Rafael Fauquié: Culto a la escritura

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Escribir pertenece al dominio de lo táctil más que al de lo oral. En la escritura hay comunicación entre una mente que dicta y una mano que escribe; continuidad entre la idea y la palabra: esfuerzo de la mano y la mente íntimamente unidas. Viejo ideal de la escritura: que nuestra mano alcance a ser tan rápida como nuestro pensamiento, que logre copiar a la velocidad que piensa la mente que le dicta.

La escritura se acopla a la personalidad de quien escribe. La grafología es la rama de la psicología que considera la letra como una muestra del carácter del escritor. Escritura grande o chica, apretada o suelta, rápida o lenta, pesada o ligera, ascendente o descendente… Signos todos de aquél quien se expresa a través de su escritura.

El más remoto antecedente de la escritura fue la pintura. Antes de escribir, el hombre dibujó. Igual a lo que sin embargo sucede individualmente en cada ser humano, cuando el niño antes que aprender a escribir vuelca su imaginación y su decir en dibujos. Por la pintura, a través de ella, el ser humano primitivo inició la ritualización de su contacto con el mundo. En la ilustración de sus acciones y sus creencias, de sus anhelos y sus miedos, comenzó el más remoto antecedente de la palabra escrita. Dibujos de escenas de cacerías, representaciones de animales, confusos diseños de vagas deidades fueron el primer itinerario de la escritura humana.

Ha comentado Borges que algunos de los seres que más influencia ejercieron en la historia de la humanidad, jamás escribieron palabra alguna. No lo hicieron, por ejemplo, ni Sócrates ni Cristo. Borges recuerda que las únicas palabras que, según los Evangelios, Cristo escribió fueron unos breves trazos grabados sobre tierra e inmediatamente borrados. En su escrito “Del culto a los libros”, Borges se detiene en una idea: la sacralización de la palabra escrita no ha sido un fenómeno constante en la historia de los hombres. “Para los antiguos –dice- la palabra escrita no era otra cosa que un sucedáneo de la palabra oral”. Platón, recuerda Borges, declaró alguna vez que el hábito de los libros hacía descuidar a la gente el sentido de la memoria y los volvía demasiado perezosos y dependientes de los símbolos.

 

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