Las sanciones occidentales se hacen sentir en Rusia

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Las sanciones occidentales sobre el petróleo ruso empiezan a sacudir los cimientos de la economía y las finanzas públicas del país. Los ingresos públicos derivados de la venta de energía cayeron en enero un 46% respecto al mismo mes del año anterior, hasta marcar su menor nivel desde la pandemia, según el Ministerio de Finanzas de Rusia. A ese desplome en las entradas de caja del Kremlin se suma el gasto voraz de la guerra: la confluencia de ambos factores ha llevado al gigante euroasiático a registrar su mayor déficit fiscal para un enero desde el derrumbamiento de la Unión Soviética, en 1991.

No ayudará, sino más bien lo contrario, el recorte del 5% aplicado el viernes por el Gobierno de Vladímir Putin sobre la producción petrolera, un movimiento con el que trata de estabilizar unos precios en caída libre. El casi medio millón de barriles que dejará de extraer en los próximos meses equivale, más o menos, a la cantidad que Rusia ha dejado de poner en los mercados internacionales en los últimos meses.

El déficit ruso alcanzó los 1,76 billones de rublos en el primer mes del año, unos 22.400 millones de euros al inestable cambio actual. En enero, los ingresos totales —no solo los energéticos— se hundieron más de un 35% interanual, y los gastos se dispararon casi un 59% por la voracidad de su maquinaria bélica en Ucrania. “¿Por qué es importante este déficit?”, se pregunta retóricamente Serguéi Guriev, rector de Sciences Po de París y uno de los economistas rusos más prestigiosos de la actualidad. “Porque cada dólar que entre en las arcas públicas gracias a la venta de petróleo será un dólar más que Putin puede gastar en matar a los ucranios y en destruir ese país. Todas las sanciones que reduzcan los ingresos públicos importan”, afirma.

En lo macro, en diciembre, cuando Moscú optó por un apagón estadístico sobre los datos del PIB, tanto el comercio minorista como la producción industrial —dos indicadores mucho más ilustrativos de la evolución real de la economía— sufrieron contracciones no vistas desde la pandemia, según los datos de Agathe Demarais, jefa de análisis de la Economist Intelligence Unit.

El 5 de diciembre, la UE se cerró por completo a las importaciones de petróleo ruso y sus aliados del G-7 —liderados por Estados Unidos— impusieron un precio máximo al petróleo ruso que navíos y aseguradoras pueden transportar sin ser sancionados. La primera medida ha dejado a Rusia sin su principal mercado. La segunda ha trastocado por completo la logística necesaria para la operativa de su principal fuente de recursos. El principal efecto ha sido que las petroleras rusas están teniendo que vender con descuentos de hasta el 50%, al tener que asumir los enormes gastos del transporte del crudo en esas nuevas y penosas condiciones. En corto, han podido mantener volúmenes a costa de una severa caída en los precios de venta.

Es evidente que las sanciones han creado serios problemas que no puede eludir Rusia”, dice por teléfono Konstantín Símonov, director del Fondo Nacional de Seguridad Energética ruso. No obstante, dice, “desde el punto de vista del volumen, no se ha producido ningún crash ni de la extracción ni las exportaciones.

Hasta el viernes, cuando Moscú ha tenido que optar —motu proprio— por aplicar un severo tajo sobre el volumen que extrae y pone en el mercado. Al margen de esa decisión puntual, la prioridad sigue siendo reforzar su posición vendedora en India y China, a cambio, eso sí, de jugosos descuentos. Los nuevos precios de venta “son casi la mitad” de los que podrían ser sin sanciones, reconoce Símonov. “Pero si perdemos mercado, la situación para nosotros sería dramática”. Para poder dar salida a todo su petróleo, las energéticas rusas han formado una “flota en la sombra” con unos 600 navíos de segunda mano, según los datos de Bloomberg.

La reciente entrada en vigor, el domingo pasado, del veto europeo a los derivados petroleros rusos —un grupo en el que el diésel ocupa un lugar muy destacado— amenaza con dar una dentellada adicional a sus ingresos energéticos. “A diferencia del crudo, Rusia no está consiguiendo encontrar tantos compradores adicionales de estos productos, sobre todo diésel”, esboza Jorge León, vicepresidente sénior de la consultora energética Rystad y antiguo analista de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). “Eso permite pensar que el impacto puede ir a más en los próximos meses. Las sanciones están dando resultado: buscaban un objetivo doble, golpear a las finanzas públicas rusas y evitar un sobrecalentamiento en el mercado petrolero mundial, y está consiguiendo ambas cosas. Había mucho escepticismo, pero están funcionando muy bien”.

Heli Simola, economista del banco central de Finlandia especializada en países emergentes, también cree que el efecto de las medidas occidentales irá a más en los próximos meses: “Aún no hemos visto el impacto de las sanciones sobre los derivados petroleros; los ingresos rusos por venta de gas y petróleo van a caer con fuerza este año, reduciendo el superávit por cuenta corriente y ampliando el déficit fiscal”, desarrolla por correo electrónico. “Además, el impacto de las sanciones sobre la exportación de productos tecnológicos a Rusia se fortalecerá gradualmente, a medida que los inventarios vayan agotándose y la maquinaria importada vaya requiriendo mantenimiento”.

