Isabel Pereira Pizani: El lamento de Héctor Navarro

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Es una gran inspiración recordar las palabras de Antonio Escohotado cuando declara que siempre ha considerado como un gran acicate llegar al origen, al fondo de las cosas y a partir de allí comenzar a explicar. Es lo que hace en su monumental obra Los enemigos del comercio. La sensación que tengo al leerlo es la de estar frente a un maestro que nos lleva de la mano y nos enfrenta a realidades veladas, casi ocultas. Trata de buscar de forma detectivesca a los culpables del infundio clavado en millones de cerebros humanos que afirma “la propiedad es un robo y el comercio su instrumento”. Un crimen monstruoso cometido contra la humanidad.

Incansablemente, durante años se dedica a descubrir quiénes son los culpables de sembrar este infundio que ha crecido en todo el planeta y ha sido causa de guerras, revoluciones, millones de muertos, sacrificios de jóvenes, pueblos empobrecidos y de un combate permanente en una supuesta contradicción entre los que creen haber encontrado a los culpables: el capitalismo, el empresario, el mercado, la libre empresa, el individuo. Frente a otros que aparecen como los vengadores históricos, tal como se proclama en el célebre Manifiesto Comunista.

“Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.

No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de comunismo.

De este hecho se desprenden dos consecuencias:

La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las potencias europeas.

La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido”.

En verdad estas consignas han gravitado sobre la historia universal de la humanidad. Muchos países, lideres, intelectuales han asumido esta declaración como su proclama de principios, su programa y la justificación de su conducta política.

Escohotado, fiel a su consigna de ir al fondo, se dedica con una tenacidad demostrada en las 1.861 páginas de su gran obra a iniciar la pesquisa de los fundamentos que luego inspiraron a Carlos Marx a convertir estos pedazos de historia en los elementos de una de la teoría culpable de genocidios, guerras y guerrillas y del exterminio de millones de seres humanos en Europa, Asia, América Latina y África.

Este ilustre pensador nos invita a mirar de nuevo a Grecia, no solo por su dimensión cultural sino por ser la cuna de los modos de pensar que han separado la humanidad. Allí nos habla de las diferencias entre Atenas y Esparta, el comercio, el hombre productivo, el ciudadano ateniense versus el obediente guerrero espartano, la sociedad donde se ejerce el poder total sin leyes escritas, pero donde el norte de cualquiera es aprender a obedecer y acatar los designios de quienes por sus diversas razones ostentan el poder político en esta región guerrera. Luego se adentra en las entrañas de Roma “el imperio”, allí nos enseña que una de las traducciones de Rome “es fuerza bruta”, lo que quizás asoma su  tinte esclavista y su indiferencia ante la producción como generadora de una actividad económica. Pero también allí encontramos parte de la génesis de lo que luego llamaremos este cuerpo estructural de principios como es el derecho romano, “un derecho civil que sigue siendo lo más parecido a una ciencia de los pactos”, creando así “un sistema de conceptos que en la Antigüedad representa el único pensamiento racional realmente constructivo”.

Si llegamos hasta allí, en el exigente recorrido de esta obra encontramos tres cosas esenciales: la oposición filosófica-conceptual de Atenas y Esparta y su repercusión posterior en los caminos seguidos por la humanidad entre democracia y totalitarismo y el hilo salvador de la ley como elemento que posibilita la convivencia, el respeto y el cumplimiento de deberes y derechos en este mundo. Una evidencia que nos confronta y nos obliga a preguntarnos: ¿de cuál lado estoy?, ¿qué defiendo?, los poderes concentrados que se imponen sobre el hombre anulando su capacidad de decidir o la búsqueda incierta, llena de sobresaltos que significa construir universos basados en la libertad humana, en sus esfuerzos, errores y rectificaciones que significan vivir en un mundo donde la responsabilidad del individuo consigo mismo y con los demás es el difícil norte que emprendemos. Vivir en dictadura solo exige que aflojemos nuestras inquietudes, aspiraciones y nos dobleguemos pasivamente bajo unas ideas oscuras que asesinan nuestro espíritu y el pedazo de humanidad creativa que nos alienta.

Estas reflexiones surgen cuando topamos con las preocupaciones de un hombre que confiesa su lealtad a Hugo Chávez y al Plan de la Patria como su documento maestro. Héctor Navarro, funcionario con importantes cargos en el Estado chavista, ministro de Educación  y de Energía Eléctrica, cargos en los cuales subsiste una estela parecida a la de Atila. “Donde pisa su caballo no crece la hierba”. Vale la pena detenerse en sus afirmaciones tratando de llegar a un fondo moral que parece ser su gran inspiración. Según este individuo la culpa de la tragedia que hoy vivimos es la traición de Maduro al Plan de la Patria que dejó Chávez como legado.

El Plan de la Patria podía asimilarse a una Constitución espartana. Se trata de obedecer y sumirse en la aceptación total de un poder que define nuestro destino.

El Sr. Navarro achaca nuestra crisis casi total a una traición de Maduro, que ha impedido que las metas del chavismo sean alcanzadas por el actual régimen. Su interpretación la concentra en la permisividad ante la existencia de una gran corrupción como elemento explicativo del fracaso: “No puede haber revolución socialista con corrupción”. Creo que en esta aseveración borra todas las evidencias históricas, las obvia, no ha existido en la historia de la humanidad ninguna experiencia que muestre el éxito, de las revoluciones socialistas, siempre han sido eventos dominados por la opresión, la persecución de la disidencia, el fracaso económico que se desprende de la destrucción de la propiedad, del comercio y la corrupción moral de sus líderes. Esto puede constatarlo el profesor Navarro hojeando cualquier texto histórico. ¿Qué pasó en la Unión Soviética y sus 17 repúblicas dominadas por este sistema? ¿Cuál fue la suerte de Berlín comunista sometida por la Stasi? Y, por estos lados, qué pasa en la Cuba empobrecida, dependiendo siempre de algún país que la subsidie, con cientos de presos en las cárceles por solo protestar pidiendo libertad. ¿Qué pasa en Nicaragua y qué ha pasado entre nosotros después de un cuarto de siglo de dominio “revolucionario” con miseria desatada, economía destruida, presos políticos y penurias en todos los ámbitos de la vida social? Luchando por elecciones libres, algo normal en cualquier democracia.

Al Sr. Navarro, que parece una persona inocente, lo invito a leer Los enemigos del comercio para que quizás pueda captar que el origen de nuestros males no es solo la corrupción -que sí existe- sino la imposibilidad, inviabilidad de someter a un pueblo al camino espartano de guerra sin paz, de obediencia sin reclamo espiritual, de acatamiento a un poder total. No creo que sea tan difícil comprender, basta con tener buena voluntad y valor para aceptar realidades distintas a las que siempre hemos confiado ciegamente, sin ver el mundo, las gentes y la manera como se organizan las sociedades que creen en la fuerza espiritual del ser humano como hilo energético y no se arrodillan en presencia de Estados totalitarios que pretenden uniformarnos y eliminar nuestras aspiraciones y potencialidades creativas. Saludos, Sr. Navarro.

 

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