Juan Antonio Sacaluga: ¿Son justas las críticas que recibe Alemania?

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¿Son justas las críticas que recibe Alemania?

Desde el comienzo de la guerra en Ucrania, Alemania ha sido el blanco de las críticas de los aliados occidentales, en intensidad y formas distintas según la procedencia. Los líderes de los   países más importantes han sido cautelosos o diplomáticos, no así los de Europa Central o el Báltico, notablemente irritados, o de los tories británicos, apegados a los resortes de la guerra fría. Las habituales voces de los think-tanks y los editorialistas de la mayoría de los medios, incluso algunos ideológicamente cercanos al actual gobierno, se han empleado a fondo contra una actitud que han calificado de pasiva y negligente, o de cómplice en los casos más extremos.

En términos generales, se reprocha a Alemania su estrategia de relaciones constructivas con Moscú, considerada egoísta por privilegiar sus intereses nacionales, a costa de perjudicar la cohesión de la política aliada de castigo a Rusia por su agresión.

Las recriminaciones han pasado por diversas etapas. Primero se condenó la negativa de Berlín a propiciar una desvinculación de la provisión de energía rusa (petróleo y gas), una medida que se consideraba fundamental para reducir los ingresos con los que el Kremlin financia la guerra. El abandono alemán del proyecto de gasoducto NordStream 2 y la cancelación de su antecesor mitigaron momentáneamente las críticas. Pero enseguida se focalizaron en la cuestión militar. Desde el verano se arremete contra el Canciller por su resistencia a suministrar a Kiev todo el armamento que demanda, en particular los misiles de largo alcance y los carros de combate Leopard-2. Irrita, en particular, que Berlín no sólo se niegue a suministrar a Ucrania estos vehículos ofensivos de alta capacidad, sino que, en virtud de las condiciones de venta, impida que otros países se los proporcionen al país agredido.

El Canciller Scholz, hombre prudente y poco dado a declaraciones altisonantes y actuaciones precipitadas, no se aferra a una política personal o caprichosa. Considera que Rusia es un factor indesplazable del equilibrio estratégico en Europa, aunque rechace de manera rotunda la guerra de agresión contra Ucrania y favorezca una ayuda mesurada a este país. El apoyo a Kiev debe ser compatible con la evitación de un conflicto aún mayor en Europa, con el riesgo nada desdeñable de una escalada nuclear (1).

En las últimas semanas se han producido contactos discretos para doblegar la resistencia alemana y es más que probable que a finales de semana, en la reunión que celebrarán los ministros de Defensa aliados en la base alemana de Ramstein, se llegue a un acuerdo sobre los requerimientos ucranianos de armamento avanzado, que implicaría luz verde a los Leopard-2 y al resto de la panoplia en cuestión. Que este encuentro tenga lugar es ya una señal avanzada de compromiso. Por presión o por convicción, parece que Alemania ha cedido o ha optado por una posición más flexible. En realidad, Alemania ha soportado críticas por una política que otros aliados han mantenido en la práctica, aunque su discurso o su retórica haya sido más favorable a las demandas ucranianas. Corolario de estas tensiones ha sido la dimisión forzada de la ministra de Defensa, Christine Lambrecht, más por sus torpezas personales que por desavenencias políticas. Del nuevo titular, Boris Pistorius, con nula experiencia en asuntos militares, debe esperarse una plena conformidad con la línea del Canciller. De hecho, se han recordado estos días declaraciones suyas a favor de la prudencia con Rusia (2).

Una querella antigua

En esta polémica sobre la resistencia alemana a desvincularse de Moscú operan recelos que se remontan medio siglo atrás, cuando otro Canciller socialdemócrata, Willy Brandt, lanzó la denominada Ostpolitik o política hacia el Este. Muy combatida inicialmente por la derecha alemana, fue acogida con frialdad por los aliados europeos (Francia y Gran Bretaña) y con cierto recelo por Washington. Sin embargo, la Ostpolitik coincidió con la diplomacia triangular del entonces presidente Nixon con la URSS y China, destinada a agudizar la rivalidad entre los colosos comunistas de la época en beneficio de la hegemonía estadounidense. En la Casa Blanca se temía que Brandt pudiera hacer valer una agenda de apertura con Moscú demasiado autónoma de su estrategia Este-Oeste. La firmeza del entonces Canciller y el pragmatismo de los dirigentes soviéticos propiciaron el éxito de la Ostpolitik, al sentar las bases de la distensión que culminaría en la Conferencia de Helsinki. Occidente consiguió un compromiso para frenar la persecución de la disidencia en los países del bloque del Este, el derecho a intervenir en la defensa de los derechos humanos y un reequilibrio de las fuerzas militares convencionales en Europa, a cambio de la aceptación de la esfera de influencia soviética y el reconocimiento de la Alemania comunista (RDA). Brandt nunca renunció a la unificación alemana, como le imputó falsariamente la derecha alemana. Con el paso del tiempo, esa política permitió que, al hacer implosión el bloque comunista, el proceso de unidad alemana fuera poco conflictivo, aunque no estuviera exento de costes sociales notables.

