Desde siempre la escritura ha testimoniado descubrimientos. La viejísima literatura del viaje, por ejemplo, es compañera de muchas miradas humanas sorprendidas, maravilladas u horrorizadas. Lo que se contempla por primera vez está destinado a convertirse en referencia que otros leerán, imágenes que todos podrán reconocer gracias al dibujo de los descubridores. Es larga y amplia la genealogía de la literatura de viajes: desde los antiguos griegos, pasando por las crónicas de los conquistadores de América y, en general, las muy numerosas novelas de viajes y aventuras de los siglos XIX y XX.
Ahora, a comienzos de un nuevo siglo, la palabra testimonial del descubrimiento pareciera ceder paso a la palabra testimonial de la denuncia. En un mundo reducido y, sobre todo, en un mundo vulnerable, la escritura testimonial propende a describir, más que la sorpresa, la preocupación, la angustia… Una escritura ecológica pareciera estarse convirtiendo en la nueva palabra de testimonio ante un planeta agotado en el que las descripciones de lo novedoso ceden paso a las descripciones de lo preservable.
Poder de la escritura: en Los cuatro libros clásicos dice Confucio que nadie, ni siquiera el Emperador, tenía el derecho a modificarla. La escritura era el tiempo y la realidad humanas en ella y por ella expresados. La escritura es más firme y definitiva que la oralidad. Es más fácil equivocarse en la improvisación de una respuesta verbal, rápida y contingente, que en la escritura de una idea a la que hemos abordado por días, meses o años. También la escritura es más riesgosa: los errores dichos en alta voz desaparecen, se olvidan pronto. El error escrito permanece por siempre.
Poder de la escritura: por siglos, la Iglesia Católica colocó en el índice de los libros prohibidos todos aquellos textos eventualmente perjudiciales para el mantenimiento de la ortodoxia. La escritura, palabra permanente, palabra definitiva, es el gran apoyo de las ortodoxias; y la herejía, igualmente volcada en escritura, una de sus principales amenazas. Modernas formas de iglesia como son los sistemas políticos, especialmente los totalitarios, suelen vigilar muy celosamente la circulación de libros subversivos. El orden establecido se asienta en la norma escrita conocida por todos, y toda escritura que postule la alteración de ese orden acatado puede resultar demoledoramente eficaz.
Poder de la escritura: código de imágenes reconocibles y lenguajes compartidos. No existe obra literaria totalmente nueva. Todas nacen a partir de preexistentes repertorios. El libro de hoy se apoya en los libros de ayer. Y aprendemos siempre de los libros. Leyendo lo que el ser humano escribe entendemos mejor al ser humano. La literatura es, por sobre todo, visualización que los hombres poseen de sí mismos, un reflejo de la manera como una sociedad se contempla a sí misma en una época determinada. Borges ha ahondado en el tema de los libros llamados “clásicos”: textos que, escritos por un autor en un momento determinado, trascienden a ese individuo que los escribió y a la época en que nacieron; libros en cuya lectura los seres humanos, a lo largo de las edades, han distinguido verdades innegables y palabras definitivas. Suele haber algo de incontroversial e irrefutable en esos libros que todos los hombres suelen ponerse de acuerdo para citar. En palabras de Borges: “Clásico… es un libro que las generaciones de los hombres, urgidos por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”.