A pocos días de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Agua, la Comisión Mundial sobre la Economía del Agua (CMEA) publica un programa con soluciones centradas en reducir el derroche de agua, mejorar la eficiencia hídrica y ofrecer una mayor equidad hídrica a las comunidades más vulnerables.
En esta crisis climática, nos estamos despidiendo de especies que ya no volveremos a ver. De paisajes que ya no son lo que una vez fueron. De las estaciones y de temperaturas características de meses concretos del año. Todo está desequilibrado. Y ahora, y por primera vez en la historia de la humanidad, el ciclo del agua también.
El monstruo al que nos enfrentamos no es de dos cabezas, sino de tres. Junto al calentamiento global y la pérdida de la biodiversidad, encontramos la crisis del agua. Una retroalimenta a la otra y deja a su paso inundaciones, sequías, destrucción y pobreza. Lo que nos da la vida también está acabando con ella.
«Ya no podemos contar con la fuente de toda el agua dulce: nuestras precipitaciones. Cada 1 °C de calentamiento global añade alrededor de un 7% de humedad al ciclo del agua, sobrealimentándolo e intensificándolo, lo que provoca cada vez más fenómenos meteorológicos extremos. El agua es, pues, a la vez motor y víctima del cambio climático«.
Estas son palabras de Johan Rockström, director del Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto Climático y copresidente de la Comisión Mundial sobre la Economía del Agua (CMEA), una iniciativa del Gobierno de los Países Bajos que propone soluciones centradas en reducir el derroche de agua, mejorar la eficiencia hídrica y ofrecer una mayor equidad hídrica. En el primer informe publicado desde su creación en mayo de 2022, Invertir la tendencia: un llamamiento a la acción colectiva, expone un programa de siete puntos que deben adoptarse de manera urgente y colectiva para detener esta crisis.
Y es que el agua dulce, como explica el comité, está detrás de todo almacenamiento de carbono en la naturaleza. «Los fenómenos hídricos extremos provocan una pérdida inmediata de captación de carbono en la naturaleza. Las sequías provocan incendios y pérdidas masivas de biomasa, carbono y biodiversidad. La pérdida de humedales está agotando el mayor almacén de carbono del planeta, mientras que la disminución de la humedad del suelo está reduciendo la capacidad de los ecosistemas terrestres y forestales para capturar el carbono. Se corre el riesgo de convertir estos ecosistemas naturales en fuentes de gases de efecto invernadero en los próximos años, con consecuencias devastadoras para el ritmo del calentamiento global», asegura.
El sur global, foco de la injusticia hídrica
En todo esto, como siempre, el sur global es el que más sufre las consecuencias. Según la publicación, más de dos millones de personas siguen sin tener acceso a agua gestionada de forma segura. Cada 80 segundos, una enfermedad por el agua contaminada se lleva la vida de un menor de cinco años. A la inseguridad hídrica se le suma la alimentaria, agravada por una subida de precios en los alimentos nunca vista en los últimos quince años.
«Necesitamos un nuevo pensamiento económico que nos ayude a pasar de la reparación reactiva a la configuración proactiva de las economías para que sean inclusivas y sostenibles», afirma Mariana Mazzucato, catedrática de Economía de la Innovación y el Valor Público del University College de Londres y también copresidenta de la Comisión.
Ese nuevo pensamiento empieza por abrir horizontes. Para la organización, los enfoques económicos habituales son «demasiado estrechos, locales, cortoplacistas y divididos«, y «no tienen incorporado a la toma de decisiones la incertidumbre de un sistema terrestre que atraviesa varios puntos de inflexión». El agua nos rodea e interconecta países, y estos dependen los unos de los otros. Ríos, corrientes subterráneas y flujos atmosféricos cruzan las fronteras internacionales.
El enfoque, sobre todo, tiene que estar puesto en recuperar las regiones con más estrés hídrico y en dar prioridad a mujeres, agricultores, comunidades locales y pueblos indígenas, los colectivos más afectados por esta crisis. Para ello, la Comisión también propone la creación de Asociaciones para el Agua Justa (Just Water Partnerships, JWPs) que «permitan invertir en el acceso al agua, la resiliencia y la sostenibilidad en los países de renta baja y media».
Más allá de eso, la delegación también quiere poner remedio a la infravalorada tarificación del agua para garantizar, según asegura, el beneficio de las comunidades más pobres y vulnerables. «Las subvenciones implícitas actuales en muchos países, que reflejan la gratuidad o el bajo precio del agua, son perversas, ya que suelen beneficiar más a los agentes comerciales más acomodados y de mayor tamaño. En cambio, hay países y autoridades locales que han adoptado estrategias de tarificación y subvención más eficaces y equitativas, como Camboya, Singapur o Burkina Faso», explica el informe.
Lo tenemos todo, excepto una buena organización
El déficit de agua dulce al que nos enfrentamos será de un 40% en 2030. Para lograr revertir esta situación en siete años, la Comisión calcula que se necesitarán entre 200.000 y 400.000 millones de dólares para el acceso universal al agua potable, el saneamiento y la higiene en los países de ingresos bajos y medios. La inversión necesaria es mayor para conseguir un buen uso del agua a nivel global y en todos los sectores.
Ese presupuesto es factible si se eliminan de forma gradual los alrededor de 700.000 millones de dólares que ahora mismo se disponen para subvenciones a la agricultura y que fomentan el consumo excesivo de agua y otras prácticas perjudiciales para el medio ambiente.
Cambiar nuestro modelo económico y el uso que hacemos del agua no es una tarea simple. Por ello, la CMEA anima a que las naciones aprovechen las oportunidades que presenta un futuro más sostenible: reforzar los sistemas de almacenamiento de agua dulce; desarrollar la economía circular urbana del agua; reducir la huella hídrica en la industria manufacturera; y cambiar la agricultura hacia el riego de precisión, con cultivos que consuman menos agua y métodos de cultivo resistentes a sequías.
«Tenemos los conocimientos científicos, sabemos cuáles deben ser las reorientaciones políticas básicas y no hay una falta real de financiación a escala mundial», asegura Tharman Shanmugaratnam, Ministro Principal de Singapur y copresidente de la Comisión. «La tarea consiste en organizar estos recursos para un futuro sostenible y equitativo a escala mundial. Eso interesa a todas las naciones».
La CMEA surgió como coanfitriona de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Agua, que se celebrará del 22 al 24 de marzo en Nueva York. Allí, se espera adoptar la Agenda de Acción por el Agua, un resumen de los compromisos comunes relacionados con la crisis hídrica.