En los comentarios críticos que han podido leerse estos meses sobre la política alemana hacia Rusia se ha deslizado cierto resentimiento hacia el sentido histórico de la Ostpolitik, algo que pueden resultar sorprendente a tenor de lo ocurrido en Europa (y en el mundo) en estos últimos cincuenta años. Comentaristas alemanes y europeos vinculados con los centros de poder en Washington no pierden ocasión de fustigar el entendimiento entre Moscú y Berlín (3). Este clima de recriminación ha sido en parte legitimado por las polémicas relaciones personales entre el Canciller Schröeder y Vladimir Putin a comienzos de siglo, que propiciaría luego la conversión del dirigente político en ejecutivo de Gazprom, la empresa más importante del conglomerado industrial estatal de la actual Rusia nacionalista.

Pero los reproches de los atlantistas doctrinarios no se han dirigido únicamente a los gobiernos del SPD. Angela Merkel también recibió críticas por su política prudente con el Kremlin, si bien le reconocieron su desconfianza innata hacia Putin. En realidad, no hay muchas diferencias entre la era de Merkel y el actual gobierno dirigido por el SPD. El esfuerzo por preservar los lazos potables con Moscú por razones de interés nacional y de seguridad europea ha sido una política de estado en Alemania, con distintos matices de grado y flexibilidad.

La posición del Canciller es defendida por la mayoría del Partido Socialdemócrata, pero no siempre ha sido secundada por sus socios de gobierno. Llama poderosamente la atención del desacuerdo expresado puntualmente por los Verdes, tradicionalmente pacifistas convertidos ahora en el partido más favorable a elevar el grado de apoyo bélico a Ucrania. Este giro no es compartido por gran parte de las bases ecologistas. En el disenso verde se  combinan la incomodidad por un discurso sentido como belicista con el temor a un abandono de los objetivos de lucha contra el cambio climático y la protección de la naturaleza. Las protestas recientes contra la reapertura de una mina a cielo abierto en Renania es un buen ejemplo de ese creciente divorcio interno (4). Qué decir de los liberales, públicamente partidarios del rearme ucraniano sin miramientos, pero más discretos de puertas adentro.

Polémica interesada

En Washington se entiende mejor la posición alemana de lo que pudiera deducirse de ciertos comentarios intempestivos en medios y gabinetes de análisis. En algunos de los momentos de mayor presión por parte de sus vecinos centroeuropeos y bálticos, Scholz ha llegado a insinuar que el freno a los suministros armamentísticos a Kiev también se ejercía desde Washington. Aunque Biden se haya mostrado más rotundo en defensa de Ucrania y haya favorecido un esfuerzo militar que se acerca ya a los 50 mil millones de dólares, se comparte con Alemania la necesidad de no pasarse de la raya con Rusia. La Casa Blanca puede querer una derrota de Rusia, pero no su hundimiento, que podía precipitar un caos de consecuencias imprevisibles.

La polémica también ha creado tensiones en el eje franco-alemán, considerado esencial para el denominado proceso de construcción europea. Nuevamente se habla de crisis en la relación bilateral (5). Que Francia se haya adelantado en la provisión de blindados ofensiva es una señal evidente de falta de concertación entre París y Berlín. En el Eliseo se dejan escuchar reproches sobre la actuación de la Cancillería en el proceso de desenganche energético de Moscú. Pero se olvida que Macron fue el primero en actuar por su cuenta antes y después del inicio de la guerra con pretendidas iniciativas de acercamiento a Putin para hacerle desistir de su actitud

La crisis franco-alemana es cíclica. Ha ocurrido con todos los presidentes y cancilleres, de un signo y otro de ese consenso centrista (liberal-conservador y socialdemócrata) gobernante en ambos países. Ahora que se cumple el sexagésimo aniversario del Tratado del Eliseo, firmado por De Gaulle y Adenauer para consagrar la reconciliación franco-alemana de posguerra, domina una cierta sensación de desfallecimiento (6). Pero los intereses comunes priman sobre las discrepancias de oportunidad o la química personal ocasional.

Las evidentes contradicciones de Alemania en su política con el gran vecino del Este no son ni más ni menos reprochables que las que tienen otras grandes potencias en sus relaciones internacionales. En no pocas ocasiones, la hipocresía prima sobre la generosidad de fachada y el l rédito propagandístico por encima del equilibrio racional.

Notas

(1) “The Global Zeitenwende. How to avoid a new cold war in a multipolar era”. OLAF SCHOLZ. FOREIGN AFFAIRS, enero-febrero 2023.

(2) “En Allemagne, le nouveau ministre de la Defénse attendue au tournant sur la livraison d’armes Lourdes à Kiev”. COURRIER INTERNATIONAL (Resumen prensa alemana), 18 de enero.

(3) “Germany must move past the crossroads”. JUDY DEPMSEY. CARNEGIE, 10 de enero; “Germany must shake off its habits of finding excuses for inaction”. CONSTANZE STELZEN-MÜLLER. BROOKINGS INSTITUTION, 16 de septiembre.

(4) “A Lüzerath, le divorce entre le direction de Verts et sa base militante est consommé”. SÜDDEUTSCHE ZEITUNG (traducido en COURRIER INTERNATIONAL), 15 de enero.

(5) “Friends and strangers. The franco-german relationship is cooling at a critical time”. DER SPIEGEL (version en inglés), 13 de enero.

(6) “Derrière les divergences entre Paris et Berlin, l’isolement de l’Allemagne de Scholz”. LE MONDE, 26 de octubre.

 

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