Gustavo Petro, López Obrador, Alberto Fernández y Gabriel Boric.
Ante la crisis peruana, los gobiernos izquierdistas de la región no hablan con una sola voz, dejando en evidencia que no forman un bloque homogéneo.
Mientras en Perú rige el Estado de emergencia y Pedro Castillo sigue en prisión preventiva, el nuevo Gobierno de Dina Boluarte ha mostrado su molestia por lo que considera una injerencia en los asuntos internos peruanos por parte de México, Colombia, Argentina y Bolivia, y ha anunciado que llamará a consulta a sus embajadores.
Dichos países habían expresado en un comunicado conjunto preocupación por el tratamiento judicial que se está dando a Castillo y pidieron priorizar la voluntad ciudadana que se pronunció en las urnas. Pero también hubo reacciones de otro tenor en el ámbito izquierdista a la crisis peruana. La cancillería chilena expresó diplomáticamente el deseo de que se resuelva a través de mecanismos democráticos y el respeto al Estado de derecho. Y Luiz Inácio Lula da Silva, que asumirá el 1 de enero la presidencia de Brasil y es considerado todo un ícono de la izquierda latinoamericana, afirmó que siempre hay que lamentar que un presidente elegido democráticamente tenga ese destino, pero dijo entender que todo caminó dentro de los moldes constitucionales.
Entre dos fuegos
La situación, en todo caso, no es cómoda para los gobiernos democráticos de la nueva marea rosa en la región. La izquierda latinoamericana quedó entre dos fuegos. Si se defiende a Pedro Castillo, se defiende la violación de la Constitución peruana, y si se defiende la Constitución, no se puede defender lo hecho por Castillo cuando cerró el Congreso, dice a DW Diego Raus, profesor de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Nacional de Lanús. El sociólogo y politólogo argentino explica que por eso, la defensa de Castillo es que él no cerró el Congreso, sino que fue víctima de presiones, engaños y manipulaciones. Está diciendo que no dijo lo que dijo, que simplemente estaba presionado.
En opinión de Simón Pachano, politólogo y académico de FLACSO Ecuador, el énfasis que ponen los presidentes de México y Colombia en el hostigamiento sufrido por Pedro Castillo a lo largo de su gobierno se puede interpretar como una expresión de sus simpatías ideológicas. Estas simpatías los llevan, en primer lugar, a desconocer que ese hostigamiento ha sido parte de la política peruana de las últimas dos décadas. (…) En segundo lugar, los induce a ignorar o minimizar el elemento que desencadenó este episodio, y que fue el golpe que dio Pedro Castillo. El académico apunta que aun suponiendo que las acciones de los congresistas hubieran tenido motivaciones desestabilizadoras, en un régimen democrático no se puede justificar el golpe de Estado como respuesta.
Izquierda heterogénea
Lo cierto es que no hay una postura homogénea en el sector. Esto de los gobiernos de izquierda es algo muy ambiguo en América Latina. En estos momentos se considera de izquierda a aquellos gobiernos que no son netamente neoliberales, como fue el anterior gobierno de Chile, o el de Macri en Argentina. Pero hay una heterogeneidad muy grande, hace notar Diego Raus.
Simón Pachano coincide en que hay diferencias entre los protagonistas de este nuevo giro a la izquierda de América Latina. Actualmente aparecen con mayor claridad esas discrepancias, seguramente porque no hay una corriente ideológica unificadora (como fue el socialismo del siglo XXI) y porque no hay un liderazgo fuerte, indica.
Aunque no cree que la crisis peruana tenga un impacto significativo en la región, estima que la posición de los países que justifican el golpe de Pedro Castillo sí puede afectar a la corriente de izquierda, sobre todo, porque constituye una posición desleal con la democracia, y eso puede crear desconfianza entre las fuerzas políticas democráticas.
Por su parte, Raus hace notar que el gobierno de Castillo nunca estuvo bien considerado en la región. Había surgido legítimamente, de elecciones democráticas, pero tenía un recorrido muy sinuoso. En consecuencia, cree que lo ocurrido en Perú no tendrá mayor impacto en la estabilidad democrática más allá de sus fronteras. Pero, en vista del creciente descrédito de los partidos y las instituciones sí debilita, por si hiciera falta, una vez más, la confianza en los gobiernos y las clases políticas.
DW