Guadi Calvo: Kivu del Norte, el rincón más oscuro de África

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Algún dios terrible, la naturaleza o muy posiblemente el diablo, han sido extremadamente pródigos con esa geografía que hoy se conoce cómo República Democrática del Congo (RDC), a quien a cambio de sus infinitas riquezas, cobre, cobalto, coltán, oro, diamantes y un largo y extenuante etcétera, también le han otorgado de manera ubérrima devastación y muerte.

La trágica historia de la RDC, vastamente conocida por haber sido secuestrada y convertida en un campo de concentración, exterminio y expolio para provecho exclusivo del rey de los belgas, Leopoldo II, quien desde 1885 a 1908 masacró de las maneras más viles a 20 millones de nativos.

Quizás sea ese estigma, al que le siguió un largo período colonial a manos de Bruselas que no fue menos cruel que el viejo monarca, continúa hasta hoy con revoluciones, golpes de Estado, guerras civiles y dictaduras siempre alimentados por los brutales intereses de las potencias occidentales, que hacen que todavía, de manera diaria, se sigan segando vidas con la misma pasión de los tiempos de Leopoldo.

No solo las riquezas de la RCD, sino también su extensión, han convertido a la segunda nación más grande del continente en un país ingobernable donde desde diferentes fronteras llegan saqueadores disfrazados de milicianos para seguir despojándolo de sus riquezas por orden y cuenta de gobiernos vecinos, potencias transcontinentales o empresas privadas que cotizan en los mercados más prósperos del mundo.

Se estima que en el este de la RDC existen unos 130 grupos armados que se embanderan bajo diferentes consignas políticas o religiosas con el fin de tener una cobertura para disputar contra sus rivales, entre los que se incluye el Estado congoleño, el control de las áreas donde se localizan los yacimientos.

Si bien desde hace más de 20 años la realidad de la RDC tiene la violencia armada como su principal vector discordante, a lo que habría que sumar la corrupción y las componendas de la clase dirigente. Desde 2017 el conflicto armado afincado principalmente en las provincias de Ituri y en las de Kivu del sur y del norte, en el este del país bajo la ley marcial desde mayo de 2021 y gobiernos militares, junto a las fronteras con Uganda, Ruanda, Burundi y Tanzania ha causado cerca de 18.000 muertos en unos 6.500 “incidentes” a los  que hay que sumar unos 700.000 desplazados que se suman a los 5,5 millones de desplazados de conflictos anteriores, habiéndose convertido en la tercera cifra más alta del mundo el año pasado.

Estos últimos números ya han quedado obsoletos tras conocerse que en los últimos días de noviembre se registró una nueva masacre en Kishishe, una aldea a 70 kilómetros de Goma, la capital de Kivu del Norte, junto a la frontera Ruanda, donde habrían muerto al menos 270 pobladores a raíz de un ataque según el gobierno realizado por el revivido grupo 23 de marzo (M23), poniendo en vilo los escasos logros alcanzados en los Diálogos de Nairobi (Kenia) entre el Gobierno federal y unas 60 organizaciones armadas en las que estuvieron ausentes dos de las más poderosas, las ADF (Fuerzas Democráticas Aliadas) y la CODECO (Cooperativa para el Desarrollo del Congo).

Bertrand Bisimwa, el líder del movimiento, autodenominado presidente, negó las cifras, especificando que habían sido solo ocho las víctimas de balas perdidas durante el enfrentamiento cerca de Kishishe y que el número de muertos había sido incrementado por el líder de una milicia tribal de acuerdo con el presidente Félix Tshisekedi para desprestigiar al 23M y conseguir finalmente retrasar las elecciones presidenciales y parlamentarias programadas para diciembre del próximo año, por lo que le espera a la RDC un año extremadamente conflictivo donde los muertos y la violencia volverán a convertirse en un argumento electoral.

Fuga y resurrección

El Movimiento 23 de Marzo, fundado en 2012 por un grupo de militares rebeldes congoleños de la etnia tutsi, tuvo una corta pero activa trayectoria, al punto de conseguir la toma de la ciudad de Goma, capital de Kivu del Norte, la más poblada de la región, con dos millones de personas, de donde finalmente fueron desplazados por efectivos de la MONUSCO la (Misión de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo).

