Era el día 29 de junio –fiesta de San Pedro y Pablo– de 1951, cuando aquel grupo de jóvenes se ordenaba como sacerdotes en la catedral de Freising. En el preciso momento durante el cual el anciano cardenal Faulhaber imponía sus manos sobre el joven Joseph Ratzinger, una pequeña alondra salió de su nido en el altar mayor, y mientras revoloteaba por la catedral, llamaba la atención de todos con su extravagante y agradable canto.
Nos refiere el mismo Ratzinger que él, más allá de supersticiones, pensó en ese instante que aquel bonito revuelo era una confirmación providencial de que estaba haciendo lo correcto1.
Y efectivamente así fue. Cincuenta y cuatro años después, el destacado teólogo, el implacable prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el hombre duro de Juan Pablo II era elegido como el 265° Papa de la Iglesia católica.
Benedicto XVI vendría a formar parte de ese listado de Papas que desde el siglo XX se han caracterizado por provenir de orígenes –digamos– “plebeyos”2. Campesinos-artesanales (como Pío X y Juan XXIII), de extracción funcionarial (como Pio XII y Pablo VI), de clase media baja (como Juan Pablo II), hijo de un policía de pueblo (como Benedicto XVI) o descendiente de humildes inmigrantes italianos (como Francisco). Y ha sido este grupo de pontífices, más allá de consideraciones subjetivas particulares, quienes al mismo tiempo han perfilado una Iglesia sensiblemente preocupada, enfocada y dedicada a entender y atender los temas sociales.
El 25 de diciembre de 2005, pasados ocho meses de su elección como Papa, Benedicto XVI hacía pública su primera encíclica. Deus Caritas Est, la tituló.
“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino.3
Se entendió –o al menos así lo hacían saber los expertos vaticanistas– que Benedicto XVI, manteniendo la línea de su antecesor, fijaba en su primera encíclica la línea programática de su pontificado. Quizás esa hubiese sido su intención, pero los derroteros de la vida y los planes de la Providencia no siempre coinciden con los planes y proyectos.
Pero más allá de lo programático o no, lo que sí dejaba muy en claro Benedicto XVI en Deus Caritas Est, era precisamente eso, que Dios es amor y que el amor es la base del mensaje de Cristo. No podemos ser cristianos si no entendemos y asumimos esto así. Como bien señalaba el cardenal Renato Raffaele Martino, “En el origen del ser cristiano no hay una decisión ética o una gran idea, sino más bien el encuentro con un acontecimiento, una Persona que da a la vida un nuevo horizonte, y con ello la dirección decisiva”.
Dos encíclicas más ofrecería Benedicto XVI: Spe Salvi (2007), donde desarrolla la idea de la esperanza como virtud teológica indispensable para la salvación, y Caritas in Veritate (2009), encíclica que aborda con fuerza, y sobre todo realismo actualizado, los temas del pensamiento social de la Iglesia.
Sin embargo, el pontificado de Benedicto XVI será recordado en términos históricos por un hecho que poco tiene que ver con lo pastoral –al menos en lo teórico pastoral–: su dimisión.
El 11 de febrero de 2013, al culminar la celebración de un consistorio ordinario público para anunciar las fechas de canonización de las beatas María Guadalupe García Zavala, de México; Laura Montoya, de Colombia; y de los mártires italianos Antonio Primaldo y más de 800 compañeros suyos, Benedicto XVI de manera imperturbable, solemne y absolutamente calmada, leyó en latín (esa lengua que tanto le gustaba y que él promovía con empeño dentro de la Iglesia) su manifestación de renunciar voluntariamente a su cargo:
“Quapropter bene conscius ponderis huius actus plena libertate declaro me ministerio Episcopi Romae, Successoris Sancti Petri, mihi per manus Cardinalium die 19 aprilis MMV commissum renuntiare” (Bien consciente de la seriedad de este acto, con total libertad declaro que renuncio al ministerio del Obispo de Roma, sucesor de San Pedro, confiado a mí por los cardenales el 19 de abril del 2005).
Benedicto XVI renunciaba o, para ser más precisos en los términos, dimitía a su cargo como Obispo de Roma. Renunciar es abandonar, desistir; en cambio, dimitir es dejar un cargo o función, que fue precisamente lo que hizo en ese acto.
Aducía que, por razones de salud, deterioro y debilidad de su cuerpo, se hallaba en incapacidad para cumplir adecuadamente el ministerio petrino. Con esta resolución, Benedicto marcaba una diferencia notable y evidente con el largo y longevo pontificado de su predecesor. Juan Pablo II, con su tesón, nos legó un testimonio del valor de la vejez; Benedicto XVI, dimitiendo, también hizo lo propio.
Entender las limitaciones no es un abandono ni un desistimiento; por el contrario, es una forma excelsa de responsabilidad. Consciente de ello, supo entender que no era el Papa que la Iglesia requería para los tiempos que se viven.
La alondra es un ave pequeña, que comienza su actividad muy temprano en el día, apenas sale el sol. Es un ave inquieta, que con su vuelo ascendente y su entonado canto trae consigo alegría a quienes la aprecian. Es un ave diurna, que una vez comienza a ponerse el sol, vuelve a su nido e inicia su descanso.
Benedicto XVI solía compararse a sí mismo con un buey o con un animal de faena. Sin duda lo fue, trabajó y estudió mucho. Pero su final se corresponde más con la actitud de la alondra, quizás por ello aquel pajarito causó tal revuelo al momento del adsum del joven Ratzinger.
El sábado 31 de diciembre de 2022, a las 09.34 de la mañana, muere el papa emérito Benedicto XVI. “Jesus, ich liebe dich” (“Jesús, te amo” en alemán) fueron sus últimas palabras.
Notas:
Milestones, memoirs 1927 – 1977. Joseph Ratzinger. Ignatius Press. 1998
El término lo utilizan Fernando García de Cortázar y José Ma. Lorenzo. LOS PAPAS Y LA IGLESIA DEL SIGLO XX. Editorial Debolsillo. 2005.
Deus Caritas Est. Benedicto XVI. 2005