El intelectual español Fernando Savater, al criticar los movimientos separatistas, ha dicho recientemente que estos abominan “de España, de sus tradiciones y de su historia, sobre todo de su lengua y de paso de su religión mayoritaria…aunque haya que inventar mentiras para justificar este repudio y patentar risibles identidades disgregadoras que la sustituyan; en cuanto a la transformación ideológica del tradicional humanismo cristiano en paganismo antihumanista y animalista, pasa por obviar la biología y la antropología convirtiendo aspiraciones desbocadas en derechos irrenunciables, como la autodeterminación sexual de quienes que por su corta edad no saben del sexo más que las fábulas que le cuentan sus mayores”.
La época postmoderna que vivimos se alimenta, como bien dice Juan Nuño, “de un doble postulado: anarquismo valorativo y pérdida de la conciencia histórica… El anarquismo valorativo lleva inevitablemente al nihilismo cultural: “Todo vale lo mismo” es la puerta abierta al “nada vale nada”. El postmodernismo propicia la relativización cultural.” Asistimos a la entronización de un materialismo asfixiante y simplista, un hedonismo promiscuo y un egoísmo despiadado y obtuso. Esta sociedad que ha perdido demasiado el sentido de la trascendencia está caracterizada por el fenómeno del consumismo. Se trata de una cultura que identifica a la persona con lo que está en capacidad de procurarse para conseguir placer. Una sociedad que ha hecho del “consumo” el elemento directivo de la entera experiencia humana. El incremento descomunal de la drogadicción está también relacionado con la cultura consumista y ha convertido al sentido del deber en una manifestación neurótica. Esta nueva sociedad neopagana está claramente enfrentada a los valores del humanismo cristiano. Lo podemos percibir en los ataques que se hacen en los medios y en las redes en contra de esos valores. Cada día más los cristianos, particularmente sacerdotes, monjas y pastores, son los “malos” de las películas, hipócritas, corruptos, pervertidos. En una reciente serie sobre la historia de los Vikingos, la heroína buena es una sacerdotisa de los dioses del Valhalla y los convertidos al cristianismo son de una maldad y crueldad espantosas. En este nuevo mundo de “tiktokers” e “influencers” se propicia un infantilismo cultural absolutamente imbécil y se celebran el sexo y la violencia. En efecto, como nos dice Giovanni Sartori, el “homo sapiens” se está trasformando en “homo videns”, que lee muy poco y mal, ve muchas imágenes, pero maneja muy escasos conceptos. Vivimos en la “civilización del espectáculo”, analizada por Mario Vargas Llosa, donde el entretenimiento ahoga la cultura. Hace tiempo el gran Octavio Paz anticipaba la llegada de esta “videocracia cretinizante:” La famosa frase de Marx acerca de la religión como opio de pueblo, puede aplicarse ahora con mayor razón, a la televisión, que acabará con anestesiar al género humano, sumido en una beatitud idiota.” ¿Qué nos diría Paz ahora frente al poder del internet, de las redes sociales, los algoritmos y la posverdad? Quizás nos repetiría estas palabras: “Debemos recobrar la conciencia de la condición trágica del hombre, suspendido siempre, desde el comienzo, entre la vida y la muerte, el bien y el mal”
@sadiocaracas