Andrés Ortega: Lo llamamos nueva guerra fría, pero no lo es

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Lo llamamos “nueva guerra fría”, pero la relación, competencia y colaboración entre Estados Unidos y China no solo no lo es, sino que guiarse por este concepto puede llevar a errores de visión y de política (policy). Más aún entre China y la Unión Europea, que ve, correctamente, a la superpotencia asiática como “socio, competidor y rival sistémico”. Utilizamos el término de guerra fría por pereza intelectual, y porque estamos inmersos en un periodo de transición, es decir, de desorden, de un orden mundial a otro cuyos contornos se divisan aún mal. La guerra fría responde a otra época y situación. No es un concepto útil hoy. Pese al discurso de la tensión entre Washington y Pekín, la realidad es otra. El episodio de los globos es un reflejo.

A diferencia de la antigua Unión Soviética, China participa plenamente en la economía global, y en las cadenas de suministro que la conforman, aunque la globalización se haya frenado algo con la pandemia y con la competencia tecnológica y estratégica entre Washington y Pekín. Desde Occidente, sobre todo desde EEUU, se avanza hacia un acortamiento de estas cadenas, por medio de políticas de reshoring, nearshoring o friendshoring de empresas. No solo por razones geopolíticas o geoeconómicas, pues tiene mucho que ver con la política interna estadounidense. Con su política de America First, Donald Trump y su republicanismo radical atrajeron a una parte importante, venida a menos con la deslocalización y la automatización, de la clase obrera y media baja de EEUU. Joe Biden quiere con su política antichina y de Buy American –más allá de indudables consideraciones estratégicas de una superpotencia que teme que le haya surgido una rival– restablecer puentes con esos votantes que había perdido el Partido Demócrata. Es, además, un terreno de entendimiento con el propio Partido Republicano, radicalizado, con el que ahora tiene que tratar dado que controla la Cámara de Representantes. La política hacia China tiene mucho de política interna americana. All politics is local.

La actual administración estadounidense, inspirándose en tiempos de la guerra fría, se ha metido en una política de control de las exportaciones de tecnología avanzada hacia China, en la que está incorporando a aliados como Países Bajos, Japón y Corea del Sur, esenciales para la fabricación de los chips (microprocesadores) y otros elementos más avanzados. Un problema es que cada vez es más difícil diferenciar entre aplicaciones civiles y militares de estas tecnologías. Indudablemente, hay una carrera tecnológica entre EEUU y una China cuyos avances quiere frenar Washington tras percatarse, demasiado tarde, de que su incorporación a la economía mundial, en especial a partir de 2001 con la entrada en condiciones ventajosas de Pekín a la Organización Mundial del Comercio, no produjo la liberalización económica y política que, de manera ingenua y con desconocimiento de la cultura imperante en China, esperaba. Un ingenuidad y desconocimiento que también es frecuente en España.

China tuvo su primer ‘momento Sputnik respecto a la inteligencia artificial con la derrota, en 2018, de un maestro del juego Go por la computadora AlphaGo de Deepmind (empresa adquirida por Google).
El discurso de frenar a China predomina en EEUU, donde hay un amplio consenso al respecto. Algunas medidas restrictivas pueden lograrlo, al menos temporalmente. Por ejemplo, limitando la capacidad china de desarrollar la más avanzada inteligencia artificial (IA), respecto a la cual Pekín ha tenido lo que el experto e inversor Kai-Fu Lee llamó el “momento Sputnik”. Se refería al susto de EEUU cuando la URSS lanzó en 1957 el primer satélite artificial. Generó una carrera espacial, que llevó a EEUU a poner a un hombre en la Luna, a donde ahora parece que quieren volver diversas potencias, empezando por China. El primer “momento Sputnik” chino en referencia a la IA llegó en 2018 con la derrota de un maestro del juego Go por la computadora AlphaGo de Deepmind (empresa adquirida por Google). (Dicho sea de paso, estos días, un jugador humano aficionado ha vencido al programa, tras descubrir en él, gracias a la IA, algunos fallos en el programa.) El segundo momento, para Pekín, ha sido el lanzamiento por OpenAI (en la que Microsoft tiene grandes intereses) de la inteligencia artificial generativa de lenguaje natural ChatGTP, que tanto revuelvo ha causado, y las de otras empresas. Corriendo, Pekín va a intentar presentar la suya. China, el mayor consumidor mundial de chips, no es (¿aún?) capaz de diseñar o fabricar los más avanzados, que necesita para esta carrera. Las medidas limitativas de Washington le están llevando a desarrollar su propia capacidad. Tomará un tiempo y el éxito no está garantizado. Pero, ejemplo de la capacidad china, en diciembre pasado Huawei solicitó su propia patente para un componente de la litografía por luz ultravioleta extrema, tecnología que hasta ahora tenía en exclusividad la empresa ASLM de Países Bajos, esencial para fabricar los semiconductores más avanzados.

Pese al discurso oficial desde Washington de una relativa separación (decoupling) tecnológica y en otros aspectos de China, la realidad es algo diferente. El déficit comercial de EEUU con China creció el año pasado un 8,3% anual hasta los 382.900 millones de dólares, el segundo más alto registrado. Las inversiones estadounidenses en China van viento en popa, aunque se han frenado en startups. Apple quiere comenzar a distanciarse de China, abriendo fábricas en India, además de impulsando su colaboración con países como Vietnam, pero no lo logra de forma significativa, debido al grado de sofisticada integración de sus sistemas de producción en la nueva superpotencia. China, por su parte, alberga muchas materias primas estratégicas en la era digital, desde el litio a las tierras raras. Aunque la administración estadounidense no lo reconozca de manera oficial, EEUU y China se necesitan mutuamente. De seguir la tensión, podrían acabar –con los europeos pillados en medio– como los protagonistas del cuadro de Goya Duelo a garrotazos o como esos boxeadores que, agotados, acaban enganchados el uno al otro en el ring.

