El Universo inconmensurable y el tiempo tal como lo conocemos, se desvanecerán; sin embargo, algunos astrofísicos hablan de una expansión infinita del espacio. Es solamente una hipótesis, lo mismo que el “gran estallido” del Big Bang, que parece repite sempiternamente.
El ser humano irá cambiando, y en cierta forma ya lo viene haciendo. Hoy es realizable sustituir las funciones del corazón por las de un artefacto mecánico, y en un tiempo corto, la inteligencia artificial podrá ser comparada a la humana.
Llegará igualmente el día en que nosotros, el “Homo erectus”, con su pequeño cerebro de poco más de 1.500 centímetros cúbicos, terminará ensamblado en conexiones vivas con cartílagos de acero o latón, y será tan vertiginosa esa interconexión, que los anhelos de los dioses del Olimpo serán cumplidos al instante.
En un período no tan remoto, reinarán sobre el planeta tierra y las galaxias inconmensurables, unas criaturas inteligentes, y ellas serán nosotros, y nosotros ellas, en una simbiosis casi divina, si así puede decir para no enfadar al cielo protector.
A su vez, los humanos empujaremos nuestra subsistencia, y en eso estamos ahora.
A partir de distantes épocas, el hombre y la mujer inventamos la teología, las matemáticas, las leyes, el estado moderno y los viajes a la luna – siendo ahora mismo cuando comenzamos a obtener respuestas, aún no muy claras, de las grandes incógnitas de nuestra existencia.
¿Qué somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿De dónde venimos? ¿Hacia qué lugar vamos? Hasta los momentos, solamente la religión y la filosofía nos dan explicaciones vagas que ayudan malamente a comprender el misterio de nuestra presencia terrenal.
La vida sigue siendo ese arcano sobre un océano de dudas, y a tal cognición, las pequeñas esencias diarias, ejemplo: vivir unos años más, nos magnetizan.
En los bloques de piedra elevados por los antiguos egipcios se lee: “El hombre teme al tiempo, y el tiempo a las Pirámides”.
Todo es incomprensible, y aùn así, cada hombre y mujer, hemos demostrado la capacidad para hacer aquello que anhelamos.
Lo señaló el poeta bajo las sombras de los álamos del río: Esto que tenemos de arcilla, y esto que tenemos de Dios.
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