Venezuela no se ha arreglado. Muy a pesar de la intensa propaganda oficial para hacer ver que el país es otro, la realidad sigue siendo dura. Sabemos los múltiples problemas de servicios básicos, la realidad salarial de nuestros funcionarios públicos, jubilados y pensionados; así como la falta de poder adquisitivo producto de la inflación que nos ha golpeado por años; entre muchísimos otros problemas.
Pero sin duda, frenar la caída en el abismo de la crisis económica ha sido, es y será siempre una buena noticia. Después de haberse perdido cerca de 80% del Producto Interno Bruto (P.I.B), durante la era de Nicolás Maduro en el poder; el hecho de tener números macroeconómicos que señalen recuperación de 15% de la economía es lo que permite entender las leves mejoras que hoy vemos en lo que parecen ser pequeños oasis en medio del desierto de la crisis.
Tampoco es menos cierto que no tenemos hoy el país desolado y arrasado de 2017 – 2018, cuando el hambre nos pegó en el estómago de todos con la terrible escasez de productos básicos que nos tocó vivir. Si bien yo evito generalizar, porque se bien que la realidad en el interior del país puede ser diametralmente opuesta a la de las «pequeñas Manhattan» que se desarrollan en los centros urbanos del país; Venezuela avanza a otra realidad.
Tomando en consideración estos hechos, y sin ninguna pretensión de lavarle la cara a nadie con estas líneas; me permito hacer una muy seria y profunda reflexión sobre y dirigida a esos venezolanos que, dentro y fuera de nuestras fronteras, han asumido como hobby criticar cualquier señal de progreso que se produzca en el país.
Pareciera, y quisiera equivocarme con esta afirmación, que hay compatriotas que se alegran con nuestras miserias y cuya única aspiración de vida es castrarnos en la absoluta pobreza. Tienen, lamentablemente lo veo así, como fantasía sexual el hecho de que Venezuela cada día se parezca más a la pobre y reprimida Cuba.
Si bien –como hemos repetido hasta la saciedad– las redes sociales NO son el reflejo del país, en estas tribunas digitales son el principal reflejo de las miserias de quienes pasan días enteros buscando cualquier señal de avance para apuntar sus ametralladoras digitales a los venezolanos que aplaudimos esto.El béisbol, en esta temporada donde los venezolanos nos hemos reencontrado con nuestro deporte legendario, donde miles nos hemos puesto la camisa de nuestro equipo favorito y hemos decidido dejar de lado momentáneamente la realidad que nos agobia por disfrutar como aficionados; ha sido muestra de esto que describo líneas atrás.
Una riña digital entre quienes se empeñan en querer decir, a partir de esto, que Venezuela está de maravilla, y quienes no ven con buenos ojos que tengamos incisos de normalidad o del país que podemos volver a ser.
Esta semana, en mi espacio habitual de reflexión, nos referíamos puntualmente a esto. No todo es malo, no todos somos enchufados, y más importante aún no todos estamos sentados –con los brazos cruzados– esperando que el Estado o los políticos vengan a resolvernos la vida. Por eso, somo muchos los que tenemos derechos a alegrarnos con que se destinen nuestros recursos –los de todos los venezolanos– para hacer realidad sendos estadios que tenían años convertidos en grandes elefantes rojos.
Antes que me etiqueten de colaboradora, chavista o enchufada; aclaro que tengo perfectamente claro que urgen hospitales, escuelas y cuerpos de seguridad –que a mi juicio deberían ser los únicos tres activos que domine el Estado– también urge reconstruir Pdvsa, por ser la gallina de los huevos de oro de este país, o miles de otros temas que solventar; pero estas obras de envergadura hay que reconocerlas.
Tampoco entiendo los ataques contra quienes, con trabajo y esfuerzo propio, créanme que abundan en este país de gente honesta y trabajadora- visitan restaurantes o buscan la mayor oferta de distracción… Este país cambió, los tiempos de odio, polarización y escrache; son pasado.
Ojalá y todos esos criticadores de oficio dispusieran todos sus esfuerzos en sumar, en reconciliar a los venezolanos. No podemos seguir viéndonos como polos opuestos. Por el contrario, sé que hay muchísima gente en esos sectores radicales con talento y grandes capacidades para aprovechar las rendijas que se abren para sacar al país adelante.
Venezuela es de todos, nos pertenece a todos; y mientras la clase política se cae a tiros –literal y figurativamente– hay cientos de pequeños y medianos emprendedores coleándose y cambiando su realidad y las de sus familias. Ese debe ser el norte. ¿Qué siempre es difícil dar el primer paso? Sin duda alguna… Pero ¿Quién dijo miedo?
PD: Mientras el odio de los viscerales inunda las redes, yo sigo apostándole a este país que me ha dado tanto, que nos ha dado tanto… Y cruzando los dedos para que los Leones de Venezuela nos dejen el trofeo en casa. ¡Yo le voy al mío!