En cuanto a Taiwán, Washington está reforzando sus relaciones políticas y estratégicas con la isla, ante la posibilidad de una invasión desde la China continental. Sin embargo, es significativo que Warren Buffet haya anunciado una desinversión de 86% en TSMC, la empresa taiwanesa que fabrica (no diseña) un 54% de los chips mundiales. ¿Por el reshoring o por otra razón? Buffet suele acertar en las tendencias mundiales.

Tan significativo es que China haya propuesto un plan para un ‘acuerdo político’ en 12 puntos, formalmente acorde con el Derecho Internacional, aunque no distingue entre agresor y agredido, como que Occidente lo haya rechazado de plano pese a tener algunos avisos interesantes.

Está, además, la competencia geopolítica en el Sur Global. EEUU intenta rodear a China en el Pacífico por medio de alianzas con países de la región (Filipinas es el último). China (y Rusia) refuerza sus bases navales y su presencia económica y estratégica en África y en América Latina. Aunque, tras las advertencias estadounidenses, si China empieza a apoyar a Rusia con suministros militares para la guerra en Ucrania –que incomoda a China, aunque ve ahí que Occidente se puede debilitar–, la tensión se puede incrementar de manera notable. Moscú se habrá echado a los brazos de Pekín, todo lo contrario de lo que buscaron Nixon y Kissinger con su apertura a China. Pero tan significativo es que China haya propuesto un plan para un “acuerdo político” (no lo llama plan de la paz) en 12 puntos, formalmente acorde con el Derecho Internacional, aunque no distingue entre agresor y agredido, como que Occidente lo haya rechazado de plano pese a tener algunos avisos interesantes, por ejemplo, contra el uso del arma nuclear. Por detrás, hay un intento por parte de China de generar un orden mundial más acorde a sus intereses que el que nació de la guerra fría y la posguerra fría. Ese es un largo e importante proceso, o pulso, que cambiará la gobernanza global.

En la guerra fría, la URSS exportaba ideología, comunismo soviético, y Occidente defendía la democracia liberal para sí. Cabe recordar la reguera de apoyos estadounidenses a golpes de Estado, como el de Pinochet en Chile. El Occidente democrático ha dejado, en general, de intentar exportar democracia liberal, salvo para defender la suya y la de sus socios (como Hungría y Polonia) o la de sus vecinos inmediatos (Ucrania). Su última y larga gran experiencia al respecto, Afganistán, salió mal. Pero la democracia avanzó en el mundo, aunque últimamente esté retrocediendo. En esta competencia, en la que desempeña un papel fundamental la desinformación, China intenta hacer atractivo su modelo desarrollo. Pero sabe que es único y de difícil repetición, aunque ya ha dejado sentado que crecimiento económico y tecnológico no requiere democracia liberal. Prefiere a los regímenes autoritarios, a los que no pide cuentas, sino contrapartidas económicas. La vigilancia de los ciudadanos/usuarios se da en todos los sistemas, aunque el uso que se hace de ella difiere. ¿Exporta China tecnoautoritarismo, con sistemas de vigilancia, censura y represión avanzados? Sin duda. Aunque también lo hace EEUU (y varios países occidentales). Si China exporta IA de reconocimiento facial a través de cámaras (a menudo con tecnología estadounidense), EEUU no se queda atrás. Una diferencia, según un reciente estudio de Brookings, es que estas exportaciones chinas se reparten entre democracias fuertes y débiles (56 % vs. 46 %), mientras EEUU lo hace más hacia las fuertes (76 % vs. 24 %).

La guerra fría comenzó con EEUU gozando de superioridad nuclear y la URSS de superioridad convencional en una Europa tomada como rehén de esta competición. Un equilibrio precario. Luego, con el desarrollo por ambos de sus capacidades nucleares, se llegó a la disuasión mutua asegurada (la Doctrina MAD) y a la paridad nuclear. Con el auge de China, las cosas cambian. Si China, como parece, está ampliando de forma significativa su arsenal nuclear para llegar a 1.500 cabezas en 2035, frente a las 3.700 de EEUU y a las 4.500 de Rusia en la actualidad, la disuasión cambiará por completo, por mucho que Pekín diga mantener la doctrina de que no será el primero en usarlas (no first use). Como indica el analista Andrew Krepinevich, la disuasión basada en la paridad funcionaba entre dos, pero la paridad deja de tener sentido entre tres. Habrá, sin embargo, potencial suficiente para destruir el planeta varias veces. Deberá repensarse por completo la ecuación nuclear –base del orden mundial–, más aún cuando Vladímir Putin ha sacado a Rusia del único gran acuerdo de control de armamentos nucleares que quedaba, el Nuevo Start. Habrá que pensar, como poco, en triadas. Más complejidad. Más inestabilidad.

No es, pues, una nueva guerra fría. Pero sí una situación de dependencia mutua y de profunda competencia entre una superpotencia que quiere seguir prevaleciendo y otra que quiere seguir ascendiendo. Un pulso polidimensional (con dimensiones que se alimentan entre sí). El término “nueva guerra fría” es facilón, y por eso se usa. ¿Entonces qué? ¿“Lucha existencial” para lo que queda de siglo, como la ha calificado el republicano Mike Gallagher, de la nueva comisión bipartita de la Cámara de Representantes de EEUU para combatir la competencia china? Esperemos que no. Para Rana Foroohar, analista de Financial Times, China y EEUU están atrapados en una “codependencia destructiva”. Puede valer. Pero habrá que encontrar una mejor definición de esta competencia interdependiente. No son tiempos de simplismos.

 

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