Ante un nuevo año viene también la idea de una vida nueva: de cosas nuevas que serán frutos de cambios en nosotros. Esos cambios vendrán como consecuencia de contrastarnos con el pasado y proponernos una leve mejoría de nosotros mismos. Digo “leve” porque los pequeños cambios son siempre los que conducen a los grandes cambios y nosotros, en nuestra fragilidad, solo podemos empezar con cosas pequeñas.
Nuestra vida debe estar hilada con un sentido trascendente; si no, será un cúmulo de anécdotas sin finalidad. Para que las vidas tengan sentido deben estar transidas de un orden interno que las impulse hacia adelante. Así esas “anécdotas” no estarán desligadas del fin, sino que serán parte de él y medios conducentes a él.
Por eso es bueno tomarse un tiempo de reflexión en este final de año, para ver qué podemos hacer mejor y qué debemos dejar de hacer. Qué sería bueno seguir haciendo para reforzar así lo positivo en nosotros e incidir en nuestra familia y en nuestro ambiente de trabajo, pues Venezuela cambiará en la medida en que cambiemos nosotros. Esta idea está muy trillada y parece mentira, pues ¿cómo va a cambiar un país con cosas pequeñas cuando los problemas son tan grandes y escapan de nuestras manos?, nos preguntamos. Puede parecer que nada va a cambiar, pero no es cierto: sí cambiará si nosotros cambiamos y como una piedrita en el río que produce ondas, irradiaremos nosotros deseos de cambio en los demás.
No nos propongamos metas altísimas. Con las pequeñas vamos bien. Luchar contra nuestros defectos, moderar nuestro mal genio, ser mejores en todos los aspectos: eso sí que es bueno e incidirá en los demás. Y nos llevará a idear otros medios para alcanzar metas más altas cada vez más. Primero, antes de subir el Ávila, subamos los escalones de nuestro edificio o del lugar de trabajo y solo después de que hemos hecho esto, podremos sentirnos más animados y con fuerza para subir la montaña. Los ideales se concretan en pequeñas acciones. Por eso es bueno pensar cómo concretaremos los ideales: qué acciones concretas podemos hacer para ser mejores. Recuerdo a una colega maestra que me dijo un día: mi propósito para este año es tratar con más preferencia a las alumnas rechazadas por las demás en los salones; a esas que son vistas como menos o nulas por el resto. A ellas voy a dedicarles más atención para elevarlas y ayudarlas en su autoestima.
Con ese propósito, esa maestra no solo ayudó a muchas alumnas. Me ayudó también a mí para que se me ocurriera formularme un propósito. Esto es concretar un ideal y ayudar a otro a concretarlo. Con estas ideas no cambio al país, pero sí que hago lo que puedo hacer y si me acerco a personas que inciden mucho en la sociedad, puedo multiplicar la manera de ayudar a muchos.
Formularse propósitos, además, hace feliz. Uno se siente como nuevo cuando estrena cosas nuevas y empezar de nuevo a andar el mismo camino también da una alegría interior grande. Por eso, ante el nuevo año, pensemos en la vida nueva.