Le vale medio, le vale madre, le vale v… Mejor no repetir la tercera y más grosera equivalencia de ese giro popular, de uso más extendido en México que en Venezuela, para significar que importa absolutamente nada lo que el otro pueda decir o hacer, independientemente de la verdad que lo asista en sus alegatos o razonamientos.
La acaba de utilizar Nicolás Maduro en reciente entrevista con su ex asesor económico, Alfredo Serrano Mancilla, publicitado hace casi una década por el propio Maduro como «El Jesucristo de la Economía», área en la que después de pontificar y pretender ejecutar «el pensamiento económico de Chávez», no hizo ningún milagro. Todo lo contrario, el gran crucificado resultó el pueblo venezolano.
Eso último a los dos también les valió medio. Serrano Mancilla, español venido a estos predios latinoamericanos con el aval del Podemos de Pablo Iglesia, se continúa paseando por el continente sirviendo como enlace entre los gobiernos de deriva más populista. Nadie se acuerda de los estragos sociales que sus políticas de ministro por trastiendas causaron entre los venezolanos y que, finalmente, arrojaron al régimen a los tumbos de apertura económica que hoy vemos.
Sobre lo electoral, el tema principal de la entrevista, Maduro fue jaquetonamente explícito: «Me vale medio lo que opine el imperialismo, la derecha o Europa del proceso democrático venezolano. (…) Nos tiene sin cuidado que ellos digan algo o no lo digan, que reconozcan o no reconozcan». Tampoco le importa «lo que piense el imperialismo ni las oligarquías sobre la vida política, social, institucional, cultural, económica de Venezuela».
Esterero aparte, al centrar responsabilidades en el enlace oligarquía-imperialismo Maduro reincide en el mismo escamoteo retórico de siempre: el pueblo no existe, no reclama, no me adversa ni se opone. Es lo antinacional lo que lo persigue. El ciudadano sale de juego. El «soberano» tan ponderado por Chávez en los primeros años de aquel fervor popular hoy desvanecido, ha quedado despojado de su poder creador y originario otrora tan recurrido. Ahora sólo es masa para los mendrugos del Clap y el bonito de la «guerra económica», para los ínfimos salarios de muerte lenta, los hijos sin educación y el futuro incierto.
No es la primera vez que, con semejante artificio, quienes llegaron pregonando «una sociedad democrática, participativa y protagónica», quieren sacar de escena al ciudadano, sus derechos y su poder de decisión. Si se revisan las declaraciones de Maduro a los pocos días de la apabullante derrota en los comicios legislativos del 2015 se encontrará que ese mayúsculo revés no se debió a la voluntad soberana de los venezolanos expresada en el voto popular, sino a «una emboscada de la burguesía y el imperialismo».
Se infería, por lo tanto, como en efecto ocurrió, que esa decisión soberana podía ser «legítimamente» desconocida y lo fue mediante la utilización mafiosa del aparato de poder judicial y la inercia cómplice del electoral.
Que Maduro intente desconocer no sólo la vigilante presencia del pueblo que además lo rechaza de manera contundente no hace de su pretensión una realidad. Mientras tanto juega duro exigiendo las máximas condiciones («que liberen los sobrinos», «que nos quiten todas las sanciones», «que liberen de inmediato a Saab») para negociar lo que hace parecer como «concesiones» suyas para unas elecciones libres, transparentes y justas. Pero si no lo complacieran, de todas maneras, nos dice que le vale medio, le vale madre, le vale v….
Maduro y su cúpula, más allá de sus ambiciones perpetuadoras, se saben derrotables. Y lo serán si la oposición venezolana, esa que se ve todavía dispersa y en algunos niveles acremente enfrentada es capaz de al menos observar entre ellos un respeto que preserve la unidad post primarias para dar los pasos organizativos en firme hacia una ruta victoriosa. Y eso no tiene que ser ilusorio. Al final son unidos como se necesitan y nosotros, quienes rechazamos esta ruta de desastre nacional, así los necesitamos.
Periodista. Exsecretario general del SNTP – @goyosalazar