Los labios más besados del mundo, por Carlos Torres Viera

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Vista del interior de la morgue en París, en 1855.

El río Sena, uno de los más famosos del mundo, recorre 777 kilómetros en el norte de Francia. El río atraviesa la ciudad de París y ha sido testigo y participante activo de su larga historia, desde que la tribu céltica de pescadores conocida como los Parisii decidió asentarse en Ile-de-la-Cité (isla de la ciudad) en el siglo III antes de Cristo. Justamente en ese corazón citadino es donde, cual macabro museo y formando parte de una gran puesta en escena permanente, gratuita, misteriosa, trágica y morbosa, reposaban su final los muertos desconocidos de la metrópolis en las postrimerías del siglo XIX.

Allí estaba la morgue, frecuentada por los parisinos y promocionada en guías turísticas. La misma que visitaba muchas veces el famoso escritor inglés Charles Dickens porque, como muchos, “era arrastrado por una fuerza invisible” hacia ella. La misma que visitaron 150.000 personas en agosto de 1886 para ver a “l’Enfant de la Rue du Vert-Bois”, una niña de cuatro años encontrada muerta con un misterioso hematoma en la mano. Y fue en esa morgue donde, también a finales de la década de 1880, se expondría el cuerpo de una adolescente de aproximadamente 16 años que daría pie a un fenómeno social y cultural inesperado: los labios más besados del mundo.

El origen de la morgue se origina en Francia. Inicialmente, no tenía mucho que ver con nuestro concepto actual de lo que llamamos institutos médico-legales. En el siglo XVII, en la ribera derecha del Sena se ubicaba el Grand Châtelet, una fortaleza reconstruida por el rey Luis XIV y que inicialmente fue la sede de la administración de la ciudad de París. Posteriormente también incorporó tribunales y prisiones, adquiriendo una bien ganada siniestra reputación hasta el triunfo de la Revolución Francesa.

En dicha prisión se podía descender a un área de los sótanos, por debajo del nivel del río, donde los prisioneros en una pequeña celda podían ser observados a través de una rejilla en la puerta. Sus caras eran memorizadas por sus carceleros para identificación en caso de escape. A esta zona se le empezó a llamar la morgue, derivado de la palabra francesa “morguer”, que significaba “mirar fijamente”.  Posteriormente, esa área comenzó a ser utilizada para exponer los cuerpos de individuos no identificados encontrados en la ciudad o en su majestuoso río.

Y es que el Sena, en particular, fue sitio preferido para dispersar no solo restos mortuorios, como se especula ocurrió con las cenizas de Juana de Arco, también fue lugar predilecto de suicidas. Históricamente fue el sitio elegido para deshacerse de cuerpos de víctimas de asesinatos o accidentes, e incluso para ahogar a criminales, rebeldes y curas por parte de los gobiernos de turno.

En 1804, la morgue se traslada al corazón de la ciudad en Ile-de-la-Cité y en 1864 se reubica en la misma isla, pero en el Quai de l’Archevêché, junto al río que le proveerá muchos de sus clientes, justo detrás de la Catedral de Notre Dame. Para la época, el plazo legal para enterrar a los muertos era de solo 24 horas, pero en el caso de cadáveres no identificados este plazo podía extenderse.  Es entonces cuando la morgue comienza a exponer al público los cuerpos de los muertos que no habían podido ser identificados, con la esperanza que alguien pudiera dar señas sobre esas personas. Los cuerpos eran recibidos en la morgue a cualquier hora del día o la noche, y eran exhibidos junto a sus pertenencias entre el amanecer y el anochecer durante tres días, a menos que alguien reconociera al muerto antes.

Lo que se percibió para ese entonces como una misión social necesaria, coincidió en realidad con una sociedad francesa deseosa de grandes exhibiciones y entretenimientos y, a su vez, poseedora de un gran apetito por las noticias mórbidas y sensacionalistas. De manera que la mayor parte del público que cruzaba las puertas de la institución, y que con frecuencia podía constituir todo un grupo familiar que incluía a los niños, lo hacía solo por el morbo y la curiosidad de ver el cuerpo de estos personajes, rodeados de incertidumbre sobre sus vidas. También se les atribuían historias sórdidas en las crónicas policiales de los periódicos.

Estas exposiciones resultaron ser extremadamente atractivas. Mientras más misteriosa o espantosa la muerte, más interés despertaba en el público. La morgue se convirtió en un sitio turístico importante, comúnmente referido como “El Museo de la Muerte”, y con frecuencia teniendo más visitantes que el Museo del Louvre o la misma Torre Eiffel. La morgue llegó a tener la visita de 30 mil a 40 mil personas diariamente, para observar a través de sus grandes ventanales los cadáveres desnudos que eran rociados con agua para tratar de preservarlos. Era mucho mejor que asistir a un museo de cera, porque era carne y sangre fresca cada 3 días.

En este contexto, a finales de la década de 1880, el cuerpo de una adolecente de aproximadamente 16 años fue encontrado en el río sin ningún signo de violencia. No existiendo identificación alguna, fue expuesta en la morgue. El rostro de la joven era hermoso, sereno, casi perfecto. Demostraba un gesto sutil de sonrisa. Tan atractivo y plácido lucía el rostro, tan armónicamente se conservaban los rasgos faciales, y tan enigmático lucía su esbozo de sonrisa a pesar de su trágica muerte, que se dice que uno de los patólogos de la morgue decidió hacer una máscara mortuoria de la víctima en yeso.

La idea de las máscaras mortuorias no era desconocida. Existen máscaras mortuorias de Julio César, Dante, Marat, Beethoven, Liszt, Napoleón y William Blake, por ejemplo. Lo que ciertamente es extraño es que alguien se tomara la molestia de hacer la máscara de una persona que no era famosa, sino, por el contrario, era una total desconocida para entonces. Y así seguiría para el futuro.

