Quizá las carreteras permitan a jesucristo uno entre nosotros en nuestro municipio pero dándole a la vez sentido a todo esto. Ruy Belo.
1- Cristo y la mitología griega. Atlas, figura mitológica, uno de los titanes, superhéroes antiguos, intentó derrotar a Zeus, pero por él fue vencido y después castigado. Una fuerza enorme, la de Atlas, y por eso, esa fuerza –revolucionaria, podríamos decir– debe ser inmovilizada por el gran poder, el de Zeus.
¿Cómo puede el poder inmovilizar a la revolución? Poniéndola en ese oficio interminable de soportar un peso enorme. ¿Cómo se inmoviliza a la revolución? Otra respuesta: transformándola, haciéndola pasar de revolución animal (que cambia de lugar) a revolución árbol –que no puede moverse–.
(Sin embargo, podemos definir dos tipos de revolución, entre muchas otras posibilidades: la revolución animal, revolución vehemente; y la revolución árbol, revolución paciente. No moverse del lugar evidentemente no significa estar muerto.)
El castigo aplicado al revolucionario Atlas: soportar los cielos; más tarde –en la pintura, en la escultura, en las diferentes representaciones– soportar la tierra, el planeta entero.
El planeta pesa tanto que toda su fuerza, la de Atlas, es necesaria. Su fuerza así no desaparece, pero todavía se queda en el mismo sitio, inmóvil, solamente intentado soportar el fardo de un mundo entero sobre su espalda.
2- La figura de Cristo y algunas similitudes –en medio, una vez más, de muchas diferencias–. Cristo que lleva la cruz a espaldas, el mundo entero a su espalda. Pero quizá haya una diferencia esencial.
Con un enorme peso a sus espaldas, físico y concreto, pero sobre todo, simbólico –para los creyentes, Cristo lleva en su espada a la humanidad entera– sin embargo, pese a todo, al revés que Atlas, Cristo camina, avanza. Tiene fuerza para soportar el peso de lo que lleva sobre la espalda y aún así le sobran fuerzas para avanzar, para cambiar de lugar e ir esparciendo sus palabras por diferentes espacios.
Atlas y las Hespérides (1925), de John Singer Sargent
3- Cualquier ser humano que haya hecho un esfuerzo físico prolongado sabe que, en determinado momento, ni siquiera se es capaz de decir una palabra. Hablar exige energía, cansa; cuando ya estamos agotados, hablar se vuelve un esfuerzo físico muy por encima de nuestra capacidad del momento.
Esta es, así, una de las posibilidades para describir la figura histórica de Cristo. Un Atlas, Cristo, que camina cargando un enorme peso, y por el camino tiene todavía energía para hablar. Y no trae informaciones, material que se acumule en un almacén; sino narrativas, parábolas –material para pensar–.
4- ¿Cuál es el peso que te inmoviliza, cuál el peso máximo que soportas en la espalda pero que te permite avanzar?
Cualquier viajero con demasiado peso en la mochila no podrá salir del lugar. Deja de ser viajero y pasa a sr un inmovilizado. Aunque tenga piernas hábiles. Demasiado peso inmoviliza hasta al más fuerte, Atlas.
Viajero, tantas veces en tantos libros, señalado como la designación metáfora para lo vivo: el viajero, lo vivo. El final del viaje, la muerte. Metáfora clásica.
El viajero, sin ningún peso en la espalda, sin mochila, está totalmente ligero: puede moverse fácilmente –sin embargo nada transporta, no cambia la posición de nada que no sea él mismo–. Y no carga ningún peso, es decir, caminar no es para él un sacrificio.
Y sin sacrificio no hay ofrenda, una idea antigua que Andrei Tarkovsky, por ejemplo, recuperó en su última película.
Dar sin sacrificio sería una forma falsa de don, un simulacro de ofrenda. Una broma, pues. Doy lo que no me hace falta. Es decir, doy los restos. Es decir: no doy, finjo que doy.
5- El viajero que avanza sin sacrificio se convierte en turista.
Cristo y los apóstoles no eran evidentemente turistas.
Incluso para los no creyentes esto está claro.
6- Una frase terriblemente maravillosa de Elias Canetti:
“Dios era cojo y creó a los humanos como su muleta”.
Qué maravilloso, los humanos son la muleta de Dios, aquello sobre lo que se apoya.
Y sí, qué terrible, los humanos son la muleta de Dios.
Traducción de Leonor López de Carrión – Originalmente publicado no Jornal Expresso.