El presidente de EEUU, Joe Biden, el canciller alemán, Olaf Scholz, el primer ministro español, Pedro Sánchez, el presidente francés, Emmanuel Macron, el primer ministro británico, Rishi Sunak, y el ministro de Asuntos Exteriores español, José Manuel Albares Bueno, la ministra de Relaciones Exteriores de Francia, Catherine Colonna, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, y el ministro de Relaciones Exteriores de EEUU, Antony Blinken hablan durante las reuniones del G20 el 16 de noviembre de 2022 en Nusa Dua, Indonesia.
Jannik Hartmann, Kenny Kremer, Jacob Ross, Julian Stöckle, Benjamin Tallis Y Dominik Tolksdorf
Los Estados bálticos, Europa Central, Francia, los países nórdicos, Reino Unido y Estados Unidos han reaccionado a la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania a su manera, aunque a menudo de forma similar.
El canciller alemán Olaf Scholz creó muchas expectativas al declarar un Zeitenwende para Alemania en febrero de 2022 a la luz de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia. Más tarde subió la apuesta al afirmar, en un artículo para Foreign Affairs, que este cambio formaba parte de un “Zeitenwende global”. Con ello, parecía enmarcar los errores del pasado de Alemania en un proceso histórico mundial más amplio. Así, Scholz pretendía ofrecer una forma de gestionarlo.
Como era de esperar, esta idea no ha calado más allá de Alemania. Tras haberse colocado en el punto de mira, Berlín se queja de que es objeto de una atención excesiva, lo que permite a otros llevar un perfil más bajo.
Sin embargo, pocos vecinos del país han tenido –o necesitado– el tipo de llamada de atención que Alemania recibió en febrero de 2022. Al haber respondido de forma diferente, y a menudo más rápida, al ataque de Rusia y al no haber cometido los mismos errores que Alemania en el pasado (además de haber intentado avisarla de los riesgos), muchos de estos países se oponen comprensiblemente al marco del Zeitenwende global y a la forma en que Scholz propone abordarlo.
No obstante, resulta útil identificar los elementos clave de continuidad y cambio en los planteamientos de algunos de los principales socios y aliados de Alemania, para que todos podamos comprender mejor los puntos fuertes de los que aprender y los puntos débiles que abordar. Con este fin, un equipo de colaboradores del Consejo Alemán de Relaciones Exteriores (DGAP, por sus siglas en alemán) ofrece una mirada comparativa sobre si los actores clave han respondido al Zeitenwende, si han emprendido un “cambio de era” propio, o si sería deseable que lo hicieran.
Los Estados bálticos
Para Lituania, Letonia y Estonia, la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia no supuso una sorpresa, pero sí una gran preocupación y provocó una respuesta pionera en varios sentidos. Tras haber advertido durante mucho tiempo de la amenaza que suponía el imperialismo revanchista ruso, los Estados bálticos podían sentir que los hechos les daban la razón, pero no se durmieron en los laureles y, en su lugar, pasaron a la acción. Ya habían proporcionado armas a Ucrania antes de febrero de 2022 y rápidamente aumentaron su apoyo. En enero de 2023, eran los tres mayores contribuyentes de ayuda a Ucrania en relación con su PIB.
Estos países ingresaron juntos en la OTAN en 2004 y apreciaron plenamente el valor de su pertenencia a la alianza frente a la amenaza rusa. No obstante, sus líderes han abogado sistemáticamente por un cambio en la postura de la OTAN en la región, pasando de la estrategia Tripwire a la disuasión por negación, argumentando que podrían ser invadidos en caso de un ataque ruso. La alianza ha incrementado los despliegues en la región, pero existen dudas sobre la sostenibilidad de tales compromisos, dada la fuerza a disposición de otros aliados como Reino Unido, aunque también esté comprometido en la región a través de la Fuerza Expedicionaria Conjunta (JEF, por sus siglas en inglés). Otros despliegues pueden llevar tiempo debido a las limitaciones de las infraestructuras locales, o por las limitadas capacidades aliadas (por ejemplo, las alemanas), todo lo cual deberá abordarse de forma coherente e integrada en los próximos años.
