Son Daniel y Rosario. Él es presidente y ella vicepresidenta de un pequeño y empobrecido país, pero de valiente historia llamado Nicaragua. Allí cogobiernan, mandan, ordenan, quitan, ponen y disponen de cuanto los rodea. Nicaragua es su hacienda, su posesión personal, su propiedad privada, en la que deciden a su antojo sobre la vida –las han segado por cientos–, los bienes y hasta de la nacionalidad de sus conciudadanos. Sólo ellos tienen derecho sobre los asuntos del Estado.
Él tiene 77 y ella 71. Aparentan más, mucho más, quizá porque su obsesión por el poder, los interminables desvelos por mantenerse eternamente en él, los retorcimientos del alma y el envilecimiento que lleva al trato despiadado contra el semejante los ha ido consumiendo, secando en vida como pingajos de carne expuestos al sol.
Ella se frunce, se enteca, sus brazos se han tornado sarmentosos. A veces parece que poseyera más de dos y que los agitara con el cálculo despacioso de las tarántulas. Dicen que es poeta, una dulce poeta. Él, otrora gallardo comandante de una revolución liberadora, está convertido en un anciano jorobado por el peso de sus muchos extravíos, que oculta los últimos pegotes blancos del cabello bajo una gorra. Se les ve arrastrar los pies en medio de su degredo.
Esa degeneración orgánica visible en sus estampas, acelerada sin duda por la otra, la política, la de los valores y principios que en otras épocas decían inspirarlos en la lucha contra una dictadura, tal vez aliente la esperanza entre quienes los padecen hoy en su territorio, en la cárcel o en el destierro de que la naturaleza se apiade de Nicaragua y la libere un día no muy lejano del yugo de esa yunta dinástica.
Daniel Ortega y Rosario Murillo retan al mundo democrático. Una pareja que no tiene empacho en mostrarse malvados como son en todos los órdenes de la vida. Impúdicos, han sido capaces de superarse día a día en sus extravíos. Un desmán, un atropello, un abuso del poder supera al otro. Se muestran capaces de dar siempre una vuelta que apriete más el garrote opresivo que han creado y manejan desde el lecho matrimonial.
Por obra de sus excesos, Nicaragua volvió a estar por estos días en los noticieros de todo el mundo. Doscientos veintidós (222) presos políticos, encarcelados desde que pretendieron buena parte de ellos participar en las elecciones presidenciales fueron desterrados a los Estados Unidos. Y luego, literalmente de un plumazo, despojados de la nacionalidad nicaragüense. Llevaban más de dos años detenidos.
No pasaron muchos días sin que el exabrupto se repitiera. Otros 94 nicaragüenses fueron no solamente despojados de su nacionalidad, sino también de sus bienes. La lista incluye escritores como Sergio Ramírez y Gioconda Belli, que han dado brillo internacional a las letras de la tierra de Rubén Darío, cuya efigie –para variar– ya pertenece a la dictadura que lo exhibe en sus actos. También fueron víctimas de la medida varios periodistas, entre ellos Carlos Fernando Chamorro, activistas, feministas y el obispo Silvio Báez.
Mención aparte merece el caso del obispo Rolando José Álvarez Lagos, contra quien el ensañamiento de la siniestra pareja ha ido en progresión. Álvarez se encontraba entre los detenidos que el régimen decidió desterrar, pero ante la negativa del prelado se le condenó a 26 años de cárcel. Más de un cuarto de siglo en prisión lo quieren ver Daniel y Rosario.
El riesgo cada vez más patente es que esa pústula abierta hoy en Centroamérica y que es el régimen Ortega-Murillo, que se exhibe al lado de gobernantes de la región en reuniones como la reciente de la Celac, se convierta en parte del paisaje, algo aceptado como natural en la gama de opciones posibles y aceptadas para la vida normal de cualquier país. Que sean capaces de surgir, desarrollarse y consolidarse ante la impasividad de la comunidad internacional. ¿No hay otros tras sus pasos?
Y peor aún, con la muy decidida y zalamera aceptación de sus pares regionales. Vean si no a López Obrador otorgándole a Díaz Canel, jefe de la dictadura más consolidada de la región, la condecoración del Águila Azteca, la más importante de México. Hasta otorgarle el Zopilote de Plomo ya hubiera sido un exceso.
Periodista. Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar