Incuestionable e ineludiblemente, el momento político en que nos hallamos sumidos nos acecha otra crisis inflacionaria bastante fuerte, que, sería un absurdo ignorarla o emplear ambages para edulcorarla, situación a la cual arribamos por diversos factores endógenos que huelga repetir, pues la población los vive, a diario; desde el más hasta el menos empinado. Es una vorágine inexorable. Pero, no única, aunque sí bastante atípica por lo ininteligible, en los anales de la economía mundial puesto que un país con las reservas petrolíferas más grandes del planeta, aparte de una producción petrolera de unos tres millones de bpd durante la década 1970, se halle en una condición tan paupérrima a causa de la corrupción y otras cualidades insólitas, como por ejemplo, la de una cleptocracia infame inmersa con todo desparpajo en las altas esferas del poder desde donde con su demagogia y verborrea oprime sutilmente, a sus pobladores mediante falacias y melodramas con visos manifiestos de desvaríos y siempre dentro del mismo círculo vicioso y patrañero, ostensibles sobremanera, a la luz de realidades ineludibles que la evidencian. Pues, fehaciente y notoriamente, arreamos unos siete años continuos de caída y baja del PIB de casi un 30 por ciento durante 2020, con respecto a 2019, según informe 2021 del FMI.
Aunque no hay datos oficiales para saber qué ha sucedido con la actividad económica interna, durante el I semestre de 2021 se evidencia un rescate leve de la producción petrolera, pese al marco difícil que tenía el país para comerciar crudo petrolero en el mercado internacional. De hecho, argucias para evitar el comiso y las sanciones incluyen transferencias de barco a barco, empresas fantasmas y señales satelitales silenciadas, y operaciones de dopaje de crudo “doping” con aditivos químicos para cambiar su nombre en el papeleo y no dejar rastros de sus orígenes venezolanos.
Por otra parte, tenemos un lastre que avalaría esta tendencia a quedar atrapados de nuevo en este flagelo que ya parece incontrolable: índice inflacionario durante enero 2023 de un 39,4 por ciento y tasa acumulada de casi un 440 por ciento. A manos de los tecnócratas del régimen podrían estar las opciones para moderar semejante crisis inextricable. Hay que afrontar a la inflación y abatirla, tal y como lo hicieran varios países hermanos que, en décadas anteriores, sufrieron graves procesos inflacionarios, aun más críticos de los que hoy día agobian a Venezuela; para lograrlo, priorizaron a ese objetivo y promocionaron políticas públicas enfocadas hacia una disciplina fiscal y monetaria, por la restitución de su autonomía a los bancos centrales, estímulos a la inversión para aumentar la producción, la aptitud y productividad de las empresas, por el desmantelamiento de los controles de precios a fin de permitir la actuación racional de las fuerzas del mercado, así como por la activación de políticas cambiarias dinámicas y racionales.
Con una inflación baja, como la del veinteno 1950-1970 venezolano, entonces análoga a poco menos de un dos por ciento, no habría necesidad de decretar aumentos coercitivos de salarios que tanto dañan y distorsionan.