Además de reforzar el flanco oriental de la OTAN, los países bálticos han sido también de los más firmes defensores de un endurecimiento continuado –y debidamente ejecutado– de las sanciones de la Unión Europea contra Rusia. Lituania adoptó una postura especialmente dura en relación con Kaliningrado, lo que provocó tensiones en el seno de la Unión Europea. Sin embargo, esta línea dura adoptada por la primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, y por los ministros de Asuntos Exteriores de Letonia y Lituania, Edgars Rinkevics y Gabrielius Landsbergis, respectivamente, se ha combinado con un fuerte apoyo material a Ucrania y con llamamientos a Occidente para que renueve y refuerce su compromiso con los valores democráticos y liberales.
Junto con sus aliados nórdicos y centroeuropeos, los países bálticos han estado a la vanguardia de este “nuevo idealismo”, que les ha hecho ganar influencia en el liderazgo intelectual europeo. Si quieren seguir jugando un papel relevante pese a su tamaño, tendrán que continuar hablando con dureza. Esto significa mantener su compromiso de garantizar la cohesión interna y el progreso material, defender los derechos y las libertades y garantizar la defensa de la OTAN y de Ucrania.
Uno de los retos más agradables a los que se enfrentan los Estados europeos tras el último año es cómo aprovechar al máximo su nueva influencia. Sin embargo, esto puede chocar con los límites hasta los que los actores tradicionales de la UE están dispuestos a aceptar un liderazgo policéntrico y de Estados más pequeños, lo que a su vez plantea interrogantes sobre los cambios que puede necesitar la propia Unión.
Benjamin Tallis y Jannik Hartmann
Francia
“Nos hemos despertado en un mundo diferente”, declaró la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, el 24 de febrero de 2022. El despertar tras la agresión de Rusia contra Ucrania ha sido menos brutal para Francia, una potencia nuclear cuyas fuerzas armadas se han desplegado regularmente en operaciones de combate desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Sin llegar a un Zeitenwende, dos cambios son, sin embargo, dignos de mención: la evolución de la finalidad de las fuerzas armadas y la percepción francesa de Rusia.
Desde el punto de vista militar, sería exagerado hablar de un Zeitenwende en Francia desde febrero de 2022. Existe desde hace tiempo un consenso estructural en la sociedad de que las fuerzas armadas son un instrumento legítimo de política exterior. La toma de conciencia y el aprecio por ellas ha ido creciendo como reacción a los atentados terroristas de 2015, lo que se vio respaldado por un presupuesto que aumentó un 36% entre 2017 y 2023. El actual proyecto de presupuesto para los años 2024-2030 prevé un aumento de más de 100.000 millones de euros, desde los 295.000 millones (para el periodo 2019-2025) a los 413.000 millones, una suma similar al fondo especial alemán para las fuerzas armadas, o Sondervermögen. El hecho de que esto no se considere un cambio tan significativo para Francia pone de manifiesto los diferentes puntos de partida de ambos países.
Sin embargo, a pesar del aumento del presupuesto de defensa, las fuerzas armadas francesas tienen dificultades para adaptarse al cambio de prioridades estratégicas. De hecho, la guerra de agresión rusa contra Ucrania ha puesto de manifiesto carencias comparables a las de la Bundeswehr alemana: las prioridades estratégicas de Francia han cambiado, pasando de las misiones antiterroristas en el extranjero a la defensa territorial y la guerra de alta intensidad, según la Strategic Review publicada en noviembre de 2022. Y las fuerzas armadas francesas deben hacer frente al hecho de que no solo son incapaces de desplegar tanques o piezas de artillería suficientes, sino que además su industria de defensa es incapaz de producir la cantidad de armas y municiones necesarias para mantener un esfuerzo bélico como el de Ucrania. Correspondiente solo al 0,07% de su PIB, su ayuda a Ucrania ha sido pequeña en comparación a la de otros. En cuanto a equipamiento militar, Francia ocupa el octavo lugar y se sitúa por detrás de Estados más pequeños como Países Bajos o Canadá.
