Por la devaluación brusca del bolívar durante el II semestre 2022, cuyo tipo de cambio rayó en cerca de un 277 por ciento de aumento acumulado, en poco más de dos años del USD BCV, pese a la quema tan nociva de reservas en monto cercano a unos 200 millones de USD, nuestro signo monetario se halla, hoy por hoy, proclive a degradarse, aún más, rumbo a una hiperinflación, pues la masa monetaria (circulante), así como el tipo de cambio oficial e inflación sufren avances muy superiores al de la dinámica IBC. Simplemente, el país está exangüe, lo que conlleva rezago de cualquier inversión como para proteger el poder adquisitivo del bolívar. Las expectativas se cifran en el reinicio de actividades petroleras por la licencia de Chevron Corp en PetroPiar, y se estima un PIB petrolero 2023 de un siete a diez por ciento, si la ley BOLÍVAR no llegare a ocasionar contratiempos. Aún así, la cautela hacia el régimen acrece y, con énfasis, en un año preelectoral cuando el aumento desmesurado del gasto público social se manifestará en aras de la captación de votos presidenciales que, inexorablemente, conllevará una inflación abrupta, extensiva a ejercicios subsiguientes. Focus Economics la estima en un 123 por ciento, cuyo IPC alcanzó durante 2019 hasta un 686 por ciento.
Unas tres reconversiones monetarias durante la veintena actual, (2008, 2018 y 2021), quizá poco razonadas, con la eliminación de unos 14 ceros, han trascendido en un fiasco fatídico para nuestra economía –involución-, pues tales hechos conllevaron la pérdida total e irrecuperable de fondos de ahorro, así como de todo tipo de inversiones y proyectos, lo que ha promovido un vicio consumado y nocivo, materializado en la emisión de dinero inorgánico (burbuja) a causa del déficit fiscal que origina la erogación predicha, ante una ruina gradual, más el agravante de una economía sumergida (ilícita).