La búsqueda del signo en detrimento de la cosa significa; el lenguaje considerado como un fin en sí mismo, como rival de la “realidad”; la manía verbal, incluso en los filósofos; la necesidad de renovarse a nivel de las apariencias… características de una civilización en la que la sintaxis prevalece sobre lo absoluto y el gramático sobre el sabio… E.M. CIORAN, (Silogismos de la Amargura).
Una acotación necesaria…
No creemos que existiera la inmensa incertidumbre si aceptamos en principio que el lenguaje es factor fundamental en la transmisión de valores, pensamientos, creencias, acciones políticas, describe aspectos de nuestra cultura e igualmente, sirve para la persuasión en la lucha por el poder y el deseo de imponer ciertos órdenes y convivencias.
A propósito de los eventos en desarroyo en el país.
Las revoluciones políticas, son antes que nada una cuestión de cambio de mensaje, donde el nuevo lenguaje designa y crea una realidad que escapa a los paradigmas tradicionales de verdad o falsedad, en clara alusión a la tradición aristotélica, el medio del cual se vale la política es la palabra. La política como parte de nuestra razón práctica, como señalara Aristóteles, se basa en la deliberación y en la persuasión que se fundamenta en la comunicación. Pues como él mismo nos dice en su retórica, deliberamos sobre cuestiones que admiten ser de dos maneras a la vez, ya que nadie delibera sobre asuntos que sospecha que ni hubieran podido ser de otra manera en el pasado ni pueden serlo en el presente o en el futuro; en este sentido, Habermas en su teoría de la Acción Comunicativa, afirma que un “discurso” es la forma de comunicación caracterizada no por la coacción o la violencia sino por la argumentación, cuya legitimación procede de que se alcancen ciertas pretensiones de validez. Para Chaïm Perelman la argumentación sirve a un auditorio particular que conoce y discute un tema específico, pero definitivamente convincente cuando busca la adhesión de todo ente de razón. Persuadir, así, se asimilará ese gran pensamiento de la antigüedad al mismo resultado que produce la cacería: el hombre de poder es un cazador que se adueña del alma de otro, o de los muchos, insuflándole sus convicciones, sus maneras, su “verdad”. Las redes por emplear en esta singular cacería tienen que ver, por lo tanto, con la palabra ex profeso se usa para causar la impresión que se desea, para conducir los ánimos, para simular la realidad, falsificación de algo, para desviar la atención o concentrarla según se necesite. El hombre de poder, entonces, adquiere o yeva consigo la destacada capacidad de inventar la verdad que, luego, otros harán suya. Y si fuera el caso desprender alguna conclusión de lo anterior, ninguna más apta, entonces, que la envuelta en una frase muchas veces citada: la palabra o “el más peligroso de todos los bienes que le han dado al hombre”.
Plantagenet y Ana Neville frente a la urna de Ricardo lll…
Recuerdo así la escena II del acto I de Ricardo III. Ayí están Ricardo de Plantagenet y Ana de Neville frente a la urna de Enrique VI, a quien este Ricardo, al igual que lo había hecho con Eduardo hijo del rey y marido de Ana, había asesinado. El diálogo entre eyos: Gloucester, futuro Ricardo III, y Ana, viuda y también huérfana por razón de la muerte de su suegro, es nuestro telón de fondo.
La escena está por concluir: Resuenan aún los denuestos de Ana contra Gloucester ¡Atrás horrible ministro del infierno! / ¡Vergüenza, vergüenza, tú, sucio montón de deformidad! / Granuja que no conoces Ley alguna, ni de Dios ni de los hombres / infecta deformidad de hombre / Esclavo del demonio /. Mientes desde tu inmunda garganta / tu mente sanguinaria, que jamás soñó sino en carnicerías / canalla / El (Enrique VI) está en el cielo, a donde jamás tú irás / Asesino / sapo más asqueroso / pero también los labios de Ana habían proferido intenciones, condenas, gritos de culpa. Si llega a tener hijo que aborto sea / has hecho de la feliz tierra tu infierno / Vete / tierra ábrete en honda sima y trágale pronto como has tragado la sangre de este buen rey apuñalado por su mano, que el infierno guio / tú no tienes otra excusa que ahorcarte / Que la noche ensombrezca tu día y la muerte tu vida /.