Más allá de la capacidad militar, Alemania y Francia también se enfrentan a retos similares en lo que respecta a su relación con Rusia. Hasta hace poco, la política exterior gaullista consideraba el acercamiento a Rusia como un medio para reforzar la autonomía francesa y europea frente a Estados Unidos. Las voces francesas que legitiman la “esfera de influencia” de Rusia más allá de sus fronteras territoriales siguen siendo audibles el día de hoy, y los comentarios del presidente Emmanuel Macron sobre las garantías de seguridad para Rusia parecen reflejar un pensamiento similar.
Sin embargo, más recientemente, el discurso de política exterior de Macron ha cambiado notablemente: apoyando retóricamente la plena victoria de Ucrania, hablando de la necesidad de reequilibrar el orden mundial y realzando la importancia de las relaciones transatlánticas en la Strategic Review de 2022 (tras haber sido eclipsadas por el concepto “Autonomía Estratégica” desde 2017).
Es posible que Francia no necesite un Zeitenwende a gran escala en política exterior y de seguridad, dadas sus considerables capacidades militares y su voluntad de utilizarlas incluso si, como la mayoría de los países europeos, necesita abordar importantes carencias de capacidades. Sin embargo, Francia, al igual que Alemania, necesita replantearse y revisar sus prioridades estratégicas, así como su relación con Rusia y construir nuevas asociaciones con los países de Europa Central y Oriental. Los recientes cambios políticos e iniciativas como la creación de la Comunidad Política Europea (CPE) demuestran que París ha comprendido la necesidad de adaptarse. Sin embargo, tendrá que actuar en consecuencia para convencer a sus socios de que ha experimentado un Zeitenwende en torno a su visión del mundo.
Jacob Ross y Kenny Kremer
Los países nórdicos
Los países nórdicos han sido testigos de uno de los cambios más sorprendentes en términos institucionales, uno que con razón puede denominarse Zeitenwende. Finlandia y Suecia presentaron oficialmente sus solicitudes de ingreso en la OTAN en mayo de 2022, demostrando irónicamente que Rusia había conseguido exactamente lo opuesto a uno de sus principales objetivos estratégicos de revertir la ampliación de la alianza.
Esto no solo puso fin a décadas de no alineamiento militar, sino que también –y especialmente para Finlandia– demostró claramente que cualquier peligro de enemistarse con su vecino quedaba compensado por las garantías de seguridad que ofrecía la alianza. Este cambio de política se reflejó también en la actitud de la opinión pública: el 78% de los finlandeses considera ahora positiva su pertenencia a la OTAN, frente al 26% de 2021.
Aparte de la OTAN, se tomaron muchas medidas en respuesta a la agresión rusa que habrían sido impensables solo un año antes. Finlandia lideró la propuesta de restringir los visados turísticos a los ciudadanos rusos, reforzó su agencia de vigilancia fronteriza y planificó la construcción de una valla en la frontera rusa. Incluso redujo su dependencia del comercio ruso, con un descenso en 2022 de las importaciones y exportaciones del 28% y el 44% respectivamente, en comparación al año anterior.
A parte de integrarse más estrechamente en las estructuras occidentales, Finlandia ha desempeñado un destacado papel retórico, además de material, en el apoyo a Ucrania, y la primera ministra, Sanna Marin, se ha convertido en abanderada de un enfoque geopolítico duro y basado en valores que tiene raíces profundas, pero que ha encontrado una nueva voz este año. El deseo de mantener en secreto la entrega de armamento pesado ha provocado cierta confusión con sus socios, después de que varios parlamentarios finlandeses hubieran presionado enérgicamente para que Alemania permitiera la entrega de tanques Leopard 2 a Ucrania. Esto sugiere la posibilidad de aumentar la comunicación estratégica para aprovechar mejor los puntos fuertes de Finlandia.
