Amigos lectores:
El ensayo que Geraldine Gutiérrez-Wienken ha escrito sobre la poesía de Miyó Vestrini constituye una reveladora novedad: propone la existencia en su obra de una poética de la ternura. No había leído hasta ahora una aproximación en esos términos. Y me conmueve, porque sobre esa compleja madeja, la que entraña expresar u ocultar la ternura y otros sentimientos afines, hablamos una y otra vez a lo largo de muchas tenidas. Era una fuente de inquietud. Me atrevo a especular: si hubiese leído el ensayo que ocupa las páginas 1 y 2, Miyó Vestrini se hubiese ruborizado, se habría reído mientras bajaba la cabeza, ese gesto de repliegue que hacía apenas sentía que alguien había cruzado sus defensas. Gutiérrez-Wienken habla del sentimiento (“sin ternura no hay devenir, su potencia transformadora es tan necesaria como su pureza. Por el otro, la ternura descubre un paraíso perdido, precede siempre a la separación, al dolor ancestral, al hambre, al miedo, al grito; transgrede umbrales y no se deja diferenciar de los sentimientos que la acompañan, de ahí su carácter subversivo”), y con esa vela de luz temblorosa entra en las habitaciones de la poesía de Vestrini y describe las emociones movedizas de sus poemas: “El perdón, como la ternura, libera no solo al sujeto donante sino también al recipiente. Ocurre siempre a destiempo, de modo asimétrico y, justo, cuando se pierde el equilibrio. Igual que la poesía.”
La página 3 ofrece esta semana un intercambio entrañable, poesía de cabo a rabo: la entrevista que Miguel Gomes le hizo al poeta chileno Pedro Lastra (1932), para hablar de los años de Juan Sánchez Peláez en Chile. Su publicación estaba prevista como parte del dossier en memoria de Sánchez Peláez que publicamos en la edición del 18 de diciembre. Entonces nos faltó espacio. Pero aquí va: “De muchas cosas hablamos los tres en esa ocasión, pero los años de Juan en Chile estuvieron en el centro de ese diálogo, especialmente su participación en las actividades augurales del grupo Mandrágora, y de sus afinidades con Gonzalo Rojas, Braulio Arenas y Jorge Cáceres, sin menoscabo de la mutua simpatía con Enrique Gómez Correa y Teófilo Cid, que no le fueron tan cercanos. Hay datos que corroboran, a mi entender, la mencionada y productiva afinidad con los primeros, y en un caso muy puntual con Braulio, cuyo interés por la obra de José Antonio Ramos Sucre fue siempre muy manifiesta: a comienzo de los años cincuenta, Braulio publicó un breve y cuidado cuadernillo, destinado a una difusión muy controlada y minoritaria, con algunos textos del notable poeta, casi desconocido en Chile. Braulio tenía en su biblioteca los dos últimos libros de Ramos Sucre, ambos editados en 1929, Las formas del fuego y El cielo de esmalte, rarezas bibliográficas que Braulio me regaló posteriormente, con generosidad de la que he hablado en otro lugar”.
El zapatero, el cuervo y el poeta: el ensayo de Laura Cracco que viene en la página 4. Copio aquí, a modo de incitación, el primer párrafo: “El cuervo del poema de Emily Dickinson es más sabio que muchos poetas, pasa de largo por la mesa donde se sirve fama, fickle food, alimento voluble que no sacia a nadie, y enfila hacia el maíz del granjero. El aedo (compositor y cantante de epopeyas) homérico es esencialmente anónimo en cuanto se diluye en una tradición oral que reelabora y prolonga, aunque ostente el nombre de Demódoco o Femio; sus palabras son “aladas”, regalo de las Musas, y pueden inmortalizar héroes y gestas (tanto como se pueda hablar de inmortalidad en la Grecia antigua) al grabarlos en la memoria y dispensarles fama (kleós) entre los hombres”.
Susurros de un viento demasiado mudo es el nombre del reciente libro de María Ramírez Delgado (LP5 editora), poeta y profesora de filosofía en la Universidad Simón Bolívar. Como verá el lector, en los siete poemas que reproducimos, que convocan lo filoso y lo puntiagudo, hay persistencias y conexiones entre unos y otros. Copio uno que, a su modo, es un enunciado de su poética:
Problemas afilados
Hay problemas afilados. Nos hieren.
Problemas preciosos, matemáticos, incorregibles que sueñan ser fecundados en las pizarras. Y problemas avestruces, se acurrucan con otros, se ensucian al exponerse, corren en círculos de jazmín.
Hay problemas sordos como lagos, fosas que en su tenue penumbra son simples y otros, sin peso, que se van flotando.
Y están esos que reescriben la eternidad. Esos son los verdaderos.
En la misma página 5 hemos reproducido cinco poemas de León de la Hoz, poeta cubano residenciado en Madrid, cuyo libro Fragmentos del descuartizador, acaba de ser publicado por la editorial Betania (Madrid, 2023).
El último trecho de esta entrega del PDF, páginas 6, 7 y 8 vienen a ratificar lo que ya se ha dicho en estas páginas el año pasado: el firme y amplio interés que los volúmenes I y II de las Obras completas de Eugenio Montejo, dedicados a la poesía y el ensayo respectivamente, han provocado en los lectores (todavía falta el tercer volumen, que reunirá la obra de los heterónimos: está anunciado para mayo). Escriben José Napoleón Oropeza, Eugenio Montejo: la terredad sin tregua (“Como un mar devuelto, mientras leo y releo, vienen a colación imágenes de los instantes compartidos; numerosas tertulias, fogosas, incansables, con nuestro amado y respetado poeta en distintos tiempos y escenarios. En el cafetín del Hotel Panal, de nuestra Valencia, donde vivió muchos años; en los espacios de la facultades de Derecho y de Ciencias de la Educación; en el auditórium del Kings College de la Universidad de Londres, así como en los muy hermosos y bucólicos jardines de Richmond Park, donde sostuvimos largos e intensos diálogos con Eugenio Montejo, a quien siempre, aun desde aquellos años de mi mocedad, percibí, y he reconocido siempre, como uno de los poetas fundamentales de nuestra lengua”), y Alberto Hernández, Eugenio Montejo continúa girando en la tierra (“La vida de Eugenio Montejo está en estas páginas. Allí viven su poesía y sus ensayos, su manera de ser, su personalidad, sus silencios, susurros y sonidos. El Eugenio Montejo que vivió en Maracay y Valencia. El Montejo caraqueño. El Montejo de la Universidad de Carabobo y la revista Poesía. El Montejo de Güigüe y Patanemo. El Eugenio Montejo nacional e internacional. El poeta Eugenio Montejo, el siempre celebrado. El doctor honoris causa de muchas universidades. El poeta, el encargado de escribir la belleza, los giros de la tierra)”.
Les dejo estos cuatro versos de Eugenio Montejo, los primeros de su breve poema, La poesía:
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
ni siquiera palabras.