Venezuela… Siempre se nos ha vendido como un país maravilloso, cuya gente es inigualable, trabajadora, emprendedora, que no se da por vencido. Lo hemos vuelto sinónimo de resistencia y resiliencia. Por años lo hemos ejemplificado con la ama de casa que madruga colando café, con el hombre humilde que sale temprano a trabajar para sacar a su familia adelante, con gente que quiere progresar sin importar el estatus social.
Los cuarenta años de democracia, los de la hoy satanizada IV República sirvieron –nos guste o no– para que las brechas sociales se minimizaran y el petróleo se tradujera, en alguna medida, en igualdad de condiciones para todos. Los cambios sociales que impulsaron los gobiernos democráticos –desde Rómulo Betancourt hasta Rafael Caldera II– permitieron que el hijo del empresario y la descendencia de asalariados de los estratos sociales más bajos se sentaran en el mismo salón de clase.
Son cientos las anécdotas que conocemos de hombres y mujeres humildes de las parroquias más populares del país que con trabajo honesto lograron graduar a un número importante de sus hijos. El 23 de enero, o Santa Bárbara del Zulia, Barcelona, o Tumeremo; pujaron médicos, ingenieros, maestros y un sinfín de profesionales que sumaron a sacar a este país adelante.
Hoy la crisis política, social y sobre todo la económica; ha hecho que este país se vuelva cada vez más un recuerdo. Nuestros jóvenes cada vez están más alejados de las aulas y –ante la falta de oportunidades y míseros sueldos– nuestros profesionales están cada vez más lejos del trabajo formal como por años estuvimos acostumbrado.
No quiero satanizar por adelantado la desprofesionalización de toda una sociedad, o culpar a la juventud de no buscar las aulas. El mundo ha cambiado y nuestro país, profundamente golpeado por una realidad que todos bien conocemos y que hemos descrito ampliamente en entregas anteriores de esta misma publicación; no podía ser la excepción.
El ausentismo escolar en todo nivel es una realidad ineludible. Vemos desde niños rebuscándose en la calle limpiando vidrios, hasta adolescentes y adultos apostando por otras formas de vida donde la formación profesional no parece ser prioridad.
Esto está dejando, a nuestro humilde entender, graves secuelas en la sociedad. Hoy aquel famoso programa de becas de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, que llegó a ser el sueño dorado de toda una generación, no parece ser más que un recuerdo vago para quienes a diario buscan como surfear la ola de la sobrevivencia en Venezuela. Esto por poner solo un ejemplo.
Nos hemos vuelto la sociedad del resuelve, del «te vendo esto», del «te cuadro aquello»; todo por supuesto con altas coimas que les permiten a unos pocos mantenerse en sus burbujas particulares, en base a amigos o conocidos cercanos al poder. Es una especie de Estado paralelo que no supone ningún grado de capacitación para sus beneficiarios.
Un ejemplo cercano: La venta y reventa de dólares. En base a la disparidad del control cambiario, aquí ha hecho negocio desde el que se gana unos pobres porcentajes por el cambio de divisas a bolívares y viceversa hasta el que opera grandes transacciones del mercado cambiario con empresas afines a la «revolución».
Quienes palpamos el país profundo sabemos que esta realidad ha traído consigo una nueva normalidad donde el plan ideal de nuestra juventud –o parte de ella–, para evitar el pecado de la generalización- es enchufarse… O peor aún, acercarse al mingo del ya muy empobrecido «petro-Estado» a ver que negocio queda por hacer.
A mí me duele reconocerlo, pero vemos a muchísimos jóvenes extraviados siguiendo como patrones a «influencers» que realmente no influencian positivamente a nadie. En este país hemos dejado de seguir los pasos de gente honorable como Renny Otolina, Sofía Imber, o Carolina Herrera; para quedarnos grabándonos en Tik Tok y seguir a personajes nefastos de la farándula nacional.
A mi honestamente, y como madre de adolescente, me preocupa enormemente que estudiar no sea la opción número uno de nuestra generación de relevo. Que nuestros hijos crean que el futuro se limita para nuestras niñas a casarse con un hombre con dinero que las lleve todos los fines de semana a Los Roques o Aruba.
Me genera profundas alarmas que nuestros muchachos no tengan a la ciencia, la cultura y la historia como prioridades para su porvenir y sus preocupaciones se limiten a cuantos seguidores puedo conseguir con un podcast en YouTube, o con grabaciones ridículas en las demás redes sociales.
Si bien no todo el mundo nació para ser médico, no podemos pensar que toda una generación se quedará sin formación real, so pretexto de la tendencia. La moda no puede ser imitar lo malo.
El modus vivendi de muchas de nuestras adolescentes se ha transformado, con el paso del tiempo, en lo que se ha popularizado como «sugar daddy» con una buena chequera. Esto es realmente lamentable desde nuestro punto de vista. Yo crecí en un país de oportunidades para todos y donde la muchacha que nació en los andes pudo llegar a tener su propia empresa sin pasar por la operación colchón de nadie. Ese es el país que quiero para los que vienen.
Para esto, el rol del Estado es fundamental. Ya basta de las excusas del bloqueo, nuestra educación –desde escuelas públicas hasta universidades– deben ser la prioridad para la gestión oficial. Y adelantar un amplio reglamento legal que garantice fuentes de trabajo dignas para todos nuestros muchachos. No podemos seguir excluyéndolos de las aulas de clases.
Yo sueño con tener el país donde la moda sea la superación, donde nuestro tricolor sea enarbolado en el exterior por la gente más capacitada que sale a representarnos en competencias intelectuales. Eso es posible, pero para ello la voluntad política debe estar del lado de los que quieren superarse.
Grisela Reyes es empresaria. Miembro verificado de Mujeres Líderes de las Américas – griseldareyes@gmail.com – @griseldareyesq