El primer ministro sueco, Ulf Kristersson, cuyo gobierno ha enviado grandes cantidades de armamento pesado a Kiev, subrayó recientemente que la UE debería cumplir su compromiso de incluir a Ucrania –país candidato a la adhesión– en función de sus méritos, en lugar de buscar excusas tecnocráticas para no hacerlo. De este modo, Suecia mantiene su antiguo compromiso de una mayor integración con Ucrania, pero muestra su voluntad de poner de relieve de forma más asertiva los problemas que han surgido en la forma en que la UE lo ha hecho en el pasado. Otra novedad importante fue que Suecia nombró a su primer asesor de seguridad nacional en el marco de un consejo de seguridad nacional de reciente creación.
En general, esta mezcla de continuidad y cambio es indicativa de un proceso más amplio de cierta remodelación de la identidad de la política exterior sueca, que también ha abandonado recientemente su compromiso con la política exterior feminista, dejando a Alemania como uno de los principales patrocinadores manifiestos de este enfoque.
Noruega, como los demás países nórdicos, ha sido un firme defensor de Ucrania en términos de ayuda militar y contribuye sistemáticamente a la defensa y preparación de la OTAN en el norte y noreste de Europa, además de participar en el JEF, junto con los demás países nórdicos. Noruega también se ha convertido en un proveedor clave para los Estados europeos que quieren desprenderse del gas ruso. Esto también provocó cambios ya que, tras obtener considerables beneficios que reforzaron su fondo soberano, Noruega cedió a la presión internacional y anunció que destinaría más dinero a Ucrania para ayudar a su supervivencia y reconstrucción.
En Dinamarca también se produjo un cambio de política, aunque de nuevo no tan fundamental en comparación con Finlandia y Suecia, cuando en junio los daneses votaron a favor de anular su exclusión voluntaria de la política de defensa común de la UE. Este giro permite a Dinamarca participar en los debates sobre defensa en el ámbito de la UE e incluso desplegar sus fuerzas armadas en las operaciones militares conjuntas del bloque y, lo que es quizá más importante, en los proyectos de la PESCO, es decir, los que se llevan a cabo bajo el paraguas de la Cooperación Estructurada Permanente de la UE. Este cambio también es interesante porque muestra el valor percibido de la coordinación de la UE en materia de defensa, especialmente en asuntos relacionados con la industria de defensa. Esto se produjo en un momento en el que el valor de la garantía de defensa mutua de la UE (artículo 42.7 del Tratado de la Unión Europea) había sido cuestionado por el paso de Finlandia y Suecia a la OTAN, a pesar de que ya se beneficiaban del pacto de la UE.
En resumen, los cambios políticos de Finlandia y Suecia son los más pronunciados y de mayor alcance institucional en Europa, pero también representan un desarrollo complementario de posiciones más antiguas. Sin embargo, también se están produciendo otros cambios más sutiles en la región, como su alineamiento con varios estados de Europa Central y Oriental en una serie de cuestiones. Esto es más evidente en el apoyo a Ucrania y la necesidad de una victoria ucraniana, pero también en lo que respecta a las actitudes vigilantes hacia cambios en el Tratado de la UE y hacia la CPE, en relación con la primacía de la OTAN para la defensa (y, por tanto, en el posicionamiento de la UE) y para con los lazos con Reino Unido y EEUU. Será interesante ver cómo evoluciona el enfoque duro y basado en valores de la geopolítica –y de la política de la UE– tras las ratificaciones finales, potencialmente delicadas, de las candidaturas de Suecia y Finlandia a la OTAN por parte de los gobiernos autocráticos de Hungría y Turquía.
Jannik Hartmann y Benjamin Tallis
Europa Central
Pocos expertos en política exterior checos, eslovacos o polacos estarían de acuerdo en que sus países necesitaban cambiar de rumbo su política exterior como lo ha hecho Alemania. Después de todo, sus países (especialmente Polonia) no solo habían advertido durante mucho tiempo sobre la amenaza rusa sino que, junto con los países bálticos, lideraron la respuesta europea a la agresión de Rusia, incluso mediante el suministro de material de suma importancia.
