Rafael Fauquié: Escritura del camino

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Ciertas cosas es preciso escribirlas para poder entenderlas realmente. Escribiendo las ajustamos al tamaño de nuestras comprensiones y creencias; y las apoyamos sobre una razón argumentativa relacionada con nuestro propio tiempo, personal y único (en la medida que todo tiempo humano es personal y único); razón heredera del tiempo vivido y sus fantasmagorías.

Escribimos: aceptamos la potestad de las palabras -siempre insuficiente, desde luego- para enunciar la múltiple y compleja pluralidad de las cosas. La escritura exige un constante equilibrio entre la necesidad de acercarnos a los acontecimientos o distanciarnos de ellos. Aislarnos en exceso podría deformar nuestras perspectivas y comprensiones. Acercarnos demasiado al afuera podría contradecirnos o vulnerarnos. A través de nuestra escritura elegimos lo uno o lo otro: aproximarnos o distanciarnos frente a nuestro  entorno.

Años vividos, experiencias, elecciones, aciertos y errores, incertidumbres y certezas, convicciones y esperanzas van escribiendo los trazos de esa escritura que es la nuestra. Al camino de la vida se corresponde una escritura que es, también, camino. Escritura a la que se asocian diversas expresiones: memorias, aforismos, testimonios, autobiografías… Todas aluden a lo mismo: a una escritura convertida en compañera permanente de acciones, circunstancias, desafíos, proyectos…

En una ocasión, al escribir un ensayo sobre Nietzsche, utilicé la expresión “escritura del camino”. Con ella me propuse definir el sentido de la palabra escrita que es testimonio de lucidez y atributo de un ser humano que, escribiendo, se describe. La escritura del camino vive entre la provisionalidad y la firmeza. Levedad, ingenio y armonía son sus aspiraciones; relacionadas, todas, con el ideal de todo caminante: aligerar esa carga que lleva consigo.

La escritura del camino se escribe y desescribe, se fragmenta, se multiplica, crece, se contrae… Trata de armonizar las variadísimas circunstancias que la inspiran. Sugiere la posibilidad de decir lo que solo las vivencias logran evocar. Ella es experiencia volcada en palabra. Entremezcla revelaciones y desentrañamientos. Dibuja imágenes surgidas tanto de la lucidez como de la imaginación. Es la interminable argumentación de una conciencia que nunca calla. Es interpretación que se propone ahondar en la vida e ilustrarla en algunas de sus infinitas facetas.  La escritura del camino transcurre, y su transcurrir fija lo momentáneo, convierte en definitivo lo circunstancial, traduce la experiencia de vivir en fragmentos discernibles.

Y como conclusión: la escritura del camino nunca podría dejar de poseer un contenido ético; eticidad de la opción del escritor que precisa apartarse de la confusión exterior para refugiarse en sí mismo y nombrarse verazmente desde esa palabra que lo encarna.

 

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