Las alianzas ya no son lo que eran. Estructuras otrora sólidas, estables y confiables han pasado a ser referencias líquidas, mudables, flexibles y, en ocasiones, altamente inquietantes. En realidad, siempre ha sido así en la historia de las relaciones internacionales. Pero este diagnóstico debe entenderse como aplicable al tiempo de nuestras vidas o, por decirlo de manera académica, al mundo que surgió del final de la última guerra planetaria. Setenta y cinco años o quince lustros, de los cuales los nueve primeros fueron de férrea estabilidad (codificada como “guerra fría”); en los seis siguientes, el mundo bipolar soviético-norteamericano dio paso a otro no multipolar sino unipolar (bajo dominio de Estados Unidos), aunque sometido a ajustes regionales dispares, que alumbraron una nueva rivalidad entre dos grupos heterogéneos.
El primero está constituido por un núcleo dominante (el denominado “orden liberal”), articulado en dos ejes geoestratégicos (Atlántico y Pacífico) y vectores subsidiarios (y problemáticos) en el Oriente Medio, África, Asia interior y América central y meridional. Frente a este núcleo hegemónico se ha venido alzando una corriente emergente, heterogénea, desigual y débilmente estructurada. Sólo en los últimos años, no más de diez o quince, alentadas por la gran crisis depresiva de finales de la primera década del siglo, una serie de potencias incómodas o abiertamente hostiles al “orden liberal” se han ido acercando, hablando, intercambiando visiones, pero sin llegar a definir un bloque o una alternativa global de poder.
Desde Occidente se quiere ver en China al motor de ese grupo de descontentos o de aspirantes a modificar las actuales bases del sistema mundial. Para Estados Unidos, la nueva rivalidad es un pulso entre democracias y autocracias. En Pekín se impugna el enfoque: no se trata de crear un bloque que pretenda aspirar a la hegemonía, sino de cuestionar la noción misma de hegemonía o de orden universal, que en realidad encubre un sistema de dominación.
En este proceso de ajuste de las relaciones internacionales, las alianzas secundarias se ven continuamente sacudidas por posicionamientos coyunturales y movimientos tácticos, que no llegan a alterar el equilibrio básico, o mejor dicho, el desequilibrio real a favor de Occidente, pero sí abren espacios de relación más plural, más abierta y menos previsible.
El encuentro de dos absolutismos
Este largo introito puede servir para ayudar a entender los últimos movimientos en la esfera mundial, que pueden sorprender desde visiones superficiales o apresuradas. Ciertamente, es chocante que un Presidente de Estados Unidos pasara el verano pasado un mal momento en Arabia Saudí, país líder del cartel de exportadores de petróleo, la materia prima que todavía engrasa la economía capitalista global, y aliado secular periférico de Occidente.
Por el contrario, el líder chino y el Príncipe con poder real escenifican un cálido y sustancioso encuentro. Las relaciones económicas entre China y Arabia Saudí han alcanzado ya niveles de importancia estratégica (1). Los chinos se abastecen en los pozos saudíes de la cuarta parte del petróleo que necesita su economía para afianzarse en el segundo puesto del ranking mundial (del 40% si consideramos a todos los países árabes exportadores de crudo). En sentido inverso, los saudíes adquieren en el gran taller chino una proporción muy notable de mercancías que aseguran su modelo de vida consumista, imitación del occidental. Pero la interdependencia bilateral va mucho más allá de las transacciones energéticas o de bienes de consumo. La cooperación de los últimos años se fortalecerá con proyectos en sectores estratégicos como las telecomunicaciones y en otros convencionales pero muy importantes como la construcción o el turismo, por un valor cercano a los 30.000 millones de dólares (2).
En esta convergencia de absolutismos pragmáticos han cabido actores secundarios de las petromonarquías del Golfo y del resto de la región. Egipto es un ejemplo casi paradigmático. Después de recibir durante decenios la más cuantiosa ayuda exterior de Estados Unidos (a la paz con Israel), en este agente esencial de la arquitectura occidental en la zona se aprecian grietas preocupantes. Desde el fracasado de la primavera aperturista, las pirámides ya no se inclinan solamente hacia el oeste. En el país del Nilo, la diversificación es la nueva divisa.
La reciente cumbre chino-árabe no ha sido sólo un espectáculo de relaciones públicas o una mera operación de afirmación autocrática como se quiere ver en Washington. Es realidad, es una consecuencia lógica de las contradicciones internas en el orden liberal, que se asienta, para su estabilidad, en estructuras autoritarias de poder en la periferia, en esos vectores geoestratégicos secundarios.
