La palabra está devaluada, ha perdido su condición de apertura. La palabra como riesgo ha sido abandonada. La palabra se hizo tejné, es decir, técnica y cedió su espacio a la imagen. Tecnología y palabra han sido alzadas una frente a la otra; la primera es presentada como futuro y la segunda como inútil. El desvalimiento de la palabra conduce a un pensamiento comprimido. Se está falsificando hasta la memoria y sin memoria no hay lenguaje.
Para entender al mundo no es necesaria a la palabra la conversión en espejo. La literatura, por ejemplo, aun conviviendo con la realidad, debe dejarnos visiones de cómo ese mundo podría ser. Cuando hablamos de literatura realista no estamos condenando la existencia de una, no, lo que alertamos es sobre una desprovista de fantasía. La palabra debe ser, como la filosofía, un escenario del choque entre el ser y el deber ser. La palabra construye anticipadamente y eso no excluye que la realidad pueda convertirse en metáfora social. Esa metáfora puede reflejar perfectamente la quiebra de un país.
Las reglas del mercado, la cultura como negocio y la primacía de un know-how tecno-científico, han desvalijado a la palabra. La palabra debe recobrar su capacidad de anticipar. La literatura, por obligación, debe ser profética. Debe anticiparse, intuir, vislumbrar, entrever e, incluso, sospechar.
La literatura es, esencialmente, un cuestionamiento. Ha quedado claro que si escribimos es por nuestra inconformidad con el mundo como es. Una literatura que se dedique a respaldar, resguardar y sostener las ideas ortodoxas predominantes en el mundo en que ella se produce es anticipadamente sospechosa.
La literatura inventa y señala al hombre posibilidades de futuro. La literatura chata, sin imaginación y prospección, no es tal. La literatura debe decir del mundo y de su habitante inteligente. La literatura debe inmiscuirse en la naturaleza humana sin corromperse. La literatura es hábitat de experiencias y contra-experiencias.
Hay que rescatar la palabra. Recomponerla, escucharla más allá de la utilidad de la declaración, percibirla en su interior. El lenguaje, en todas sus especificidades, debe develar (aletheia) y devolver el espesor. Ahora mismo el reclamo es al lenguaje político.
@tlopezmelendez