Hoy 23 de enero de 2023 escribo estas notas, recordando la gesta democrática cumplida, un día como hoy en 1958, hace exactamente 65 años. Arríbanos a esta fecha imbuidos en un espíritu de protesta, como resultado del profundo deterioro de la calidad de vida de nuestros ciudadanos. Guardando la distancia y la naturaleza de los acontecimientos, es bueno en esta oportunidad, examinar la historia y aprender de ella lecciones que nos puedan ayudar a conducir nuestra vida societaria, en estos tiempos de mengua en la que nos encontramos cómo nación.
La Venezuela de mediados del siglo pasado sufría, como lo sufrimos hoy, los embates de un régimen autoritario, violador de los derechos humanos y dispuestos a perpetuarse en el poder. En la hora presente, además, vivimos una tragedia humanitaria como consecuencia del hambre, la enfermedad y la ruptura de nuestras familias, resultado de la monumental diáspora, producida luego de la implantación del modelo del socialismo del siglo XXI.
Es esa tragedia humanitaria la que tiene movilizados, en legítima protesta ciudadana, a nuestros educadores, jubilados y demás trabajadores dependientes del sector público. Salarios y pensiones dignas, atención sanitaria y condiciones de trabajo, son entre otras, las exigencias de los gremios que lideran y promueven estas jornadas, que hoy volverán a manifestarse en todo el país.
Las manifestaciones del 23 de enero de 1958 fueron de júbilo por la caída de la dictadura. Habían estado precedidas de protestas reclamando libertad y calidad de vida. Los ciudadanos habían recibido el mensaje del entonces arzobispo de Caracas, Monseñor Arias Blanco, en su carta pastoral del 1 de mayo de 1957, donde expresaba su preocupación por los trabajadores que no recibían los beneficios de una riqueza en expansión. Las protestas de este 23 de enero no son de júbilo, son de indignación, dolor y reclamo.
Indicación ante la destrucción causada por la camarilla saqueadora de la riqueza nacional, que de forma soberbia e impune exhibe grotescamente sus riquezas y poder ante un pueblo depauperado. Dolor de ver morir de mengua en las puertas de los hospitales a familiares y amigos, de ver partir los hijos y nietos a otros confines porque aquí no ganan ni la comida. Reclamo de derechos fundamentales de toda persona humana, como el derecho al trabajo y al salario, a la salud y a la alimentación, es decir el derecho a la vida. Todos esos derechos no les importan a los señores de la cúpula roja enquistados en el poder. Ellos viven en sus soberbias burbujas ajenos a tanto sufrimiento.
Estas luchas del presente tienen un carácter reivindicativo. Los educadores y demás sectores laborales buscan ser atendidos por los señores del poder. Lamentablemente la cúpula gobernante no tiene el coraje de admitir ante el país su absoluto y rotundo fracaso, reconociendo el agotamiento de su modelo, de su gestión, no estando en condiciones de resolver la tragedia y por ende, continuar ejerciendo el poder. Se empeñan enfermizamente en perpetuarse con la represión, el engaño y esgrimiendo excusas absurdas, buscando culpables que solo existen en su agotada creatividad.
Aquí está el desafío de la política. La búsqueda del camino para expulsar del poder, con esa ciudadanía que protesta, a quienes hoy lo ejercen ilegítimamente. Aquí es donde el espíritu unitario y de primacía de nación, vivido en las jornadas de enero de 1958, deben privar entre quienes ejércenos la vida política.
La ciudadanía venezolana ha expresado de diversas formas su rechazo a las subalternidades, a los egos, a la corrupción y a las ambiciones desbordas de los actores políticos enquistados y agotados en pleitos absurdos, con los cuales han contribuido a atornillar a la camarilla roja. Es hora, entonces, de ir a ese espíritu de aquel 23 de enero. De buscar el rescate democrático, de reconstruir nuestra Venezuela con verdadero sentido de nación.
Construir la alternativa capaz de derrotar política y electoralmente al régimen madurista constituye el mandato de esta hora venezolana. Debemos hacerlo con humildad, colocando cada uno de nosotros nuestra voluntad, nuestras capacidades y nuestros limitados recursos. Para lograr ese objetivo, todos somos útiles y necesarios. Lo importante es que valoremos a cada persona, que veamos el aporte positivo capaz de ofrecer, dejando a un lado la idea de que solo una persona o un grupo lo pueden hacer.
Necesitamos desterrar de nuestra cultura política la visión mesiánica inoculada en estos tiempos del militarismo. La idea de que solo una persona puede hacer la tarea. Cuando asumimos el mesianismo estamos transitando el mismo camino que condujo a la llegada de Chávez. Venezuela no necesita otro Chávez al otro lado del espectro político.
Nuestra nación debemos construirla todos. Necesitamos forjar una sociedad de instituciones y dejar a un lado la cultura caudillista. Ese espíritu estuvo muy presente en las luchas que permitieron la instauración de la democracia y la vigencia de la República Civil durante la segunda mitad del pasado siglo.
En esta hora menguada de nuestra patria promovamos ese espíritu de nación. Busquemos un encuentro más allá de las ambiciones y los egos. Trabajemos para concertar la voluntad ciudadana y para que ella se exprese de forma contundente. Hoy las calles se están expresando de forma clara. La camarilla no oye ese reclamo. Se sienten cómodos y protegidos por las armas. Por eso rechazan el diálogo sincero y desoyen la protesta. Olvidan la historia.
Mientras esa realidad transcurre debemos perseverar en la construcción de esa alternativa. Llegará la hora en que ella será esencial para atender la conducción de la vida nacional. Bien porque la explosión social existente ante nuestro ojos termine implosionando las mismas estructuras del régimen, o bien porque al llegar la hora de tener que convocar a la soberanía popular, está de forma masiva, voto a voto, los eche del poder.