Isidre Ambrós: El declive demográfico de China, un desafío nacional y global

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China, el país más poblado del mundo, perdió habitantes el año pasado por primera vez en seis décadas. Un giro histórico que los expertos estiman que marcará el inicio de un largo periodo de disminución de su cifra de ciudadanos y que tendrá profundas implicaciones económicas y sociales, tanto para el gigante asiático como para el mundo entero. El reto se suma así a la larga lista de desafíos que afronta su presidente, Xi Jinping, quien observa como en los últimos meses se le acumulan los problemas internos. Ya no se trata solo de reactivar la economía de la segunda potencia mundial, sino también de satisfacer las necesidades de una población que en noviembre y diciembre venció sus miedos y salió a la calle a protestar, y de persuadirles de que deben tener más hijos para asegurar el desarrollo del país y su cohesión socioeconómica. El futuro de la superpotencia está en juego.

La prensa oficial china ya había adelantado en los últimos días la posibilidad de que se registrara una reducción de la población debido a una caída del número de nacimientos en 2022, pero nadie esperaba cifras tan contundentes. Según la Oficina Nacional de Estadísticas china, el número de habitantes se redujo en 850.000 personas, con lo que el país asiático cerró el año pasado con una población de 1.411,7 millones de habitantes, frente a los 1.412,6 del año anterior. Una contracción ciudadana que no se registraba desde 1961, cuando China perdió siete millones de habitantes por la gran hambruna que provocó la fallida campaña de industrialización impulsada por Mao bajo el nombre del Gran Salto Adelante, que se estima que costó la vida a entre 15 y 55 millones de chinos entre 1958 y 1961.

Esta caída demográfica no es casual. Las estadísticas chinas confirman la gravedad de la situación. El número de mujeres en edad fértil (entre 25 y 35 años, según el gobierno chino) se redujo en cuatro millones el año pasado y las madres chinas dieron a luz a 9,56 millones de bebés, un 10% menos que en 2021. La cifra acentúa el declive de la natalidad por sexto año consecutivo, hasta alcanzar un mínimo histórico de 6,77 nacimientos por cada 1.000 personas.

Los datos dan la razón a aquellos demógrafos que en los últimos años venían advirtiendo de que “China será vieja antes que rica”. Apuntaban a la política del hijo único, aplicada por Pekín entre 1980 y 2015, como factor clave de ese declive poblacional y no se equivocaron. No obstante, hay otros elementos que también contribuyen a desanimar a las jóvenes parejas a no tener hijos o descartar ir a buscar el segundo o el tercer descendiente. El alto precio de la vivienda, los elevados costes de educación y las escasas posibilidades de compatibilizar el horario laboral y familiar desaniman a muchas familias. Y es que el creciente coste de la vida se ha convertido en un lastre muy importante para la clase media china, que observa con preocupación cómo sus salarios son cada vez más menguantes.

A todo ello se ha sumado en los últimos tiempos la aversión a acudir a los hospitales generada entre las potenciales madres como consecuencia de la pandemia de Covid. La estricta política de Covid cero que ha aplicado el gobierno chino –que ha llegado al extremo de impedir el ingreso en los hospitales de mujeres para dar a luz por falta de pruebas negativas de coronavirus– ha sido un factor determinante para que muchas chinas hayan descartado ser madres. Un convencimiento que verán reforzado por las cifras de infecciones y fallecimientos que seguramente se producirán durante las festividades del año nuevo lunar, cuando millones de trabajadores viajan a sus ciudades para reunirse con sus familias, en lo que se considera la mayor migración anual del planeta. Por el momento, las autoridades ya han anunciado que 60.000 personas han fallecido por Covid entre el 8 de diciembre y el 12 de enero. Unas cifras que se espera que aumenten entre los días 21 y 27 de enero, cuando tendrán lugar las celebraciones.

Por otra parte, el declive demográfico entorpecerá los planes de las autoridades chinas para convertir el gigante asiático en una potencia tecnológica, hasta el punto de cuestionar los objetivos para 2035 marcados por Xi, que pretende que para esa fecha China se erija en la primera superpotencia mundial. Un asunto sobre el cual los demógrafos locales llevan tiempo advirtiendo, en la medida en que esta caída poblacional supone una menor mano de obra, lo cual afectará tanto a la producción como al consumo y a la deuda del país, en la medida en que el envejecimiento de la población aumentará los costos sociales y de salud. En el horizonte se perfila la aceleración de la cifra de chinos mayores de 60 años, que en el 2022 ascendió a 490 millones, y la caída de la población en edad de trabajar, que se sitúa en 875 millones.

Esta creciente brecha social, con una mano de obra cada vez más reducida y un sistema de pensiones creciente, sitúa el problema demográfico como uno de los retos más importantes que afronta Xi en su tercer mandato, que se adivina lleno de retos, a cuál más complejo: desde convertir a China en la primera potencia mundial a lograr la incorporación de Taiwán, pasando por dotar al país de un sólido Estado de bienestar.

Y es que para Xi es fundamental frenar la disminución de la fuerza laboral en su país. No solo como motor de la economía china, sino también para que permita a Pekín mantener su pulso geopolítico y económico con Estados Unidos por la supremacía mundial. Cuestión que solo podrá resolver con un aumento de la productividad, lo que sugiere un aumento de los costos laborales y, posiblemente, una deslocalización de su industria manufacturera hacia el Sureste Asiático.

Sin duda, estos cambios repercutirán en el comercio mundial. No en balde China es la fábrica del mundo y su protagonismo es tal en la cadena de suministros que cualquier modificación de su productividad, por escasez de mano de obra o ralentización económica, puede provocar un efecto inesperado en el campo de la oferta en la economía internacional.

 

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