Tras casi ocho años de silencio, el movimiento resurgió en noviembre del año pasado y en junio alcanzó a tomar la ciudad de Bunagana, en la frontera con Uganda, y más tarde las ciudades de Rutshuru y Kiwanja, todavía bajo su control y desde donde pasaron a una nueva ofensiva en octubre. También el grupo de Bisimwa atacó en cercanías de la ciudad de Masisi, al oeste de Goma, y a las afueras de Bwiza, a unos 40 kilómetros al norte de la capital provincial.

Según el presidente Tshisekedi, apoyándose en un informe confidencial de la ONU de agosto último que señala que es Ruanda quien financió la reaparición del 23M, lo que desde Kigali se ha negado e incluso acusado a Kinshasa de complicidad con las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR), un viejo grupo de la etnia hutu, que ha usado la RDC como santuario tras el genocidio tutsi en 1994 en Ruanda.

Para la opinión pública congolesa la actual crisis que vive en las provincias del este tiene su inicio tras el genocidio ruandés, cuando se produjo la llegada de miles de hutus huyendo de posibles venganzas, tras la llegada al Gobierno de Paul Kagame.

En este marco de violencia, el país africano se encuentra absolutamente desguarnecido, con un ejército extremadamente débil no sólo frente a las operaciones del 23M, sino también a grupos como las ADF, que opera más al sur, un grupo de origen ugandés que en su deriva de intereses económicos terminó convirtiéndose al fundamentalista wahabita, cercano al Dáesh global y que ha cometido innumerables ataques en estos últimos años (Ver: Estado Islámico, se expande en África.). O la fuerza del CODECO, milicianos de la etnia lendus, cuyo origen fue una cooperativa agrícola que viró a la violencia armada en los años 2000. Con características de secta elaboró un rito sui generis animista-cristiano centrando sus acciones en Ituri y también en Kivu norte

Frente a la inacción del ejército y la MONUSCO, presente en el país de 1999, las poblaciones afectadas han generado un profundo rechazo contra las tropas de las Naciones Unidas, que además de no haber logrado controlar la violencia pesan sobre muchos de sus efectivos denuncias de abusos y violaciones contra la población civil, lo que ha obligado al presidente Tshisekedi a reclamar su retirada del país, por lo que en marzo pasado pidió a la Comunidad de África del Este (EAC, por sus siglas en inglés) la creación de una fuerza conjunta de tropas regionales para combatir a las milicias en el este de la RDC.

La nueva dotación de militares africanos estaría compuesta por entre 6.500 y 12.000 hombres provenientes de Burundi, Kenia, Sudán del Sur, Tanzania y Uganda, de la que se excluye específicamente a Ruanda.

De dichas tropas ya se han desplegado 900 efectivos kenianos y Sudán del Sur se ha comprometido a enviar 750 efectivos, además de dos batallones ugandeses y otros dos de Burundi, aproximadamente un total de 4.000 hombres.

Mientras tanto sigue llegando información de fuertes enfrentamientos entre las tropas de las FARDC (Fuerzas Armadas de la RDC) con milicianos del 23M, como las del pasado domingo día 11 en el parque Virunga, cuando los insurgentes atacaron posiciones del ejército en el marco de una ofensiva con la que intentan alcanzar Sake, 25 kilómetros al oeste de Goma.

En el marco de la actual escalada de violencia, muchos analistas consideran que las escasas posibilidades de atenuar la crisis humanitaria e impedir el incremento del conflicto armado, podrían de alguna manera repetir, en menor escala, el genocidio ruandés de 1994 en el que en pocos días aproximadamente un millón de tutsis ruandeses murieron a manos de fuerzas hutus ruandesas en una operación en la que ni Francia ni Bélgica han podido explicar después de casi 40 años cuál fue su verdadero rol en la masacre.

Ahora, otra vez, las dos etnias milenariamente enfrentadas que nada conocen de acuerdos fronterizos, podrían estar aproximándose a una nueva masacre, ya que los tutsis congoleños del 23M podrían buscar venganza por sus hermanos ruandeses muertos en 1994 y tienen a tiro de piedra a cientos de miles hutus congoleños desplazados de sus áreas viviendo en diversos campamentos en alrededor de Goma.

La situación actual podría precipitar al caos a toda África central extendiendo ese rincón oscuro de África hasta donde dé lugar.

 

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