Y en el Diálogo, a cada insulto a cada invectiva, a cada vituperio, brotados, pues, del más hondo sentimiento de dolor, aunque igualmente de desprecio, impondrá Ricardo una palabra artera, una palabra hábil, una palabra maestra, una palabra persuasiva. Señora no acatáis las reglas de la caridad que devuelven bien por mal y bendición por maldición / Mayor prodigio es que un ángel se enfade. Permite divina perfección de mujer…/
Vuestra beyeza fue la causa de ese efecto. Vuestra belleza que me acosa en el sueño y me empuja a la muerte del mundo para poder vivir una hora en vuestro dulce pecho / No es empeño natural vengarte de quien te ama / Quien te privó de tu esposo, señora, lo hizo para darte otro mejor / Nunca supliqué ni amigo ni a enemigo: mi lengua no pudo aprender suaves y dulces palabras. Ahora, mi altivo corazón suplica y empuja mi lengua a hablar. Para yegar al clímax, arrodiyado, desnudo el pecho en ofrenda ante la espada que blande Ana: No, no dudes, yo maté al rey Enrique. Pero fue tu belleza la que me provocó… yo apuñalé al joven Eduardo, pero fue tu cara celestial la que me impulsó.
Unos momentos después, el juego se ha consumado ya. Ana ha sido herida por la palabra y es vencida. Le dice Ricardo: Acepta yevar este aniyo. Y eya replica: Aceptar no es conceder, pero a continuación se lo coloca. No resta, sino que el dueño de la palabra, vencedor, cierre la lid: Mira cómo mi aniyo se ajusta a tu dedo, así se acopla en tu pecho mi pobre corazón; yeva los dos pues los dos son tuyos. La reflexión final, expresión genial e insuperable del poeta es la realidad del poder de la palabra, o simplemente, del poder. Habla Gloucester, futuro Ricardo III:
¿Fue alguna vez mujer de este modo cortejada?
¿Fue alguna vez mujer de este modo conquistada?
La tendré, más no la guardaré por mucho tiempo.
¡Cómo! Yo que mate a su esposo y a su suegro hayarla con el más extremo odio en su corazón.
Con maldiciones en la boca, lágrimas en sus ojos, ante el testigo ensangrentado de mi ira, teniendo a Dios, a su conciencia, a todo contra mí, y yo, solo, sin apoyo de nadie salvo el mismo diablo y el disimulo en la mirada la gano para mí. ¡El mundo entero a cambio de nada! Admiración, perplejidad, la realidad del poder, que como hemos visto es asunto de la palabra, pasa entonces por la seducción y el convencimiento, por el engaño y la persuasión. Por el ocultar el desdibujar la realidad haciéndola aparecer según se la necesita. En suma, tema antiguo, que bien vale la pena recrear por un breve instante, para apreciarlo en el tiempo cuando se lo descubre con la expectativa de que, quizás así, podamos apropiarnos de algo de aqueya iluminación original.
La Promesa del Protágoras de Platon…
“Habrás de convertirte en un poder real en la ciudad”, ésa es la promesa del Protágoras de Platón. Promesa que tiene que ver, desde luego, “con el arte de la política”, y que precisará bien Gorgias: “el poder gobernar a tus compatriotas”. Pero, ¿de qué trata esta promesa tan sugestiva, tan, sin duda irresistible, más, tan rotunda y categórica? O de otro modo vista, ¿Dónde yace ese poder real que descubrió aquel pensamiento sobre el cual se funda la sociedad contemporánea, nuestro propio modo de vida? La respuesta la brinda Sócrates: “en la influencia sobre el Alma de la gente, es decir, en el dominio sobre su pensamiento, sobre sus actividades y valores. En breve, en el dominio sobre su existencia. El asunto entonces, el decisivo asunto del poder, no es más que apropiarse de otros a través de la persuasión. En una época de ensordecedor ruido verbal, podríamos hacer algunos señalamientos más acerca de otros discursos en boga en el país. Es decir, más vacío añadido al vacío. Sin embargo, el silencio, sobre todo en esta época paradójicamente tan ensordecida por algunos silencios, no puede ser la postura adecuada.
Los espacios que han dejado en la orfandad los partidos políticos en acelerado declive, están siendo copados fácticamente por el poder de nuevo cuño, un único mercado integral, compuesto por una red de consumidores que solo asoman al mundo a través de la pantaya, especialmente por Internet. Predomina así una sofisticada y homogeneizada cretinización de la existencia. En ausencia de verdadera opinión pública acaba por imponerse la opinión mejor mercadeada. El político por su parte abandona cualquier debate preocupado tan solo por vender su “imagen”. El “pensamiento único” convierte en desechos los pensamientos plurales. Desaparece el sujeto, para convertirse en simple data humana objetivada. En estas condiciones, hasta la represión tradicional cae en desuso. El nuevo poder fáctico se limita a fragmentar y descomponer a los que, privados ya de identidad, se mantienen en el borde inferior de la sociedad, refugiados y la defensiva, en laderas y alcantariyas, al margen de proyectos y solo invitados a dadivas y elecciones. Desguarnecidos aspiran a sobrevivir y poder drenar energías con drogadicciones de diversos tipos, degradada así la condición humana. En esas condiciones la democracia queda reducida a simple caricatura, insustancial, en actitud vacilante de repliegue en lucha por la sobrevivencia, así no se pueden fraguar proyectos democráticos…
Pasa el tiempo y el segundero avanza decapitando esperanzas
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