe Pulgar Machado: “Castro cava pasajes en medio de la contingencia del arqueólogo y produce un repertorio que se mueve a brincos, como rustiqueando, en el intrincado ritornelo geológico del valle de Caracas. Va de la situación política que llega hasta años de protestas y tortura: “Presos por protestar siguen sometidos a tratos crueles” dice un recorte de prensa (imagen 7). Continúa con “un breve itinerario de los lugares que se han destruido”. Hace una disertación lúcida sobre Miranda en La Carraca y “el fatídico destino del archivo criollo” que entiende como una constante en la historia nacional. Y se detiene a fondo en el sentido de las ruinas al excavar en dos paradigmas: 1) el deslave de La Guaira (lee a Paula Vásquez: Poder y catástrofe: Venezuela bajo la tragedia), 2) la Torre Confinanzas (de David o de Babel de donde extrae la portada del libro gracias a la colaboración de Ángela Bonadies y Juan José Olavarría)”.
A continuación, Guillermo Tell Aveledo, Decano de la Facultad de Estudios Políticos y Jurídicos de la Universidad Metropolitana, presenta La patria que viene, libro que recoge conversaciones entre Paola Bautista de Alemán, académica, autora de varios títulos y dirigente política, y Julio Andrés Borges, abogado, fundador del partido político Primero Justicia , ex presidente de la Asamblea Nacional y ex Comisionado Presidencial para las Relaciones Exteriores del gobierno interino. Escribe Aveledo: “Sin dejarse traicionar por el desánimo y el pesimismo, actitud impropia para alguien que ha asumido esta faceta del ejercicio ciudadano, nos presenta con crudeza lo que puede ser una crítica –y autocrítica– de los últimos años: desde la victoria unitaria en las elecciones parlamentarias de 2015 al auge y crisis del gobierno parlamentario, pasando por la dura represión de la protesta ciudadana en el año 2017. Expone con eso no solo creencias y convicciones sobre lo ocurrido, sino también una crónica de este tiempo con una prospectiva sobre su dirección actual”.
En junio de este año, la Academia Nacional de Ingeniería y Hábitat realizó una serie de foros -están disponibles en You Tube- sobre las obras públicas inconclusas o paralizadas en Venezuela (lo que tiende un hilo evidente al interés de Juan Cristóbal Castro por las ruinas). La información recopilada por los distintos ingenieros ponentes -sin olvidar la advertencia de que en muchos casos se trata de datos parciales- abruma: centenares de obras, mega inversiones perdidas, esfuerzos que no culminaron en nada, la pérdida como un destino irreversible de los recursos públicos.
Entrevisté, sobre esta perturbadora cuestión -por cierto, creo que merece un debate a fondo en el seno de la sociedad civil organizada, para intentar responder qué hacer cuando corresponda- a la ingeniero Celia Herrera, experta en materias como transporte, urbanismo y otras afines. El breve intercambio es apenas un abreboca de una materia de complejas y poderosas resonancias. Está en la página 8.
El próximo 14 de diciembre se cumplen 100 años de un hecho capitular en la historia venezolana: el reventón de “El barroso II”, de la Venezuelan Oil Concessions LTD, en la Costa Oriental del Lago, en un lugar próximo a Cabimas. No era ni el primer pozo ni el primer estallido, pero fue éste el anuncio decisivo para las élites, fundamentalmente gubernamentales y empresariales, de que el petróleo había llegado para incorporarse como una fuerza configuradora a la economía y a la existencia de la nación venezolana. En las páginas 9, 10 y 11 se despliega el ensayo de Miguel Ángel Campos, El Barroso II: una biografía inconclusa (también aquí reaparece lo inconcluso), potente armazón donde la reflexión se alimenta de la abundante data recopilada y ordenada por el autor. El ensayo, que merece el tiempo y la concentración del lector, arranca así: “E l día 11 de noviembre de 1922, Henri Pittier llega a Valera, había estado en Mene Grande entre el 26 de octubre y el 3 de noviembre. Es una estación en sus exploraciones botánicas de la cuenca del lago de Maracaibo, cuyo informe aparece en forma definitiva de libro en 1923 (Exploraciones, botánicas y otras, en la cuenca de Maracaibo) De Mene Grande se dirige a Maracaibo con la intención de reposar, pues no se siente bien. Decide hacer la ruta del piedemonte buscando un clima temperado y como ha elegido el caserío El Dividive, especie de punto de irradiación, se estaciona en Valera. Allí permanece “por unos doce días, durante los cuales me recobré de un fuerte ataque de disentería contraído en Mene Grande” (Pittier, Henri, Trabajos Escogidos, pág. 83). Por fortuna, el contagio no deja secuelas y decide regresar de inmediato a Maracaibo por la vía de La Ceiba, son los años de mayor actividad del ferrocarril La Ceiba-Motatán, alguna vez proyectado para llegar hasta Trujillo”. Y sigue, por un camino de asuntos que nos conciernen.
Las páginas 13 y 14 están dedicadas a la caricatura, de forma particular, a la caricatura política. Tulio Hernández ha editado El poder de reírse (Editorial Frontera Viva, Colombia, 2022), antología que reúne trabajos de Rayma, Almarzaale, Edo, Pinilla y Weil. La publicación es, en su potente visualidad, un documento de la destrucción: de las libertades, de la calidad de la vida, de la viabilidad económica. Dice Hernández, en el prólogo de la edición, que incluimos aquí: “Durante estos veintidós años, junto al trabajo persistente de maestros como Zapata, quien nos dijo adiós en el 2015, el país vio surgir una nueva generación de caricaturistas que incorporaron nuevos lenguajes, recursos expresivos y tendencias, manteniendo lo esencial de la caricatura política, su capacidad para confrontar el poder, desnudarlo, desmontarlo y señalarlo en sus abusos, perversiones y distorsiones”.
En este punto me despido. Todo lo mejor.
Nelson Rivera.