Eslovaquia fue uno de los primeros proveedores de defensa antiaérea sofisticada (S-300) y de artillería autopropulsada moderna (Zuzana-2) a Ucrania, y República Checa fue el primer país en enviar carros de combate principales (MBT, por sus siglas en inglés), ambos en abril de 2022. La respuesta de Praga estuvo rápidamente seguida por Varsovia, que ha enviado, con diferencia, el mayor número de MBT: casi 300. Tras liderar el envío de Leopard 2 a Ucrania –y habiendo sido el primer país en hacerlo– Polonia, al igual que Alemania, está deseando que los países que prometieron unirse a la coalición cumplan sus promesas.
El apoyo checo y eslovaco se produce a pesar de que ninguno de los dos países había cumplido el objetivo de gasto en defensa del 2% del PIB acordado por la OTAN. Ambos se han comprometido a hacerlo, pero el caos gubernamental en Bratislava lo pone en duda, en el segundo caso. Polonia, por el contrario, ha acelerado –y profundizado– aún más su programa de rearme, con importantes adquisiciones a EEUU y Corea del Sur (no a Alemania). Se prevé que no solo alcance el 4% del PIB en gasto de defensa en 2023 y años sucesivos, sino que se convierta en una de las principales potencias militares de Europa.
Más allá de las cuestiones militares, los primeros ministros Petr Fiala, de República Checa, y Mateusz Morawiecki, de Polonia, formaron parte del primer grupo de dirigentes de la UE que visitó Kiev en marzo de 2022. El primer ministro eslovaco, Eduard Heger, hizo lo propio, junto con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en abril. Estos países fueron también de los primeros en respaldar formalmente la solicitud de Ucrania de convertirse en candidata a la UE. Junto con von der Leyen, contribuyeron a asegurar la candidatura de Ucrania, frente a las dudas de Berlín y las objeciones iniciales de París y La Haya.
Antes de 2022, República Checa y Eslovaquia dependían aún más del gas ruso que Alemania. Los checos ya lo han sustituido casi por completo por otras fuentes. En Eslovaquia el proceso ha sido bastante más lento, pero ha impulsado planes para un cambio más profundo hacia las energías renovables, en las que ya es líder regional, al tiempo que mantiene sus reactores nucleares y cierra las centrales de carbón. Polonia tuvo que llevar a cabo un cambio radical después de que Moscú cortara el suministro de gas en abril de 2022. Al ser menos dependiente, Varsovia encontró rápidamente alternativas, pero sus planes para una nueva central nuclear han sido cuestionados por los alemanes, poniendo de relieve la tensión sobre el Zeitenwende energético internacional.
Junto con los países bálticos y Finlandia, República Checa ha sido uno de los más comprometidos defensores retóricos no solo de Ucrania, sino también del orden liberal y democrático y de un enfoque geopolítico basado en valores. Tanto el primer ministro Fiala como el ministro de Asuntos Exteriores Jan Lipavsky estuvieron a la vanguardia y utilizaron la plataforma de la presidencia de la UE de su país con buenos resultados. El apoyo interno a este enfoque no es excesivamente sólido, aunque la derrota del oligarca populista Andrej Babis en las elecciones parlamentarias y presidenciales pueda considerarse una señal de consolidación. Eslovaquia experimentó inestabilidad política tras una serie de escándalos que han puesto en jaque la respuesta firme y basada en principios del gobierno de Heger, con el riesgo de que regrese el populista (y simpatizante de Rusia) ex primer ministro Robert Fico.
Aunque defiende firmemente el orden liberal en su política exterior y de seguridad, el gobierno polaco sigue siendo criticado por socavar los derechos y libertades liberales en su país y, con razón, sigue figurando entre los “malos” de la UE en cuestiones relacionadas con el Estado de derecho. Esto limita su influencia que, con un enfoque más liberal, probablemente sería mayor y más difícil de ignorar. Sin embargo, en la región siguen existiendo dudas sobre con qué grado de influencia de Varsovia o Praga se sentirían cómodas las capitales occidentales de la UE.