En el curso de los años siguientes se produjo un fenómeno social inusitado.  Quizás atraído por la mezcla de enigma, morbo y belleza que puede inspirar la imaginación, copias de la máscara se reprodujeron y vendieron de forma masiva hasta convertirla en un objeto de moda inicialmente en París, pero luego también en el resto de Europa. Las copias se podían conseguir en casas, teatros y talleres de arte. La imagen de esa cara se convirtió en el objeto de inspiración de artistas como el poeta austriaco Rainer Maria Rilke, quien la evoca en su única novela: Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, publicada en 1910. “El moldeador que visito todos los días tiene dos máscaras colgando al lado de su puerta. La de una joven que se ahogó y que alguien copió en la morgue porque era bella, porque aún sonreía, porque su sonrisa era tan engañosa – como si lo supiera”.

También el poeta ruso Vladimir Nabokov le dedicaría un poema en 1934: “Urgiendo en el desenlace de esta vida, no amando nada sobre esta tierra, sigo mirando la máscara blanca, de tu rostro sin vida”. Albert Camus llegó a comparar la plácida expresión de la joven con la de la famosa Mona Lisa. En el Museo de Orsay en París se puede apreciar la reproducción de la máscara de yeso que hiciera el fotógrafo francés Albert Rudomone en 1927, a la cual tituló “La virgen desconocida del canal de L’Ourcq”. El poeta, escritor, novelista y critico literario inglés Al Alvarez escribió en su libro sobre el suicidio El dios salvaje: «Me han dicho que toda una generación de chicas alemanas modeló su apariencia en ella». Álvarez indicaba que l’Inconnue (la desconocida) se convirtió en el ideal erótico de la época, como lo fue Brigitte Bardot en la década de 1950. Fue el arquetipo femenino en el cine de los inicios del siglo XX, de manera que actrices alemanas, como Elisabeth Bergner, modelaron su apariencia en ella, solo siendo desplazada como paradigma con la llegada de Greta Garbo al cine.

En 1926 la máscara fue incluida en el catálogo de máscaras mortuorias con el nombre de L’Inconnue de la Seine (La desconocida del Sena).

Asmund Laerdal nació en Noruega el 11 de octubre de 1913. Siendo un hombre de negocios, creó una pequeña compañía de impresión alrededor de 1940 y empezó a producir calendarios y libros para niños. Al mismo tiempo comenzó a experimentar con la manipulación del plástico y madera en la creación de pequeños juguetes, incluyendo muñecas. Entre estas últimas se incluye “la muñeca Anne”, que recibiría en su momento el premio de Muñeca del año en Noruega.

En 1956, el doctor Peter Safar, anestesiólogo austriaco, y el doctor James Elam crean el ABC de lo que se conocería como maniobras de resucitación cardiopulmonar (CPR), al combinar la elevación del mentón y despeje de la vía aérea (Airway), respiración boca a boca (Breath) y las compresiones torácicas (Compression). Inicialmente de uso para el personal de salud, se concluye rápidamente que la técnica puede ser instruida y aplicada por el público general. Con este fin, en 1958 Peter Safar se reúne con Asmud Laerdal y surge la idea de crear una muñeca de tamaño natural que permitiera el entrenamiento en las técnicas de resucitación, toda vez que hasta ese momento la única manera de realizar ese tipo de práctica era con cadáveres.

Laerdal poseía una sensibilidad particular con estos temas médicos, pues su hija mayor había fallecido a consecuencia de una infección nosocomial, y él mismo había salvado a su hijo Tore, de solo 2 años, de morir ahogado al sacarlo del agua, sujetarlo y sacudirlo boca abajo para sacar el agua de los pulmones. Para Laerdal, el entrenamiento de las técnicas de resucitación debía tener elementos de realismo, y comprendía que realizar compresiones torácicas y resucitación boca a boca estaba fuera de la zona de confort del común de las personas. Por lo tanto, considero conveniente crear un maniquí que se ajustara al aprendizaje mecánico, pero también a los sentimientos. En este aspecto intuye que la cara del maniquí debería ser el de una mujer, asumiendo que esto permitiría que la reacción a la práctica de resucitación boca a boca fuera más aceptable.

Laerdal recordó la máscara mortuoria de “la mujer desconocida del Sena” que sus padres tenían nada más y nada menos que en la sala de su casa. Decidió utilizarla como la cara de su maniquí, que fue bautizado como “Resusci Anne”, y se convertiría en el primer maniquí para la práctica de maniobras de resucitación y, como alguien afirmaría, “en los labios más besados del mundo”.

En 1987, Michael Jackson presentó su séptimo álbum, titulado Bad. Habían pasado cinco años desde su exitoso predecesor, Thriller. La séptima canción de Bad se llamó “Smooth Criminal”. Con esta canción, Jackson regresó al top 10 de las carteleras discográficas en Estados Unidos y se considera retrospectivamente como una de las mejores canciones del artista.

La letra de dicha canción describe a una persona que llega a un apartamento y encuentra la alfombra manchada de sangre y el cuerpo inconsciente de una mujer que había sido atacada por un “Smooth Criminal” o criminal tranquilo. El coro repite varias veces: “Annie, are you ok?” (Ana, ¿estás bien?).

Para aquellos que hemos hecho entrenamiento de técnicas de resucitación cardiopulmonar, la frase es altamente conocida. Tenemos que repetirla varias veces ante Annie, nuestro maniquí, antes de dar inicio a las maniobras cuando no escuchamos su respuesta.

Prodavinci

 

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