Se generó así una tradición, que se mantiene viva universalmente con un inventario de rica expresividad cultural. Su razón de ser se enraíza en la historicidad misma del acontecimiento cristiano. El escenario global contemporáneo es bien diferente, comenzando por el del “occidente cristiano”, de marcado pluralismo y desafiante para la fe en múltiples e inéditos aspectos. Con renovadas expresiones artísticas y variados entornos el Pesebre mantiene, sin embargo, su vigencia y viene promoviendo originales iniciativas como la Feria Popular del Pesebre de Coro -amplio abanico cultural de sólida consistencia regional y nacional de fe-.
Una modalidad emergente del Pesebre, en rápida difusión ahora, es el llamado Pesebre trinitario. Comenzó en forma de micropesebre: representación en reducido tamaño de la Sagrada Familia y su compañía de animales caseros, enmarcadas en un triángulo equilátero, representativo del misterio central cristiano, la Santísima Trinidad, Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo. Esa trinitariedad va informando también pesebres grandes, en los cuales al menos la gruta reviste clara forma triangular, explicitando así el misterio íntimo de Dios, que se nos ha revelado por su Hijo encarnado, Jesucristo.
Desafío grande para los cristianos en tiempo navideño es mantener, renovándola, la reproducción figurativa cristiana de la Navidad, evitando su disolución en expresiones neutras como los “Santas” y “Papás Noel” y el paisajismo invernal norteño. En cuanto al Árbol, este tiene una génesis peculiar y se ha venido integrando armónicamente con el Pesebre. Hoy más que nunca se requiere de los creyentes convicciones firmes y manifestaciones precisas de su fe.
Seria reflexión y aguda creatividad reclama la plasmación en el Pesebre de la convivencia –polis- que Cristo inspira y quiere para la humanidad: una sociedad realmente nueva, una “civilización del amor. La fantasiada como promesa definitiva para la humanidad en las profecías del Antiguo Testamento. La paz universal de feliz convivencia humana y comunión ecológica global dibujada con rasgos de penetrante viveza por el profeta Isaías. Recordemos aquí algunas de sus descripciones: “Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra”(2,4). “Serán vecinos el lobo y el cordero (..), el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá (…) el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte” (11,6-9). El Pesebre sea sensiblemente una pedagogía de paz, de dinámico compartir.
Útil y oportuna tarea de inculturación resulta también en este sentido hoy la traducción del hábitat rural y pueblerino del Pesebre tradicional, en coordenadas del actual cambio epocal, con una polis global, en estrecha unión tecno comunicacional y vocación cósmica, pero amenazada por las tentaciones de siempre hacia encierros y confrontaciones. Anhelos y problemas relacionales la humanidad los carga consigo, pero la promesa divina de paz universal permanece.
Retomar, actualizar el mensaje pacificante del Pesebre y proyectarlo activamente en nuestro país y nuestro mundo constituye un imperativo cristiano en la línea de la inculturación del evangelio y la evangelización de la cultura. El Pesebre no es solo grato rememorar de sueños de infancia, sino aguda interpelación de adultez cristiana. Cristo viene para que construyamos la “nueva sociedad” que prepara la Jerusalén celestial (ver Ap 21, 10).
El “pesebre real nacional” genera un ineludible reto cristiano. Cristo quiere encontrar, no la sociedad enfrentada que tenemos, con medio país expatriado, centenares de presos y torturados políticos, una población mayoritariamente miserabilizada y bajo un régimen opresor. Nación como de fieras mutuamente enfrentadas. Sino la convivencia fraterna que Dios Amor, Trinidad, quiere y nos manda tejer con Jesucristo “Príncipe de la paz” (Is 9, 5).