Aunque Europa Central ha estado a la vanguardia de la acogida de refugiados ucranianos –Polonia ha acogido el mayor número absoluto y República Checa el mayor per cápita–, persiste el resentimiento por el papel de la región en la crisis migratoria de 2014-16. Un cambio más profundo –un verdadero Zeitenwende en materia de migración, también para las personas de fuera de Europa– disiparía esta impresión que, como otras críticas, se ha cebado más con la región que con los Estados de Europa Occidental que siguen planteamientos similares.
La excepción ha sido Hungría. El país sigue dependiendo de la energía rusa, ha mantenido vínculos con el régimen de Putin, no ha enviado armas a Ucrania y ha intentado socavar la respuesta unida de Occidente a la agresión rusa. El primer ministro Viktor Orbán ha consolidado su gobierno antiliberal, que daña la reputación democrática de la UE y de la OTAN. Aunque el país ha acogido a muchos refugiados ucranianos, políticos de la región como Lipavsky han sido mordaces en sus críticas, pidiendo al país que elija bando y dejando claro que no pueden tener las dos cosas. Para devolver a Hungría a la corriente principal europea haría falta un Zeitenwende de lo más ambicioso.
Julian Stöckle y Benjamin Tallis
Reino Unido
Reino Unido no solo ha liderado el apoyo material a Ucrania, sino que lo ha hecho en momentos cruciales. Antes de la nueva invasión rusa, Reino Unido suministró equipos críticos, incluidos misiles antitanque NLAW que fueron clave en la defensa de Kiev. Esto se enmarca en la misión de entrenamiento militar (Operación Orbital 2015-2023) que mejoró la eficacia de combate de Ucrania y que va en línea con la retórica británica contraria a Vladmir Putin. En consonancia con este enfoque, Reino Unido ha sido recientemente uno de los primeros en comprometerse a suministrar carros de combate principales de diseño occidental (Challenger 2) y a estudiar la forma de proporcionar aviones de combate a Ucrania.
Esto no se debe entender como que un Zeitenwende en Reino Unido es innecesario. La agitación de los mandatos de Boris Johnson y Liz Truss y el muy limitado margen de maniobra del actual primer ministro, Rishi Sunak, apuntan a un país que está llegando al límite de sus contradicciones políticas y económicas. Aunque no dependiera de los combustibles fósiles rusos, Londres aún tiene que disipar por completo la imagen de que cede ante los oligarcas rusos y al dinero sucio. Las consecuencias económicas del Brexit se dejan sentir cada vez de manera más profunda y las tensiones socioeconómicas se manifiestan en huelgas generalizadas. Se ha desechado un importante aumento previsto del presupuesto de defensa y se ciernen dudas sobre las capacidades blindadas y aéreas de Reino Unido, así como sobre la fuerza terrestre que puede desplegar.
A pesar de ejercer el liderazgo en el pilar europeo de la OTAN –y en la iniciativa JEF con los bálticos, nórdicos y Países Bajos– la incertidumbre estratégica ha sustituido al optimismo de la “Revisión Integrada de Seguridad” de 2021. El eslogan de la “red de libertad” se ha abandonado discretamente, pero sí que persisten elementos del enfoque de la “Gran Bretaña Global” (a pesar de que no se ha dado respuesta a cuestiones relativas a las capacidades y que quedan acuerdos comerciales sin firmar). Además, la imagen proyectada de una Gran Bretaña liberal y global se ve socavada por el actual entorno hostil para la inmigración (Gran Bretaña también se ha quedado atrás en la oferta de apoyo a los refugiados ucranianos) y los vestigios del excepcionalismo chovinista que contribuyó al Brexit.
