Alemania está inmersa en un debate sobre el futuro de su política exterior y sobre hasta qué punto ayudar a Ucrania. En Francia, Macron decide solo. Curiosamente, dos culturas políticas diferentes producen los mismos resultados políticos.
Está claro que hoy las disputas franco-alemanas no escasean. Pero cuando se trata de hasta qué punto apoyar a Ucrania y cómo tratar a Rusia, París y Berlín están bastante alineados. Tanto el canciller alemán, Olaf Scholz, como el presidente francés, Emmanuel Macron, afirman que apoyarán a Ucrania “el tiempo que sea necesario” y que corresponde a Kiev decidir si negociar y cuándo.
Los envíos de armas de ambos países a Ucrania son significativos, pero palidecen en comparación con los de Reino Unido y algunos países de Europa Central y Oriental, teniendo en cuenta su tamaño. Esto se debe a que los ejércitos de ambos países se están quedando sin suministros, pero también a que Berlín y París se preocupan más por las amenazas nucleares de Moscú que por la posibilidad de que Kiev gane la guerra. De ahí que sigan dudando a la hora de entregar armas “ofensivas”.
Por último, pero no menos importante, ambas potencias, como parte de los malogrados Acuerdos de Minsk (junto con Ucrania y Rusia), piensan que deben desempeñar un papel clave en cualquier arquitectura de seguridad europea de posguerra. Ambas siguen enviando señales al presidente ruso, Vladímir Putin, de que estarían dispuestas a volver a entablar relaciones con él si cambia de rumbo y pone fin a la guerra.
Por otra parte, si nos fijamos en la actitud de la opinión pública ante la guerra, el panorama es casi idéntico a ambos lados del Rin. Según un sondeo de octubre, dos tercios de franceses y alemanes aprueban las sanciones contra Rusia. Aproximadamente el 60% de franceses y alemanes aprueban la entrega de armas, así como el ingreso de Ucrania en la Unión Europea. Por el contrario, el 20% de los alemanes y el 16% de los franceses dicen seguir teniendo una “buena opinión” de Rusia.
Aunque no haya división franco-alemana en la política sobre Ucrania, el debate público sobre la cuestión no podría ser más diferente en los dos países.
Primer debate sobre política exterior en Alemania
La política exterior rara vez ha sido un asunto importante en la política alemana posterior a 1945. Como centro neurálgico de la guerra fría, la República Federal tenía poco margen de maniobra en asuntos exteriores. En su lugar, Bonn se centró en construir lo que más tarde se convertiría en la UE y en hacer ricos a sus ciudadanos y, con ello, celosos a sus hermanos y hermanas de Alemania del Este. Una vez pasado 1989, los alemanes se acostumbraron a los beneficios de una política exterior prudente al estilo suizo, centrada en el multilateralismo y los negocios.
La guerra de Kosovo de 1998-99 obligó por primera vez a una Alemania reunificada a salir de esta zona de confort. ¿Debía Alemania renunciar a su contención militar? La decisión de apoyar la operación de la OTAN supuso un importante punto de inflexión en el país, que durante mucho tiempo equiparó la máxima de Nie wieder Krieg (no más guerras) con la no intervención militar. Pero el debate fue breve. La operación de la OTAN duró menos de dos meses. Muy pronto, la política alemana volvió a centrarse en cuestiones internas, como la lucha contra el desempleo o la salida de la energía nuclear impulsada por los Verdes.
La guerra de Rusia contra Ucrania es diferente. Alemania está teniendo su mayor debate de política exterior en décadas, porque la guerra continúa y el cálculo de Putin ha puesto en tela de juicio principios fundamentales de la política exterior y económica alemanas. Y porque, a diferencia de Kosovo en 1999, el debate no es solo moral. Las decisiones que Scholz debe tomar con respecto a Ucrania implican riesgos y compromisos que afectan a intereses alemanes clave.
En este debate político, el canciller está sometido a constantes críticas. Los programas semanales de debate de la televisión alemana discuten sin descanso sobre la guerra y el papel de Alemania en ella. ¿Deberían reforzarse las sanciones y enviarse más armamento –y más pesado– a Kiev? ¿Debería Scholz lanzar una iniciativa para negociar un armisticio? ¿Es la excanciller Angela Merkel culpable de la guerra?
No solo en las tertulias, sino también en el Bundestag, Scholz es permanentemente cuestionado sobre Ucrania. Por la oposición, por supuesto, pero también por diputados de los partidos de su propio gobierno de coalición. Algunos diputados de dicha coalición –socialdemócratas de las filas de Scholz, Verdes y los proempresariales Demócratas Libres– incluso se unieron a la oposición para aprobar una resolución que obligaba al gobierno a entregar “armamento pesado” a Ucrania. Y el debate va más allá de Ucrania. ¿Cómo tratar con una China, el mayor socio comercial de Alemania, que es cada vez más autoritaria y que se ha convertido en el centro de una disputa abierta dentro de la coalición gubernamental?
