Y hay que seguirle la corriente para ver hasta donde la lleva el buen viento que está recibiendo. Su incremento no es una sorpresa, la infla el declive de Guaidó. Los seguidores de una misma política se desplazan confortablemente de un nombre a otro. Pero no es sólo migración interna, se está conformando una referencia populista conservadora.
Hay que reconocer que María Corina quiere gobernar. Y esa voluntad la vive con persistencia y coherencia. Pero su elemento impulsor en este tramo de pre-campaña le pone un techo: su extremismo no se corresponde con el hartazgo de los venezolanos ante el conflictivismo, los radicalismos de carrusel y la política como maña para aniquilar al otro.
El ascenso de María Corina y el del Conde son efectos de un rebote. La política que ya no puede valerse de sus propios medios, intenta recomponerse por medios sociales y fuera del partidismo tradicional. Hay un país que no quiere ni al gobierno ni a la oposición, porque ambos lo dejan a un lado.
La encuesta Datincorp retrata tres situaciones: Una, que esta no es la hora para aspirantes que tienen muy baja aceptación. Dos, sólo María Corina, Benjamín Rausseo y Rosales permanecen de píe y con posibilidades de incorporarse, Capriles. Tres, que Fuenteovejuna espera un nombre.
La gran desilusión, rechazo y desconfianza hacia partidos y políticos es la crisis de un modo de hacer política. Pero su otra cara muestra la gran oportunidad para iniciar una nueva fase de desarrollo cívico del país, cuyo logro principal sería un acuerdo nacional para vivir con bienestar, convivencia y democracia. ¿Quiénes son los parteros de esa nueva era? Y ¿Cuál es el formato, tamaño y contenido de las transformaciones viables?
Las elecciones presidenciales son un proceso que permiten hacerse y despejar ese tipo de preguntas. Todos, opositores y chavistas, estamos ante la posibilidad de contribuir a una transición mediante una propuesta de cambios pausados y seguros. En ese horizonte, el nombre del conductor del proceso debe brindar confianza a las fuerzas opositoras, a las gubernamentales y al país.
Si en el 2024 un candidato claramente opositor logra una victoria electoral, objetivo que es posible, el poder actual no la reconocerá si significa una amenaza a su seguridad y a la de sus círculos. Una restricción de escenarios que hay que tener presente y comprender que los propósitos claros y la confianza son llaves de la transición.
Decidirse por un candidato o candidata es elegir una visión sobre la transición, un programa para la reconstrucción institucional, económica y afectiva de la sociedad y optar por una política de entendimiento para dejar atrás el ciclo del autoritarismo de Estado. Un entendimiento que pasa por actuar para ganar con grandeza.
Ese candidato no ha cuajado en la percepción colectiva, pero está en avance el debate sobre sus características y atributos, tomando en cuenta el entorno actual. Entre ellas, 1) consistencia ética y valores, 2) independiente no sujeto a disciplina partidista, un demócrata. 3) noción del rumbo común para enderezar a un país astillado, 4) voluntad de diálogo y persuasión, 5) Solidario con los más golpeados por la crisis y compromiso con los actores que pueden sacar del hoyo al país con estabilidad, 6) Alianza con los sectores productivos, del conocimiento y del trabajo.
La figura no ha aparecido, pero aparecerá y veremos. El país lo tiene en la punta de la lengua.
Analista político – Cofundador del MAS – @garciasim