Reino Unido tiene mucho por desarrollar y mucho que cambiar. Un Zeitenwende británico debería tener como objetivo identificar cómo puede salir beneficiado en la competencia sistémica emergente (incluyendo el reequilibrio en el orden mundial para dar un trato justo a los Estados no occidentales) y equiparse para ello. Un proceso de este tipo tendría que abordar contradicciones de larga data para alinear mejor los objetivos estratégicos y la retórica conmovedora con los fundamentos políticos y económicos, así como las capacidades militares y diplomáticas.
Reino Unido sigue siendo un socio esencial para EEUU, así como para los Estados del norte, centro y este de Europa, pero podría hacer más para profundizar en otras relaciones clave, sobre todo con Alemania, Francia y las instituciones de la UE. Aunque queda mucho camino por recorrer, hay señales positivas y el reciente acuerdo sobre el Protocolo de Irlanda del Norte es otro paso en la buena dirección.
Benjamin Tallis
Estados Unidos
EEUU es en gran medida independiente de las importaciones de energía (excepto de crudo pesado) y, dado su elevado gasto en defensa, no había necesidad de un Zeitenwende en el sentido en el que el término se utiliza en Alemania. Algunos sectores de la administración, entre ellos el propio presidente Joe Biden, ven la guerra de Ucrania como parte de una competición sistémica más amplia con estados autocráticos, en la que es necesario defender la democracia. Sin embargo, a pesar de este sólido posicionamiento y del fuerte apoyo a Ucrania, en Washington existen opiniones divergentes sobre el alcance del apoyo militar y lo que debería implicar, así como sobre los riesgos de una escalada.
Sin embargo, EEUU lleva años abogando por ciertos elementos de un Zeitenwende en Europa, sobre todo en lo que respecta a la diversificación energética y al aumento del gasto en defensa (dirigiéndose en particular a Alemania y a otros aliados europeos). Las sucesivas administraciones estadounidenses han advertido a los aliados europeos de la excesiva dependencia de Rusia en gas natural y petróleo, y han instado a varios aliados europeos a cumplir el objetivo del 2% de la OTAN. En particular, el Congreso estadounidense consideró a Rusia como una gran amenaza para la seguridad europea, y desde 2018 EEUU ha proporcionado ayuda militar a Ucrania, como por ejemplo con misiles antitanque (también había aprobado ventas comerciales directas con anterioridad).
Como resultado, EEUU ha sido una de las principales naciones en apoyar a Ucrania y es un firme partidario del Zeitenwende en Europa. También ha sido el mayor proveedor de armas a Ucrania (por valor de 30.000 millones de dólares desde 2022) y el principal organizador de un grupo de países que prestan asistencia militar a Ucrania (Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania). Funcionarios del gobierno estadounidense han pedido ocasional y diplomáticamente a los dubitativos socios europeos que proporcionen más ayuda militar a Ucrania.
La guerra también ha provocado un aumento de las ventas de armas estadounidenses a aliados europeos. Por ejemplo, el gobierno alemán ha encargado aviones de combate F-35 y Polonia ha comprado carros de combate Abrams y lanzacohetes HIMARS a fabricantes estadounidenses. Los esfuerzos europeos por la diversificación energética también conducirán a un aumento de las exportaciones estadounidenses de gas natural licuado (GNL) a Europa.
Para mostrar su compromiso con la seguridad europea, la administración Biden ha desplegado más tropas estadounidenses en el flanco oriental de la OTAN y apoya firmemente la adhesión de Suecia y Finlandia (también presionando al gobierno turco). A largo plazo, sin embargo, EEUU esperará que los aliados europeos asuman un papel de liderazgo en el apoyo a Ucrania y en la seguridad europea, también como forma de liberar a EEUU para que haga más por contrarrestar la amenaza percibida de China en el Indo-Pacífico.
La forma en que los europeos respondan a la insistencia estadounidense de considerar a China como una amenaza en el contexto de la competencia sistémica será la cuestión clave. El hecho de que los europeos lo acepten y actúen en consecuencia, o no, desempeñará un papel importante en la configuración de las futuras relaciones transatlánticas, así como en la necesidad y dirección de los Zeitenwenden en curso dentro de Europa.
Dominik Tolksdorf
Política Exterior