Rafael Gallegos: El tusero nuclear

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Dicen que cuando Albert Einstein observó la destrucción total provocada por la bomba de Hiroshima se sintió muy incómodo, ya que él había convencido al presidente Franklin Roosevelt para desarrollar el proyecto de la construcción de la bomba atómica. Sin embargo, su móvil fue el riesgo de que Hitler lograra primero que los norteamericanos tamaña arma, situación que hubiera borrado del mapa muchos países, e instalado al régimen nazi en buena parte el mundo.

La bomba de Hiroshima inició la era nuclear. La inteligencia del hombre había creado una espada de Damocles – García Márquez dixit – que colgaba sobre la cabeza de la civilización… el riesgo de una guerra atómica, donde sólo quedarían las cucarachas como sobrevivientes.

Por su parte Bernard Shaw (el de “Pigmalión” que sirvió de base para la película “My fair lady”) expresó que la bomba atómica serviría para que, ante el temor de la destrucción total, cesaran las guerras mundiales… pronosticó el equilibrio del terror.

Cuando en 1953 los soviéticos desarrollaron su arma atómica. Estados Unidos, atónito y tal vez aterrorizado, acusó y electrocutó a una pareja de científicos, los esposos Rossemberg, por haber pasado la información a Stalin. Por cierto, con el tiempo se demostró que eran inocentes.

El 30 de octubre de 1962, el mundo no durmió, esperaba el encuentro entre los buques soviéticos y norteamericanos en medio de la crisis de los cohetes en Cuba. El presidente John Kennedy, sobre quien pesaba el reciente fracaso de Bahía de Cochinos, lideró a Estados Unidos en el conflicto. Con paciencia de estadista – se graduó de tal en esa crisis y algunos dicen que con honores – tuvo que contener a los militares norteamericanos para evitar la guerra. El primer ministro soviético Nikita Kruchev, era la contraparte en el conflicto. Seguramente también haría maromas para detener a sus militares.

La intervención de Juan XXIII fue decisiva. A última hora se llegó a un arreglo que evitó el fin de la civilización. El mundo respiró aliviado.

Fidel Castro, el Lex Luthor latinoamericano, en una carta azuzó a Kruchev para que disparara primero. Y luego de la paz, le reclamó airadamente al premier soviético por no haber lanzado la bomba sobre una o dos ciudades norteamericanas. En sus manifestaciones callejeras de Caracas, los estudiantes hacían coro con Castro y voceaban: Nikita mariquita…

Los siguientes años se caracterizaron por una creciente rivalidad entre las potencias nucleares. Richard Nixon en 1972 rompió paradigmas, visitó al líder chino Mao Tse Tung, y conversó amigablemente con el premier soviético Brezhnev. Comenzaba la distensión. Luego vinieron los tratados de limitaciones de armamento nuclear denominados SALT.  El mundo se acostumbró a vivir entre armas nucleares, pero daba cierta tranquilidad la creencia en que a ninguno de los líderes importantes se le ocurriría iniciar la hecatombe.

Realmente ningún país nuclear amenazaba con utilizar el arma total. Inclusive con altos costos políticos. Por ejemplo, en los setenta, Estados Unidos prefirió perder la guerra de Viet Nam, que ganarla con armamento atómico. Sabían que una bomba nuclear significaba la muerte de la humanidad.

Las armas nucleares se han expandido. Ocho o nueve países las poseen. Otros trabajan para ello. Las bombas actuales pueden sacar a la tierra de su eje… y todo habrá acabado. Los anticuados little boy de Hiroshima y fat man de Nagasaki, hoy equivalen si acaso a saltapericos.

Corea del Norte una y otra vez amenaza a sus vecinos y el mundo observa impotente. Cada día la tecnología hará más fácil la adquisición de estos artefactos. En diez o veinte años, tal vez varias decenas de países los posean. ¿Nos llenaremos de hítleres con bombas atómicas? ¿Cuántos Kim Jong-un habrá entre sus líderes, capaces de acabar con la humanidad como si manipularan video juegos?

Hoy Putin, el presidente de Rusia y agresor de Ucrania, dice y repite que está dispuesto a utilizar bombas “controladas”, como si esas de todas formas no generaran alguna respuesta que significaría la hecatombe. ¿Qué tal si Biden, Xi Jinping y otros líderes fundamentales, cual gallitos responden a las amenazas?

Cómo cobra vigencia la frase de Borges: “el portentoso y frágil destino humano”.

A pesar de tantos avances sociales y económicos, y el velocísimo desarrollo tecnológico, las bajas pasiones del ser humano poco han evolucionado desde la época de las cavernas.

Tecnología por el ascensor y pasiones por la escalera… he ahí el dilema.

Einstein expresó: “dos cosas son infinitas, la estupidez humana y el universo… y de la segunda no estoy seguro”.

EL valor de los valores

Para revertir esta amenaza nuclear es imperativo comenzar por el comienzo. Por el alma humana. Reforzar (o cambiar) los valores. La sobrevivencia, la solidaridad, el ambientalismo. El respeto a la divergencia, y sobre todo el amor, deben dirigir las acciones de los hombres. Para lograr esto deben surgir líderes con visión holística que sean capaces de crear nuevos rumbos. De hacer sentir la paz como una cuestión de sobrevivencia. Es difícil; pero tal vez no haya otra salida.

La sociedad pare los líderes en los momentos críticos. En la segunda guerra se dio la increíble conjunción de Churchill, Roosevelt, De Gaulle y Adenauer. La doble K de Kennedy y Krucheff salvó la crisis de los misiles. La llave Gorbachov, Reagan y Juan Pablo II terminó con el comunismo europeo. Y en Venezuela la generación del 28, que surgió en medio del oscurantismo gomecista y alumbró la democracia del siglo XX.

La humanidad necesita “parir” un nuevo liderazgo que nos conduzca al siglo XXII. Sería triste que se materializara la frase de Einstein: “no sé con qué armas será la tercera guerra mundial, sólo sé que la cuarta sería con palos y piedras”.

Hay que aprender a bailar en este tusero nuclear que nos ha tocado. Nunca la humanidad se ha visto tan amenazada.

Es obligatorio que los seres humanos seamos del tamaño de tan gigantesco reto… si queremos seguir.

Feliz Semana Santa. Hasta el 15 de abril Dios Mediante.

 

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