Amigos lectores:
Un año de la invasión a Ucrania. Un año de atrocidad y sufrimiento para los ucranianos. Un año de devastación para la nación ucraniana.
No solo ha sido una guerra (una confrontación militar). De forma simultánea, Putin puso en marcha un programa masivo de crímenes en contra de la población civil, en contra de la población indefensa.
A los indefensos se los ha ejecutado, torturado, violado, secuestrado, robado y sometido a violencia indecible, en pueblos y ciudades en los que no había presencia militar ucraniana alguna, donde no había ni resistencia ni nada que pudiese oponerse al poderío del invasor. Son, por lo tanto, crímenes de guerra. Crímenes sin justificación alguna.
Lo que está ocurriendo en Ucrania y en otros lugares nos dice, cuán vano fueron los padecimientos del siglo XX.
Cuando finalizó la Segunda Guerra , una oleada de optimismo se diseminó por el mundo. Se propagó el convencimiento de que nada parecido podría ocurrir nuevamente. Sin embargo, apenas duró.
Desde entonces las evidencias no cesan de acumularse. Guerras, revoluciones, genocidios, ataques terroristas, nuevas formas de belicismo. No está descaminada la tesis del sociólogo serbiobosnio, Sinisa Malesevic, de que la brutalidad organizada no cede ni se contiene: aumenta, sin que aparezcan contrapesos ni expectativas de que las cosas mejorarán en las próximas décadas.
En el texto que ocupa la página 1, El mundo en guerra, Edgar Cherubini Lecuna pone foco en las amenazas que penden sobre Europa y el resto del planeta: “La ambición imperialista rusa representa un riesgo inminente para el mundo ante la amenaza de desatar una guerra nuclear. Esto último, nos recuerda los últimos días de Hitler, cuando percibió que la derrota era inminente promulgó el Decreto de tierra quemada: “Antes que el enemigo ocupe el territorio alemán, todo, sencillamente todo cuanto es esencial para la continuidad de la vida, será destruido. Todo será quemado, abatido o demolido, incluyendo los registros, los archivos, las granjas, el ganado, los monumentos, los edificios, los palacios y los edificios de ópera. Y si el pueblo alemán no está dispuesto a luchar por su supervivencia, tendrá que desaparecer también. Si nos destruyen, sepultaremos con nosotros al mundo, a un mundo en llamas”. El de Putin, es el mismo vaciamiento de conciencia que llevó al nazismo a destruir a Europa y producir una mortandad de 90 millones de personas. Según Glucksmann, existe una matriz común entre el nazismo y el régimen soviético, al utilizar el terror como la última ratio en su estrategia totalitaria”.
“Una Solución Final para Ucrania” -título de un editorial de RIA Novosti, la agencia de información oficial de Rusia- es el nombre de las notas que ocupan las páginas 2, 3 y 4. Provienen del diario seguimiento informativo de los horrores cometidos durante la invasión. En su laconismo hay citas, percepciones, relatos de la atrocidad ejercida sobre las vidas de los civiles impotentes. Solo añadiré que el material viene con la privilegiada compañía de tres obras de Vasco Szinetar, surgidas del mismo espanto ante la acción del putinismo.
El ensayo de Asdrúbal Aguiar A. ocupa las páginas 5 y 6. En Ucrania se decide el choque de las civilizaciones puede leerse como un capítulo más de su investigación de los últimos años, de la que han surgido ensayos y libros, en los que ha construido una reflexión sobre la acción en contra de la cultura, los modos de vida y los valores de Occidente. Escribe: “Presenciamos esta vez, debilitados en nuestras raíces, los angloamericanos y latinos, un bautismo de sangre del orden global que emerge a partir de la medieval Rus de Kiev, madre de los rusos y teatro de los desencuentros. Despertamos ante un drama que casi dura una década y nos sorprende en su giro, al formalizar Rusia una vieja guerra como guerra convencional en plena era digital, resucitando en el imaginario –acaso deliberadamente y para despertar en la conciencia colectiva apegada a la filmografía hollywoodense– los fantasmas del siglo XX. Es, como lo creo, lo que concita nuestra atención del evento, extrayéndonos del metaverso que nos mantiene como presas. La declinación de nuestras raíces judeocristianas y grecolatinas, la banalización de nuestras concepciones políticas y la democracia, al punto de inventarnos la categoría de lo iliberal, así como el hábito corriente de destruir estatuas, quemar iglesias, forjar identidades al detal y avergonzarnos de nuestra memoria, sin embargo, no nos permite mirar más allá y apreciar el hecho ucraniano en sus reales dimensiones. Nos encontramos en la hora del Dios Jano”.
En las páginas 7 y 8,José Álvarez-Cornett ofrece una semblanza de Halyna Mazepa, artista ucraniana que, luego de un periplo por varios puntos de Europa, y de haber afrontado la muerte de su madre y dos de sus hijos durante un bombardeo a Praga en febrero de 1945, tras breves estadías en Alemania y Francia, llegó a Venezuela con su familia en 1947, donde desarrolló una vida creativa y profesional. “Por más de tres décadas, Halyna Mazepa fue la ilustradora de numerosas portadas y contraportadas de Tricolor. Además de ser la autora de centenares de ilustraciones que dieron forma, movimiento y vida colorida a muchos poemas, cantos, teatros infantiles y cuentos en Tricolor, en especial, las historietas del Tío Nicolás de Rafael Rivero Oramas y de las portadas de varios libros para niños, Halyna Mazepa fue una ceramista galardonada y, desde Bolívar Films y ARS Publicidad, trabajó en el arte de los dibujos animados”.
Que se acabe de una vez. La invasión. Es todo cuanto hay que decir.