Amigos lectores:
Entre los libros de amplia resonancia que se han publicado sobre la Venezuela de este tiempo, el reportaje de Ronna Rísquez, El tren de Aragua. La banda que revolucionó el crimen organizado en América Latina, llega para ocupar un lugar preponderante. En sus páginas, hay momentos donde lo real se escapa de su cauce, y los hechos alcanzan las torsiones de lo fantasioso y lo irreal. Solo la narración del mundo interior, la cotidianidad en la fortificación que es la cárcel de Tocorón, y la comprensión de los riesgos que Rísquez tomó para armar su relato, nos sugieren que merece el más alto reconocimiento por su labor reporteril, y que el cuidado, la protección de su vida y la de su familia es asunto de cada ciudadano. Ronna Rísquez ha sido amenazada y, hasta ahora, la respuesta del Estado es ninguna. La protección de una ciudadana indefensa no es materia de interés para la omnipotencia del régimen.
Moderado por Jon Lee Anderson, estuvo Rísquez en Cartagena de Indias (enero). Participó en una conversación con Bruno Paes Manso, periodista brasilero, autor de República de milicias, y con el salvadoreño Óscar Martínez, autor de Los muertos y el periodista: un encuentro de reporteros que, insisto, asumiendo los riesgos más extremos, han investigado la violencia en sus respectivos países, y la han plasmado en libros reveladores. En las páginas 1 y 2 está la transcripción de ese intercambio.
Entrevisté a María Elena Morán, escritora venezolana residenciada en Brasil, cuya novela Volver a cuándo -que tiene como eje la cuestión migratoria- obtuvo el Premio Gijón de Novela 2022. La novela, ampliamente reseñada en la prensa cultural de España, ha sido publicada por la Editorial Siruela. Página 3.
Las siguientes dos páginas, 4 y 5, traen un ensayo de Francisco José Bolet, investigador y crítico literario venezolano residenciado en España, sobre Zárate (1882), novela de Eduardo Blanco (1838-1912): “Tenemos hasta ahora que pacificar la nación es una exigencia y una condición de la vida civil. Es, en rigor, dar paso a la racionalidad y a los entornos afectivos del hogar y la familia, ámbitos donde se educa y cultiva la civilidad. En Santos Zárate su carencia de hogar familiar aumenta su “nomadismo”, lo cual favorece sus actividades vandálicas. La familia, como elemento distintivo de la unidad y el orden de las estancias patricias significa estabilidad, socialización, laboriosidad, educación y, sobre todo, ámbito disciplinante y jerarquizador de las subjetividades e identidades sociales”. Se titula: Zárate: la construcción de espacios ciudadanos.
En Notas para una historia de la linotipia en Venezuela (1917-1977), escribe Gerardo Vivas Pineda: “Es un novedoso artefacto para disparar no balas sino ideas, imprimiéndolas en papel periódico. Se trata del linotipo. El aparato, provisto de teclado en colores, crisol y émbolos, mecaniza la composición de textos mediante la fundición a 280 grados centígrados del plomo dispuesto en su vientre de hierro. Artilugio complejo pero eficaz, agiliza la antigua manipulación de tipos móviles individuales de la tipografía tradicional inventada hace cuatro siglos y medio por un afanoso orfebre alemán de Maguncia”. Página 6.
El título del artículo de Lucy Fariña, ¿Una sociedad tecnológicamente avanzada puede ser libre?, remite a uno de los más relevantes debates en curso: las amenazas, ampliamente advertidas, que la nuevas tecnologías y el avance de la digitalización de la realidad pueden estructurarse en contra de las libertades: ““Parece que muchas tecnologías invitan a ceder nuestra mente, espíritu y libertad ante las facilidades de los atajos, perdiendo autonomía y el poder de imaginar, alejándonos de nuestra realidad para sumirnos en otra; dejándola en manos de otros que, en algunos casos, poco se preocupan del resultado de sus creaciones”. Página 7.
Tres notas trae esta entrega de Al otro lado de la puerta. En la primera comento el libro de Ronna Rísquez, para avanzar a esta hipótesis: la ciudadela de Tocorón es el sueño húmedo, la fantasía fortificada de la revolución bolivariana. En la segunda hablo de la tragedia que ha caído sobre las vidas ya trágicas de los refugiados sirios, kurdos, chiíes y kurdos, que viven en ambos lados de la frontera entre Turquía y Siria, acorralados por la alianza criminal de Vladimir Putin y Bashar al-Ásad, de una lado, y del otro, por el régimen corrupto y autoritario de Recep Tayid Erdogan. Por último, hablo del narrador y ensayista ucraniano Yuri Andrujovich, que acaba de publicar Pequeña enciclopedia de lugares íntimos. Breviario personal de geopoética y cosmopolítica, recopilación de breves crónicas y ensayos también breves, dedicados a las 39 ciudades en las que ha vivido o visitado. En las entrevistas que le hicieron, inevitable, habló de la invasión. En mi nota copié algunas de las frases que dijo a los periodistas. Página 8.
Cerramos en la página 9, esta vez con una memoria del periodista y escritor José Pulido, de sus años en El Nacional y de su visión de Miguel Otero Silva: “No había un solo integrante de El Nacional que no asombrara, que no mereciera ser narrado en un libro. Los colaboradores foráneos eran escritores, poetas, artistas, filósofos, científicos, intelectuales de poder, hombres y mujeres que destacaban en sus disciplinas. El Nacional era una conjunción de redactores, reporteros, fotógrafos, diseñadores, vaya: la élite del oficio. De ahí surgía la fascinación que ejercía ese periódico en el país. Era como un lugar habitado por magos, por seres capaces de crear magia, como una de esas islas que se encontraba Ulises en sus caminos de la mar. Mencionar a las personas mayores que intervenían de alguna manera en aquel proceso era casi fantástico: Miguel Otero Silva, Arturo Uslar Pietri, José Ramón Medina, Ramón J. Velázquez, Aníbal Nazoa, Oscar Guaramato, Arístides Bastidas, Cuto Lamache, Juan Manuel Polo, Pedro León Zapata, Mario Delfín Becerra, Heberto Castro Pimentel, José Sardá, Pedro J. Díaz, Chepino Gerbasi, Víctor Manuel Reinoso, Kalinina Ortega, Karmele Leizaola, entre muchos otros. Lamenté no haber conocido en esa redacción la época de Ida Gramcko, pero su aura quedó para siempre impregnando esas páginas”.
Solo agregaré: que vengan tiempos mejores. Pronto.