Josep Piqué: Y sin embargo se mueve

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Volodímir Zelenski no fue a Berlín (1.200 kilómetros de distancia desde Kiev, unas dos horas de vuelo) en su primer viaje al extranjero desde la invasión rusa de Ucrania. Tampoco a Bruselas (1.800 kilómetros de Kiev, poco menos de tres horas) ni a París (2.000 kilómetros, tres horas). La primera salida del presidente ucraniano ha sido con destino a Washington DC, a casi 8.000 kilómetros de distancia y unas diez horas de vuelo. En el mundo post-americano, todos los caminos importantes parecen seguir llevando a Roma, es decir, a Estados Unidos.

Como explicábamos en los Apuntes del Editor de finales de noviembre, buena parte del futuro de Ucrania se juega en EEUU. Esa es la señal que mandan al mundo tanto el presidente ucraniano como el estadounidense, Joe Biden, con su encuentro en el Despacho Oval de la Casa Blanca. La visita ha ido acompañada de un nuevo paquete de asistencia militar, por valor de 45.000 millones de dólares, que incluye una batería de misiles Patriot de largo alcance, refuerzo esencial para el sistema de defensa aérea ucraniano (aunque los misiles llegarán al teatro de operaciones, como muy pronto, en febrero). La ofensiva aérea rusa con drones (iraníes) y misiles contra las infraestructuras ucranianas seguirá, por el momento, causando un daño humano y material considerable.

Para un gobierno como el ucraniano, en lucha por la supervivencia del pueblo al que representa, la relativa celeridad con la que van aprobándose los paquetes de ayuda estadounidense (que suman más de 50.000 millones) debe de contrastar, por fuerza, con el laberíntico proceso político de la Unión Europea, donde cada paso importante pende de 27 hilos. Véase, por ejemplo, lo sucedido con los 18.000 millones de euros en asistencia financiera aprobados la semana pasada. El fondo propuesto por la Comisión Europa para aliviar el presupuesto ucraniano en 2023 requería la aprobación unánime de los Veintisiete. Una vez más, el veto del gobierno de Víktor Orbán en Hungría complicó y retrasó el acuerdo. Que evitar la bancarrota de tu país, en guerra contra un enemigo implacable, dependa de batallas políticas colaterales (desde el tira y afloja sobre los fondos estructurales, congelados debido a las vulneraciones del Estado de Derecho en Hungría, hasta la aprobación de un tipo mínimo en el impuesto de sociedades) ha de exasperar hasta al más aplomado de los dirigentes.

En cuanto a la ayuda militar en sí (unas de las claves en el extraordinario desempeño de las tropas ucranianas), la asistencia europea ha palidecido en comparación con la estadounidense. Después de años de recortar o congelar los presupuestos de defensa, a muchos países europeos les cuesta sangre, sudor y algunas lágrimas mantener unas fuerzas armadas listas para el combate (o para ayudar a terceros en una guerra a gran escala como la que hay en marcha en Ucrania). Aquí destaca Alemania, cuyo ejército no deja de dar muestras de precariedad. A principios de este mes, en unas prácticas de tiro, los 18 tanques Puma implicados en ellas tuvieron problemas de funcionamiento, quedando inutilizados. La Bundeswehr sigue desnuda.

En breve, la guerra en Ucrania cumplirá un año (o nueve, si contamos desde 2014, como bien hacen los ucranianos, cuando Rusia se anexionó de manera ilegal la península de Crimea). El final no parece cerca. Hoy la iniciativa militar está en manos de los ucranianos, que continúan luchando de manera heroica por defender su patria (y, de paso, los valores de todos). Vladímir Putin, sin embargo, no parece preparado para dar su brazo a torcer. Al contrario, redobla apuestas, y para 2023 es de esperar que continúe poniendo a prueba, en múltiples frentes (político, energético, migratorio), la resistencia del que considera el flanco débil del frente occidental: el europeo.

