Alirio Pérez Lo Presti, Certezas e incertidumbres

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Una amiga me señalaba que tenía dos temores que la marcaban, el hacer el ridículo y el de fracasar. Lo he escuchado tantas veces que de tanto amasarlo, podríamos considerarlos dos temores clásicos y generalizados.

Temor a hacer el ridículo

Es bastante improbable que se pueda llegar a metas sin parecer que somos un tanto extraños, potencialmente inadecuados o que estamos completamente fuera de lugar. Mientras mayor sea nuestro nivel aspiracional en relación con las metas que aspiramos concretar, más destacamos en el contexto de la manada y podemos parecer raros a los demás. Esa misma rareza es la que hace posibles cosas tan deseables como el buen liderazgo o la capacidad de innovar. El temor que muchos tienen de hacer el ridículo ante el ojo ajeno es como la bola de plomo que limita nuestros movimientos en la cárcel de las convenciones. Vencer este temor es imprescindible para tratar de trascender en la cotidianidad de los días.

Temor al fracaso

En realidad, visto de manera puntillosa, no se fracasa. A lo sumo podemos ir dando tumbos obteniendo resultados que no queremos o que no esperamos. El “fracaso” es un término de carácter condenatorio que lejos de aclarar, conduce a generar una visión catastrófica de cuanto nos ocurre. En la amplia gama de resultados que la vida nos conmina a tener que aceptar, la variedad de matices es enorme. Si lo miramos con la retrospectiva que da el tiempo, es posible que, si miramos bien, muchos supuestos fracasos fueron en realidad grandes avances en nuestras vidas.

Certezas placenteras

La sensación de tranquilidad que genera el estar apegado a un sistema de creencias rígido es más atinente a la necesidad de estar envuelto en el confort que en la posibilidad de llegar a pensar con inteligencia. Los recetarios de ideas o creencias inexorablemente están reñidos con la persona que se atreve a abstraerse en los laberintos de las ideas.

Muy adorable incertidumbre

La incertidumbre, lejana al confort y a la aquiescencia, es la chispa que enciende la mecha del hombre de pensamiento. La vacilación intelectual es capaz de movilizarnos por dentro y puede llevarnos a los caminos del ordenamiento del pensamiento, lo cual finalmente hace que nos cuestionemos esos espacios oscuros que necesitan ser iluminados. Esa incertidumbre, que podemos abrazar con entusiasmo, es la energía que se necesita para cavilar una y otra vez cada día que asomamos en nuestro mundo interior, la necesidad de transitar la existencia con entusiasmo y creatividad.

 

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