Estas relaciones inquietan en Washington, debido al enfriamiento de sus vínculos con las petromonarquías (3). Los desencuentros de RIad y sus socios regionales con las administraciones demócratas no han sido resueltos, al punto de que en el Golfo se anhela el regreso de Trump.
Aaron David Miller, un fino analista de la región y veterano en las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos, recordaba hace unos días un irónico comentario que en su día hiciera el entonces jefe de la diplomacia saudí sobre la naturaleza de las relaciones bilaterales. Saud Al Faisal venía a decir que Washington pretendía mantener un matrimonio católico con Arabia Saudí, mientras que ellos preferían las uniones polígamas, conforme a la tradición musulmana. Varias esposas, valga decir varios aliados, cada cual con su papel asignado y su función definida. Ya sea China (para la expansión económica), Rusia (para asegurar la estabilidad de la OPEP+), Europa (socio múltiple), incluso Israel (una relación en ciernes, secreta, casi impía, pero prometedora). Y, por supuesto, Estados Unidos, garante imprescindible de la seguridad del reino, frente a las “amenazas iraníes”. Sin que eso implique exclusividad (4).
La diplomacia multifacética de Turquía
Algo similar, aunque con características diversas, ha ocurrido con la visita del líder turco al reino saudí. Erdogan no olvida que el ejército turco es el segundo de la OTAN y no reniega del Tratado atlántico, pero su mirada es periférica. Juega sus bazas en las zonas más turbulentas del mundo árabe (Siria, Libia) en posiciones distintas a las que sostienen los países occidentales. Para ello pacta con el Kremlin sin que defender opciones rivales en esos conflictos suponga un inconveniente mayor. Prueba de ello es que negocia contratos de armamento en Moscú, aunque ello le prive de los más sofisticados aviones norteamericanos del futuro/presente.
Y, por si no fuera poco, Erdogan se permite bravuconear ahora con una acción militar contra Grecia, un aliado en la OTAN, con quien mantiene una relación de vecindad siempre espinosa, a cuenta de las islas del Mar Egeo (asunto complicado recientemente por el control de los yacimientos de gas en el Mediterráneo oriental).
En esta diplomacia multifacética, hace ahora el camino de la Meca, después de años de incómoda convivencia, para conseguir dinero, inversiones, negocios con que combatir la pavorosa crisis que atenaza a la economía turca, con una inflación cercana al 85% y una divisa depreciada. Es una operación de supervivencia: Erdogan afrontará por primera vez desde su ascenso al poder la perspectiva razonable de una derrota electoral (5).
La lucha por África
Mientras toda esta actividad periférica seguía su curso, la diplomacia americana, en alianza con el nutrido tejido empresarial, reunía en Washington a los gobiernos africanos para corregir una deficiencia histórica (el desinterés selectivo en la región) y sanar las promesas incumplidas, hechas por Obama en 2014, despreciadas por Trump y ahora recuperadas por Biden (6).
África puede ser terreno menor en el pulso mundial, si atendemos a sus poblaciones (17% de los habitantes planetarios) o a su desarrollo económico, social y humano, pero muy lucrativo en materia primas de indiscutible valor estratégico (7). China le ha ganado la partida a Estados Unidos en África (el valor del comercio chino en la región cuadriplica al americano). Incluso Rusia ha establecido cabezas de puente en materia de seguridad y control. La posición de dominio occidental en el continente, asegurada desde el final de la guerra fría ha perdido empuje y vigencia. Se impone una reconsideración de las alianzas, pero el esfuerzo es ahora un camino cuesta arriba.
Notas
(1) “Xi Jinping en Arabie Saoudite, une visite à multiples enjeux géopolitiques and économiques”. COURRIER INTERNACIONAL, 7 de diciembre;
(2) “The Gulf looks to China”. THE ECONOMIST 7 de diciembre;
(3) “What Saudi Arabia wants from President Xi’s visit”. SIMON HENDERSON y CAROL SILBER. THE WASHINGTON INSTITUTE ON NEAR AND MIDDLE EAST, 6 de diciembre.
(4) “Xi’s Saudi visit shows Rydadh’s monogamous marriage to Washington is over”. AARON DAVID MILLER. FOREIGN POLICY, 7 de diciembre.
(5) “Les pétrodollars du Golfe á la rescousse de la Turquie et d’Erdogan”. PAULINE VACHER. L’ORIENT LE JOUR, 8 de diciembre.
(6) “The United States is back in Africa”. NOSMOT GBADAMOSI. FOREIGN POLICY, 14 diciembre.
(7) “Africa past is not its future”. MO IBRAHIM. FOREIGN AFFAIRS, noviembre-diciembre.