Amigos lectores:
Con criterio que merece un elogio, la Fundación La Poeteca ha publicado Pequeña lámpara gemela, que reúne dos libros fundamentales en la producción de Luz Machado (1916-1999): La espiga amarga y La casa por dentro. Cuidada edición: incluye retratos de la poeta y ensayista -Premio Nacional de Literatura 1986-, una nota editorial de Jacqueline Goldberg, textos críticos, completos o fragmentos, de Juan Liscano, Gina Saraceni, Reinaldo Cedeño Serrano, Yolanda Pantin/Ana Teresa Torres, Arturo Gutiérrez Plaza y Rafael Arráiz Lucca. Además de los textos de Saraceni y Liscano -hubiese sido estupendo publicarlos todos-, vienen ocho poemas. El conjunto ocupa las páginas 1 y 2.
En noviembre estuvo en Venezuela, invitada por la XIX Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo, María Ángeles Pérez López, poeta cada vez más reputada, ensayista, profesora de la Universidad de Salamanca y, quiero subrayarlo, atenta, generosa y consecuente lectora de la poesía venezolana. En las páginas 3, 4 y 5 se ofrecen, tanto la conferencia que leyó durante su visita, Escribir antes y después del lenguaje, como una Mínima antología de sus poemas -once-, escogidos por la propia poeta. Lean este otro, que no está en la selección de la poeta:
[Lanzar contra la luz]
Lanzar contra la luz todos los peces
y evitar que las redes los atrapen,
que los muerda el anzuelo con su boca
curvada en la violencia de morir.
Desanudar la asfixia, trabazón,
bocanada de anhídrido y espinas
en que se hunden la angustia y los tacones
cuando el jueves se cierra, abochornado,
sobre su propia lista de imposibles.
Lanzarlos como quien avienta lana,
como quien suelta el trigo tras la trilla
o la harina blanquísima en el pan,
para que permanezcan en su vuelo
igual que permanece en la memoria
del agua cada fibra de la luz.
Para que se detenga su caída
contra el asfalto sucio, contra el miedo
metálico que exudan los arpones.
Para que permanezca en cada letra
el copo diminuto de almidón
como quietud de aquello que se mueve,
pez que se escurre raudo entre las manos
y nada en la canción de las agallas.
(con Eugenio Montejo)
La editorial Ítaca, que dirigen Milagros Mata Gil y Eziongeber Chino Álvarez, ha publicado, Poesía y lecturas de poesía. 15 poemas y unas notas de José Pulido. En la página 6 viene una crónica de Álvarez que evoca una conversación con el poeta, así como un perfil de Álvarez de Mata Gil (“Lo que a mí me impresiona de los relatos y las crónicas de Eziongeber Álvarez Arias, el Chino, es su manejo del lenguaje común de la gente que anda por ahí, pero mezclado con un contenido lleno de seriedades y reflexiones profundas”).
Página 7: el poeta Jairo Rojas Rojas escribe sobre Fauna de cal (Ediciones Azalea, 2023), de Cristina Gálvez Martos (1987), poeta, narradora y traductora: “Fauna de cal también plantea otras posibilidades de mirar el mundo animal. No le interesa la limitada observación racional que suele caer en la ilusión de superioridad de especie, por eso asistimos al recuento de diálogos con interlocutores más bien habituales en las fabulas, las leyendas, los mitos y la literatura infantil”. La página incluye poemas del mencionado libro.
Más poesía en la página 8: en la parte superior, poemas inéditos del ensayista, investigador y editor, Celso Medina, así como de Loredana Volpe (1990), directora de teatro, traductora y poeta venezolana residenciada en España, quien acaba de publicar Ejercicios de aniquilación, libro al que pertenecen los poemas reproducidos en la parte inferior de la página.
En la página 9 vienen poemas de Hans Magnun Enzensberger (1929-2022), presentados y traducidos por la poeta, ensayista y traductora Geraldine Gutiérrez-Wienken. Lean uno de ellos:
El acuerdo
Entre nosotros está el hombre bienhechor.
Se esfuerza. Todos se molestan
con él. Está de acuerdo
con los molestos, absolutamente de acuerdo.
Pero eso es lo que pasa. Entonces bien,
si no hay otra manera, digamos,
ponte de acuerdo con nosotros,
pero por favor no del todo, por favor no
siempre, por favor no de inmediato.
El hombre bienhechor duda
un momento y dice: tienen razón.
Dice, disculpen, dudé.
Eso quizá no estuvo bien. Nos pide
comprensión. Nos vuelve locos.
Sabe que es él
el que nos vuelve locos. Vete
le decimos. Se queda parado bajo la puerta
y dice jadeando: de acuerdo.
Dedico las dos páginas de cierre a Charles Simic (1938-2023), poeta nacido en Belgrado y fallecido en Dover (Delaware), el 9 de enero. Simic, -quien, junto a Sharon Olds, ocupaba la más alta jerarquía en mi panteón de poetas estadounidenses vivos-, ha tenido una apreciable ventaja en nuestra lengua: al menos dos casas editoriales que lo han publicado una y otra vez (Valparaíso Ediciones y Vaso Roto Ediciones), y una amplia gama de reputados traductores –Antonio Albores, Jordi Doce, Jaime Blasco, Luis Ingelmo y, de forma muy destacada, Nieves García Prados, quizá su más persistente y especializada traductora-, lo que facilita conseguir sus libros sin mayor dificultad.
Poética del niño gamberro, página 10, es una lectura de Una mosca en la sopa, volumen de memorias de Simic, recorrido por su infancia hasta los veintipocos, cuando el escritor primerizo fue reclutado por el Ejército de Estados Unidos. Mi percepción es que toda su obra, poética y en prosa, tiene su código genético en las dos primeras décadas de su vida. En la página 11 ordené una pequeñísima muestra para degustar a Simic: uno pocos apuntes de sus Cuadernos; uno de sus fluidos artículos en The New York Review of Books, y 6 poemas de su libro El mundo no se acaba (1990), libro con el que conquistó un lugar en la memoria de los lectores, y que le valió el Premio Pulitzer de Poesía 1990. De ese libro, un poema:
Todo es predecible. Todo ha sido ya predicho.
Lo predestinado no se puede evitar. Incluida esta
patata hervida. Este tenedor. Este trozo de pan negro.
También este pensamiento…
Mi abuela, que barre la acera, lo sabe. Dice que no
hay dios, sólo un ojo aquí y allá que ve con claridad.
Los vecinos están demasiado ocupados viendo la
televisión como para quemarla por bruja.
Ojalá que estas páginas reconforten. Nelson Rivera.