Titula Financial Times: la excanciller del gobierno de Juan Manuel Santos de Colombia, María Ángela Holguín, declaró que “reconocer a Juan Guaidó como presidente fue absurdo”. La decisión “no tenía precedentes en las relaciones internacionales”. ¿Cinismo o necedad?
Mis defensas de inmediato caen en estupor y se afincan en el significado de cinismo de mi maestro el doctor Mateo Alonso: suma de hábitos que crean la conducta de la persona que miente con descaro y defiende o practica de forma desbocada, impúdica y deshonesta algo que merece general desaprobación. Recuerda aquella salida criolla del presidente Luis Herrera al comentar lo dicho -a destiempo- por su colega Lusinchi: “Tarde piaste pajarito”, al balbucear: “La banca internacional me engañó”. Parece que desconocía lo dicho por Bertold Brecht: “¿Quién es más ladrón, el que funda un banco o el que lo asalta?”.
Ahora debo volver a la travesura mezcla de sofisma con cinismos de la frase de la canciller Holguin.
En la actualidad y a pesar de cuanto digan y defiendan los postmodernistas sobre las “buenas costumbres” y menos aún si son políticas, cuando llegamos al exceso de calificar a una persona como cínica, no estamos siendo para nada halagadores.
Tanto que hasta el recatado diccionario de la Real Academia Española define cinismo como la “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables” o, en su segunda acepción, como una “impudencia, obscenidad descarada”.
Y es que cuanto expresa la excanciller, no puede ser visto, sino como una postura cínica. Pues haber pasado años sin decir nada sobre el autonombrado, y pasar agachada, hasta que Biden la CIA, FBI, Comando sur y el Papa le sacaron la alfombra al mequetrefe para hablar, delata un cinismo -perdonen la redundancia-, despreciable.
Es tal el pasmo que causa la declaración hipócrita de Holguin que hasta se encuentra, muy lejos del sentido original, de pensamiento real de los antiguos cínicos y no tiene nada que ver con esta pobre gambeta cachaca.
En este atolladero María Lucía es indefendible por descarada. Y dista mucho de la actitud cínica comprometida que mantuvieron los alumnos del filósofo Diógenes.
¿Cómo explicar el vasallaje de su silencio frente al descaro del pentágono que nos emplastó a Guaidó? ¿Y ladrar hoy, y creer real la novelización de las cínicas vidas de Santos y Holguín?