Esta no es una Navidad normal, sino la de un país en extrema necesidad. Por eso la queremos alegre y de abrazos sin fingimiento que nos lleve a reencontrarnos a todos los venezolanos en la reconstrucción que nos devuelva esperanza y vida. Necesitamos una Navidad que rompa cadenas… Luis Ugalde
Sostenía Fernando Savater al momento de serle conferido el Doctorado Honoris Causa por la Universidad “Simón Bolívar” (octubre de 1998): “… La democracia hace que todo el mundo tenga voto y por lo tanto los ignorantes -que desgraciadamente pueden ser muy numerosos- pueden bloquear las soluciones adecuadas, apoyar los integrismos, los populismos, las soluciones brutales, influir, en último término, en el sabotaje de la propia democracia que utilizan, pero la culpa no es puramente del ignorante, sino de quien lo ha mantenido en la ignorancia, de quien no ha luchado por romper esa cadena de ignorancia…” Cuánta premonición en sus palabras…
A tan sólo dos meses de aquellas elecciones que, a pesar de las reivindicativas promesas de quien resultó ganador, se profundizaría la lamentable involución hacia la dependencia, conduciendo a amplios sectores de la población hacia una postura demandante y de acrítica postración. Y así han pasado más de 23 años en los cuales el régimen logró articularse con esos seres enfermos de frustración, pobreza y hambre, que en su desesperanza, se les entregaron en los brazos.
Seres que no fueron apoyados, sino enajenados, pues al régimen no le conviene que se formen adecuadamente, en pro de su autonomía y su desarrollo y bienestar. Seres inmersos en un círculo vicioso en el que el régimen les mantiene sumidos en la pobreza y la ignorancia, y es esa pobreza e ignorancia las que mantienen al régimen en el poder.
El régimen, desde sus inicios, realizó sus mejores esfuerzos para socavar todo el sistema educativo, a fin de supeditarlo a su proyecto político y usarlo como herramienta ideológica con la expresa finalidad de crear al “hombre nuevo” que requiere su “revolución”, mediante su “proyecto educativo”, que consistió en la creación y adaptación de las escuelas técnicas robinsonianas, las aldeas universitarias, las universidades experimentales y la Bolivariana, la Unefa y la del Deporte, etc.
Y paralelamente desarrolló unas estructuras denominadas “misiones educativas”: Robinson, Ribas, Sucre y Vuelvan Caras, todo esto enmarcado en un elevado grado de corrupción, improvisación y pésima calidad, que jamás lograron los objetivos de eliminar el analfabetismo -a pesar de la cacareada campaña publicitaria “Venezuela: territorio libre de analfabetismo”- y formar con calidad al ciudadano para que se incorpore debidamente a los procesos de socialización y producción. Para darle sustentabilidad y “equidad” a este parapeto educativo, ha sido menester plantear la eliminación de las evaluaciones -en primaria y secundaria- y prohibir la reprobación del alumno (a sabiendas que éste no esté preparado para lograr su ascenso al próximo nivel en la escala). En este absurdo recorrido no se hizo nada ni por la educación para el trabajo ni para el desarrollo intelectual, limitándose tan sólo a una movilización permanente en defensa de la revolución.
Y… ¿A dónde nos ha conducido esto?
La ignorancia se nos ha transformado en un problema social muy complejo de abordar, resulta una herida delicada y profunda que contagia cada dimensión de la ciudadanía. Cuando viene acompañada de ese término tan sutil de describir, como lo es la “pobreza de espíritu”, nos viene a la mente la conjunción de factores nefastos: impotencia, desesperanza, apatía y resentimiento. Decía muy bien Platón que “la calidad de la polis no depende de las encinas ni de las rocas, sino de la condición de cada uno de los ciudadanos que la integran”.
Cada vez nacen más venezolanos condenados, desde antes de nacer, a no poder acceder a la cultura y a formar en sí los requerimientos sociales necesarios para poder vivir con dignidad. La mejor forma de mantener esto es seguir dando una educación pobre a los pobres. Por esto, la única y verdadera posibilidad de cambio dependerá de la capacidad de ofrecer una educación de calidad a los más pobres.
La educación de calidad es la única herramienta que permitirá romper con esa cadena de ignorancia, esa ignominiosa cadena que sujeta el destino y la libertad de eso seres manipulados históricamente; romper esos eslabones que sentencian que el hijo del pobre tenga que ser siempre pobre; esos eslabones que pretenden perpetuar que el hijo del ignorante tenga que ser siempre ignorante; considerando que ignorancia significa falta de información o de conocimientos. Es diferente a estupidez, que es falta de inteligencia, y a necedad, que es falta de sensatez. Las tres palabras se confunden con frecuencia y algunas personas suponen que su significado es el mismo.
Sociólogo de la Universidad de Carabobo. Director de Relaciones Interinstitucionales de la Universidad de Carabobo