Ángel Oropeza: La factura de la desconfianza

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Entre los muchos y llamativos hallazgos que ha arrojado el estudio nacional PsicoData-UCAB sobre las características psicosociales actuales de los venezolanos (hecho público el pasado 1º de marzo), hay uno que ha llamado particularmente la atención, y es el relativo a la confianza interpersonal.

Según el estudio de la UCAB, 81% de la población afirma que no se puede confiar en la mayoría de las personas. Ciertamente los indicadores de confianza interpersonal para América Latina han sido históricamente bajos en comparación con el resto de los países del mundo.  Sin embargo, datos como el arriba mencionado ubican a nuestro país en niveles de confianza interpersonal aún más bajos que Latinoamérica en su conjunto.

Esta altísima desconfianza no es un simple dato anecdótico. Por el contrario, tiene implicaciones muy serias sobre aspectos tan cruciales como la percepción de la sociedad sobre ella misma, la viabilidad de la organización ciudadana y la tendencia a aceptar de manera pasiva prácticas autoritarias de gobierno. No es en balde que la literatura universal sobre el tema ubica a la confianza interpersonal como una variable central para la construcción de sociedades democráticas adultas.

Así, por ejemplo, para autores como J.C. Rey, la forma como se percibe a sí misma la sociedad civil determinará si la idea de democracia que ella tenga se relacione o no con un tipo de Estado paternal.  Para este autor, “Si (el ciudadano común) ve en ésta -la sociedad civil- algo desordenado o caótico, campo de enfrentamiento de las pasiones y de los intereses   privados, en una palabra un puro “estado natural”, el orden ético sólo puede venir del Estado, concebido como un ente externo que como ‘Deus ex  machina’ conferirá forma artificial a la naturaleza por sí informe.   El Estado, ‘el ámbito de lo público o del interés general’, impone su eticidad objetiva a la  sociedad  civil,  esfera  de  lo  privado  o  del  interés  particular. Tal es la concepción que prevalece bajo el absolutismo…” (“Los desafíos de la democracia, Caracas, 1988, p. 44)

Más adelante continúa Rey: “Esta falta de confianza en la capacidad de la sociedad para generar de   su propio seno un ‘interés general’ …ha  de  conducir   necesariamente a una ‘Estatolatría’, a ver en el Estado, concebido como ente exterior a la sociedad, el único posible creador de un orden político que ha de imponerse  aún en contra de la voluntad efectiva de aquellos a quienes va  dirigido”  (1988, p. 45)

Esa falta de confianza, que efectivamente condiciona la forma de percibir tanto a la sociedad civil como al Estado, incide por ende sobre la viabilidad de alcanzar una auténtica sociedad participativa, ya que atenta contra elementos esenciales para su conformación como lo es la sistemática y masiva organización ciudadana. Porque es difícil lograr altos niveles de organización si la gente cree que no se puede confiar en los otros.

Es por ello que para autores como Inglehart, la confianza interpersonal es un factor actitudinal clave para el mantenimiento de una democracia estable.  De hecho este investigador (Culture Shift in Advanced Industrial Societies, 1990), sostiene que la confianza interpersonal, junto con la aparición de una eficaz burocracia política y la participación de la mayoría de la población en política, son tres factores cruciales en el desarrollo de una sociedad moderna. Por eso llama tanto la atención el nivel extremadamente bajo de confianza interpersonal que expresan los venezolanos, incluso en comparación con lo que Francis Fukuyama califica como “low-trust societies”, o sociedades de baja confianza.

La relación entre alta desconfianza y aceptación de autoritarismo es clara, ya que la reducción de la confianza en una sociedad obliga a requerir, como compensación, medidas más invasivas, tutelares e intervencionistas por parte de la autoridad para regular las relaciones y asegurar el funcionamiento social.  Así, la poca confianza que el venezolano tiene hacia los demás le lleva con facilidad a aceptar que la única forma que las cosas funcionen es “poniendo orden” o “metiendo en cintura”, lo que por lo general significa que alguien desde arriba vigile y controle que los demás hagan lo que considera son incapaces de realizar por ellos mismos.

A esta alta desconfianza interpersonal encontrada en Venezuela se agrega también un tipo especial de ingenuidad política, que lleva muchas veces a algunos sectores de la población a esperar resultados que podríamos calificar como “mágicos” por parte de los gobiernos, y que denotan una fuerte creencia en el voluntarismo político. Esta combinación de una alta desconfianza interpersonal con una tendencia al pensamiento político voluntarista e ingenuo, se ha constituido, de hecho, en un serio obstáculo y en una costosa factura para el desarrollo de un adecuado y adulto protagonismo ciudadano que sirva de contrapeso a las actitudes paternalistas y dependientes en la relación Estado-sociedad, y a las intenciones desde el poder de mantener su dominio a través de prácticas autoritarias de gobierno.

@angeloropeza182

 

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