No lo tendrá fácil. A pesar del anquilosamiento que parece atenazar al Viejo Continente en cada nueva crisis existencial (y esta lo es en grado sumo), la UE resiste, se adapta, evoluciona. Es decir, se mueve.

Con la perspectiva que siempre dan los finales de año, hoy podemos mirar atrás y no sentirnos del todo insatisfechos con el desempeño de la UE desde la invasión rusa de Ucrania. Los depósitos de gas europeos están llenos. Se han construido terminales de gas natural licuado en un tiempo récord. Y en todo el continente se han tomado medidas para aliviar las presiones de la inflación sobre poblaciones e industrias nacionales. Hoy el invierno es mucho menos amenazador de lo que parecía hace solo unos meses.

La independencia energética de Rusia está al alcance de la mano, algo impensable hace un año. En 2020, la UE importó más de la mitad (57,5%) de su energía, según Eurostat, con alrededor del 27% de dichas importaciones proveniente de Rusia. Hoy la cuota rusa apenas supera el 15%, lo que ha supuesto una caída de unos 6.400 millones de dólares.

Las sanciones a Rusia van por su novena ronda y ya incluyen restricciones a la industria financiera y al Banco de Rusia, a las empresas exportadoras de carbón y petróleo, además de controles generales de las exportaciones. Por ahora, la economía rusa resiste mejor de lo esperado, gracias en buena parte a la acción decidida de su banco central y a los elevados precios de los hidrocarburos, lo que ha permitido a Putin seguir financiando la guerra. Sin embargo, como señala un estudio de Bruegel, esto puede empezar a cambiar pronto. Con las sanciones, la UE cuenta hoy con una poderosa herramienta de política exterior.

En paralelo, la defensa del continente se ha reforzado de manera notable, sobre todo a través del pilar europeo de la OTAN. El ingreso de Finlandia y Suecia, así como la voluntad firme del resto de países miembros en cumplir con todos sus compromisos, han insuflado nueva vida a la Alianza, que sigue siendo la espina dorsal de la defensa europea. Al presidente francés, Emmanuel Macron, ya no se le ocurriría hablar de una organización en “muerte cerebral”.

Mientras tanto, la construcción de una genuina Europa de la Defensa marcha más lenta, pero marcha. Por primera vez en décadas, como explica Sophia Besch en Carnegie, la defensa europea ya no se limita a intentar conseguir más con menos. Hoy los europeos están gastando más dinero en defensa para cubrir con urgencia las carencias de capacidad de sus ejércitos, lo que supone una oportunidad única para modernizarlos, garantizar la interoperabilidad de sus equipos y forjar una base industrial común más sólida. Para ello será necesario apostar de manera decidida por la adquisición conjunta de material de defensa. Hasta ahora, como señala Besch, solo el 18% de toda la inversión en defensa de los Estados miembros se realiza en cooperación con otros países de la UE. El margen de mejora es enorme.

Por último, y tal vez lo más importante, la principal herramienta de política exterior de la UE se ha reactivado. El debate sobre la ampliación ha vuelto a primera línea, enriquecido con propuestas como la Comunidad Política Europea. Zelenski puede haber volado a Washington en su primer viaje al extranjero desde la invasión rusa, pero su país viaja sin escalas rumbo a la UE. En junio, los dirigentes europeos concedieron a Ucrania la condición de país candidato a la adhesión. Muchos querrían que se incorporase lo antes posible, pero quizá merezca la pena hacer bien las cosas. Tuvieron que pasar 15 años desde la caída del muro de Berlín para que los países de Europa Central y del Este entrasen en la UE, y una década si contamos desde que se asumió en serio el compromiso de incluirlos. En el caso de Ucrania, el proceso podría ir más rápido, dada la voluntad firme de ambas partes. La meta está clara y es compartida: una Ucrania libre, próspera y europea; una Ucrania en paz.

En resumen, no todos los caminos importantes llevan a Roma. Algunos desembocan en la UE.

 

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