Sin duda, a la Zeitenwende aún le queda mucho camino por recorrer. El movimiento se demuestra andando y el prometido replanteamiento de la política exterior alemana por parte de Scholz no termina de ponerse en marcha. Superar patrones de pensamiento establecidos es terriblemente difícil, como sabe cualquier terapeuta conductual. Pero no cabe duda de que la política y la sociedad civil alemanas están luchando contra la guerra y peleando por cuáles deben ser los principios rectores de la política exterior alemana del futuro.
Domaine réservé
Por el contrario, en Francia, Ucrania está casi ausente del debate político. Ninguno de los aliados de Macron, ni siquiera la oposición, cree que sea necesario u oportuno desde el punto de vista político revisar la fallida política de Macron sobre Rusia o presionar al Elíseo por su actual política sobre Ucrania. ¿Por qué?
En primer lugar, una de las contradicciones de Francia es que en el país que se debate como forma de vida, la discusión sustantiva sobre política exterior sigue siendo limitada. Hay innumerables programas de radio en los que políticos y expertos debaten sobre cuestiones generales como: “¿Cuál es el lugar de Francia en el mundo?” o “¿Ha hecho Macron que Francia sea más influyente?”. Los discursos de Macron también son diseccionados y criticados hasta la saciedad por periodistas y expertos. Pero hasta ahí llegamos.
Kiev quiere los tanques franceses Leclerc, pero ni la oposición ni los medios de comunicación ni los think tanks lanzan una gran campaña para presionar a Macron para que levante su veto. Los parlamentarios no aprueban resoluciones que constriñan a Macron ni exigen ver la lista de entregas de armas francesas a Ucrania, que se mantienen en secreto.
Que Macron pueda hacer lo que quiera en política exterior, el llamado domaine réservé (área reservada) del presidente, no se limita a su presidencia. Tanto si Nicolas Sarkozy decidió derrocar al líder libio Muamar Gadafi en 2011 como si François Hollande quiso bombardear Siria por el uso de armas químicas en 2013 o enviar miles de tropas al Sahel para luchar contra los islamistas, el partido del presidente, la oposición y los medios de comunicación aceptan más o menos los fait accomplis (hechos consumados).
Además, la guerra de Ucrania sigue siendo lejana para muchos franceses. Más de un millón de ucranianos han llegado a Alemania desde el 24 de febrero de 2022. Amigos acogen a refugiados. Coches con matrícula ucraniana aparcan frente al supermercado local. Mientras tanto, solo 120.000 ucranianos han optado por ir a Francia. También hay mucha menos identificación con Ucrania, un país que los franceses conocen poco. No existe un equivalente francés de Vitali Klitschko, antiguo campeón de boxeo y celebridad en Alemania, que atrae la atención de la nación cuando suplica en alemán en televisión por el envío de más armas.
El ciclo informativo francés es mucho más rápido. El espacio público alemán se rige por una serie de tranquilos debates semanales en la televisión pública. En Francia, los canales de noticias privados de 24 horas, con invitados en taburetes de bar que intentan desesperadamente soltar su chiste antes de que el moderador les corte, marcan la pauta en esta democracia hipernerviosa.
‘¿Une Zeitenwende? ¡Non!’
Por último, la guerra de Rusia supuso un shock menor para el sistema político y económico de Francia. Francia tiene una bomba nuclear. No debe temer a Rusia, con la que nunca ha comerciado demasiado. La dependencia francesa de China sigue siendo manejable en comparación con la de Alemania, y París siempre ha desconfiado mucho más de que Pekín se haga con infraestructuras clave como el 5G.
En resumen, Francia tiene menos errores que corregir. Por supuesto, Francia debería preguntarse si basar el 75% de su suministro eléctrico en una única tecnología que es difícil de dominar es tan arriesgado como importar el 55% del gas de un país autoritario con dirigentes criminales. Pero si Putin se atrevió a lanzar una invasión de Ucrania a gran escala y esperó que las sanciones de la UE fueran limitadas, no fue porque la mitad de los reactores nucleares franceses estén fuera de servicio o porque Macron dijera que la OTAN estaba “en muerte cerebral”, sino porque pensó que tenía a Alemania en el bolsillo. Al fin y al cabo, Berlín redobló la apuesta por la energía rusa después de que el Kremlin se anexionara Crimea en 2014.
Esto también podría explicar por qué Kiev no está tratando de impulsar un debate sobre Ucrania en Francia. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, invitó a Merkel, pero no al expresidente François Hollande, a visitar Bucha. Los tuits de Zelenski tras las llamadas con Scholz son herméticos, pero elogia a su “amigo” Macron por su “apoyo inquebrantable”. El enviado de Kiev en París actúa entre bastidores y no critica a la clase política francesa, como sí hizo el hombre de Kiev en Berlín hasta el otoño, aunque la clase política francesa tiene en gran medida la misma vena rusófila que la alemana.
Si había alguna prueba de que Ucrania merece ingresar en la UE, ahí está. Kiev sabe perfectamente cómo jugar a la política europea. La presión pública funciona hasta cierto punto en Alemania, donde la política exterior se negocia entre socios de coalición y el debate es público. En la orgullosa Francia, donde en última instancia decide una sola persona, una estrategia de este tipo sería totalmente contraproducente. Por tanto, es mejor seducir a su interlocutor. Scholz y Macron tienen algunas cosas que aprender de Zelenski.