¿Adiós a su condición de superpotencia energética?

El impacto de las sanciones está siendo inmenso y ha alterado, en lo fundamental, la trayectoria de Rusia: de no levantarse, perderá su condición de superpotencia energética a finales de esta década. Y eso complicará las cosas a Putin o a su sucesor para continuar su política exterior imperialista, asevera Edward Fishman, investigador sénior del Centro de Política Energética Global de la Universidad de Columbia y antiguo miembro del Departamento de Estado de EE UU, que augura una “degradación gradual de la economía rusa” en los próximos meses.

El embargo europeo y el tope de precios del G-7 le está costando miles de millones de dólares cada mes, y Moscú tendrá problemas de efectivo. En el corto plazo, en cambio, todo es “más complicado: las sanciones están funcionando, sí, pero no han cambiado el cálculo de Putin y no están funcionando suficientemente rápido para marcar la diferencia en el punto de batalla”.

Pese al daño severo y creciente sobre la economía rusa, no se ha derrumbado como algunos predijeron en un primer momento. “No están destruyendo del todo la economía rusa, sintetiza Guriev. El tercer día de la guerra, las sanciones puestas en marcha contra el banco central ruso desataron una ola de pánico financiero y parecía que la economía rusa iba a colapsar. Pero no sucedió, relata. Aun así, “el golpe está siendo sustancial”. Las previsiones preguerra, recuerdan, apuntaban a un crecimiento económico del 3% el año pasado, y este acabó siendo del -3%: “Son seis puntos de diferencia, y eso que en el PIB está incluida la producción de armas, que, por supuesto, es irrelevante desde el punto de vista de la calidad de vida.

El Gobierno ruso recauda sus impuestos a las petroleras con el barril de los Urales como referencia. Su cotización la fija la agencia británica Argus Media a través de los datos de venta que recibe de las compañías que operan en los Urales, el Volga y Siberia. Como estas asumen ahora el flete de los barcos a Asia, dado que no pueden desembarcar legalmente en Europa, a sus precios se aplica un descuento de unos 30 dólares por debajo de otras marcas como el barril de Brent. El daño de ese descuento sobre la financiación del Kremlin es tal que Putin ha ordenado ya a sus subalternos que tengan lista una alternativa para marzo.

Hay discusiones en Moscú sobre el uso del Brent como referencia, aunque también es posible que el Ministerio de Finanzas emplee alguna referencia de Oriente Próximo, como Omán o Dubái”, desliza otro especialista del centro de análisis Carnegie, Sergéi Vakulenko. El punto de referencia sería ajustado por el coste del envío y del seguro. Este cálculo lo harían las autoridades fiscales rusas en función de lo que consideren razonable, añade. Al vincular los impuestos a la cotización de otros barriles con un descuento, las autoridades rusas han conseguido, según Símonov, una solución aceptable a corto plazo: “El Gobierno solo quiere garantizarse un volumen de dinero con ese esquema. Les dice a las petroleras: ‘¿Vendéis crudo? Molodstí [buenos chicos]. Por cuánto no es nuestro problema. Si os va bien con nuestro cálculo, guardaos el resto en el bolsillo. Si no, lo siento, pensad vosotras mismas cómo resolver el problema”, afirma.

Moscú, obligado a echar mano de las reservas

Las previsiones de Moscú pasaban por que la tercera parte de su presupuesto anual lo cubriesen las compañías energéticas, con impuestos y regalías. Para eso, sin embargo, la mezcla que pone en los mercados debería superar los 70 dólares por barril, frente a los menos de 50 que promedió en enero. Ese hachazo de las sanciones sobre las cuentas públicas está obligando al Kremlin a echar mano de varias cartas cuidadosamente guardadas bajo la manga. Hasta ahora.

A mediados de enero, el banco central ruso empezó a vender yuanes de sus reservas por una nueva regla presupuestaria que obliga a compensar así las menores entradas de dinero por el petróleo cuando el precio de este se hunde. Este colchón, sin embargo, es tupido: solo se agotaría este año si el barril de los Urales cae por debajo de 35 dólares, según las previsiones de Citigroup y Bloomberg. De suceder, sin embargo, el menor de los problemas para la economía rusa sería el agotamiento de las reservas en divisa china.

La segunda carta de la que han echado mano consiste en exprimir a sus empresas: Rusia cerró el año pasado con un déficit del 2,3% del PIB, pero la brecha habría sido mucho mayor de no haber sacado 1,2 billones de rublos (12.000 millones de euros) de la hucha del monopolio gasista Gazprom. La fórmula empleada fue una tasa única. Pero no ha sido suficiente: ahora, el miércoles el Kremlin acaba de plantear una “contribución voluntaria” por parte de las compañías.

Columna Digital

 

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